Desde siempre se ha intentado medir la inteligencia de los seres humanos, y pocas áreas de la ciencia han sido más controversiales. Algunos investigadores ponen el foco en la capacidad del cerebro humano para el pensamiento abstracto; otros, en la habilidad para adquirir vocabulario nuevo; otros, en la capacidad de adaptarse a situaciones inesperadas.

El denominado "coeficiente intelectual" es una medida arbitraria de inteligencia al que se arriba a partir de un set de pruebas predeterminadas. Estas pruebas son imperfectas. La mayoría de ellas ha hecho énfasis en el razonamiento lógico y abstracto dejando afuera factores fundamentales como el bagaje cultural, las habilidades sociales y la experiencia adquirida. Aunque una prueba evalúe la capacidad de resolver un problema matemático o la comprensión de una lectura, no podemos considerarlos tests que abarquen toda la inteligencia.

Actualmente se entiende a la inteligencia en relación con otras habilidades dentro de una esfera emocional, motivacional e interpersonal; también se cree que la cooperación entre estos aspectos permiten un mayor desarrollo del potencial intelectual. La gente varía en cosas como inteligencia emocional, habilidades particulares, experiencia, que son diferentes de la inteligencia general, pero también importantes. Además, el humor, la sensibilidad, la ironía y la creatividad son rasgos de inteligencia que quedan fuera tanto de los tests clásicos como de ciertos patrones que ostentan instituciones demasiado rígidas. Por eso, las definiciones –y las pruebas– sobre la inteligencia siempre quedan chicas a la hora de relacionarlas con las acciones y decisiones de la vida real. Si entendemos la inteligencia como el conjunto de recursos con los que cuenta un individuo para adaptarse al medio, una persona puede ser tremendamente inteligente sin la necesidad de contar con un bagaje demasiado grande de conocimientos adquiridos a través de la educación formal o el entrenamiento. Esta última afirmación se relaciona particularmente con el término de "inteligencia fluida", que se define como la capacidad de resolver problemas nuevos descubriendo las relaciones que existen entre las cosas e independientemente del conocimiento adquirido a lo largo de la vida.

Cuando se trata de inteligencia, la totalidad puede ser mayor que la suma de sus partes. Un estudio del prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT) exploró la existencia de una inteligencia colectiva entre grupos de personas que colaboran bien entre sí, y demostró que la inteligencia del conjunto se extiende más allá de la lograda a través de la suma de las capacidades cognitivas de los miembros de los grupos de forma individual. Estos investigadores mostraron que hay una eficacia general que predice el rendimiento de un grupo en muchas situaciones diferentes. Grupos con un excelente rendimiento en una tarea presentaban también un excelente rendimiento en tareas diferentes. En otras palabras, grupos que fueron exitosos en un desafío serán exitosos en resolver otros desafíos distintos.

Todo esto no es azaroso: los estudios de laboratorio del médico norteamericano John Cacioppo, uno de los líderes y pioneros del campo de las neurociencias sociales, han demostrado que el aislamiento social produce efectos negativos no solo para nuestro ánimo y nuestra conducta, sino también para nuestra salud cognitiva y física en general. Las interacciones sociales que devienen de los procesos que contribuyen a la inteligencia colectiva de un grupo albergan un efecto positivo sobre nuestro bienestar.

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