A comienzo de año estaba perdido. “La Copa Davis me despedazó mentalmente”, decía muy dolido tras caer en su debut en el Australian Open por 6-3 6-1 y 6-1 ante el español Robert Bautista Agut. Sumaba una racha adversa de caídas en primeras rondas de la que no podía salir desde el US Open, y a pesar de haber alcanzado la máxima gloria para el tenis nacional, su cabeza estaba agotada. Pero Guido Pella (109) unió esos pedazos y en poco menos de cinco meses, llegó a la final del ATP 250 de Múnich, donde se encontró con el potente y esbelto alemán Alexander Zverev (19), un diamante en bruto de la denominada NextGen del tenis mundial.
Antes de esta resurrección tenística, el circuito se le presentaba como un gran obstáculo, con ocho derrotas de manera consecutiva en partidos iniciales de torneos. Desde que cayó frente al ruso Mikhail Youzhny en la segunda instancia del último Grand Slam del año, fue derribado en Pekín, Shanghai, Moscú, Basilea (avanzó a segunda por el retiro del francés Richard Gasquet cuando perdía 6-2 y 2-1, y luego le ganó Zverev), París, Australian Open, Buenos Aires y Río de Janeiro. En este último certamen defendía la final alcanzada el año pasado. Su ránking caía a fondo.
“El jugador tiene que hacer un trabajo invisible en un montón de aspectos”, señala su entrenador Gustavo Marcaccio, quien trabaja junto a Pella desde comienzo de 2016, y vio cómo el tenista sucumbía ante Italia en la Davis, en enero, y no lograba levantarse.
Desde que ingresó al circuito profesional, la cabeza fue un tema preponderante para el nacido en el club Liniers de Bahía Blanca. Por eso, en 2014 tiraba la toalla: “Era evidente que algo no estaba funcionando en mí, no me estaba dando alegría ni jugar, ni entrenar, ni viajar, ni nada”.
“Si no sos positivo el bajón viene, y Guido es positivo y hasta realista, te diría”, cuenta a DIARIO POPULAR Carlos Pella, el padre, que le atribuye parte de las derrotas al desgaste por la Copa Davis y lo terrenal que es su hijo: “Salvo cuatro o cinco tenistas, el resto son tipos normales, comunes, como vos y como yo, que juegan bien cuatro o cinco semanas en un deporte de perdedores”.
Guido comenzó a mejorar desde el ATP 250 de San Pablo, donde alcanzó los cuartos de final, luego vino el cachetazo de Rafael Nadal en la segunda ronda de Montecarlo y los octavos de Miami; y aunque no entró al main draw de Barcelona, se destacó en Múnich.
Para Carlos es el momento de su hijo para dejar en el pasado tantas frustraciones: “Ahora está en la parte alta de la ola, esperemos que siga para arriba”.