El Cementerio de los Impuros, adyacente al sector israelita de la necrópolis de Avellaneda, no ha logrado sepultar en más de 90 años el dolor de las jóvenes que eran traídas bajo engaños de Polonia al país por una oscura entidad benéfica judía.

Las atormentadas almas de un puñado de inmigrantes polacas que en el primer tercio del Siglo XX fueron víctimas de un monumental engaño perpetrado por un grupo de rufianes ocultos tras la fachada de una entidad de asistencia humanitaria, no cesan en su demanda expresada desde un silencio que se escucha y se siente en la periferia del Cementerio de Avellaneda por una reparación al sufrimiento al que fueron sometidas en vida.

Más allá de que la historia encuadrada en la pequeña porción del cementerio literalmente cerrada con candado inscriba en un los perfiles de la leyenda urbana, vecinos de la necrópolis situada en la avenida Crisólogo Larralde al 4100, en Villa Domínico, así como también vendedores ambulantes y circunstanciales transeúntes aseguran percibir en la zona sensaciones singulares que atribuyen a la historia oscura y trágica allí sepultada.

Es que a las almas de jóvenes de nacionalidad polaca que fueron obligadas a prostituirse a su llegada al país engañadas por la entidad Zwi Migdal y murieron siendo víctimas de la trata de blancas, se manifiestan. ¿Cómo? Es ahí donde surgen los testimonios sobre las súbitas corrientes de aire frío que soplan aún en días templados como los que regala la actual primavera.

Eso no es todo. Quizás sean los más sensitivos los que aporten como dato estremecedor la especie de letanía que tranquilamente puede ser definida como un lamento lejano que suele ser transportada por el viento para inquietud de aquellos que transitan por las afueras del cementerio donde también algunos trabajadores del lugar cuentan haber tenido contacto con alguna que otra aparición espectral.

En rigor, si esas anomalías representan el reclamo de las almas de aquellas polaquitas explotadas sexualmente, la escalofriante situación se encasilla en un acto en busca de una reparación que la justicia terrenal apenas dio en cuentagotas frente a lo que hoy constituiría un hecho inadmisible.

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Un escalón hacia el infierno

La historia de las prostitutas polacas explotadas por la Zwi Migdal arranca cuando desde la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia comenzó una campaña destinada a brindar posibilidades de una vida mejor, allá por 1920, a las jóvenes polacas de origen judío que residían en una Europa por entonces devastada por los efectos de la Primera Guerra Mundial.

La propuesta consistía en venir a la Argentina donde iban a poder contraer matrimonio con hombres de buena posición económica que las rescatarían así de las privaciones y el hambre que dominaba su país. Sin embargo, no era más que burda patraña para que una vez aquí saliera a la luz la verdadera finalidad de la maniobra: prostituir a esas muchachas.

En ese lineamiento, las jóvenes engañadas se encontraban con un panorama atroz que hacía añicos los sueños de desarrollo que habían tejido en el largo viaje hasta la Argentina donde encontraron una puerta directa al infierno y del cual ya no tendrían escapatoria. Las chances así eran apenas dos: eran derivadas hacia los prostíbulos vip de la “high society” porteña o recalaban en los nefastos quilombos de los barrios bajos.

Se estima que unas 25.000 polacas habían arribado a la Argentina entre 1920 y 1930 como resultado de la maniobra ejecutada con miembros de la organización que operaban en Polonia para enviar a las chicas a Buenos Aires donde eran calificadas y tasadas, aunque parezca mentira, tras un desfile que debían hacer desnudas ante los evaluadores.

Venéreas y tuberculosis

La comunidad judía, al tomar conocimiento de la barbaridad que se consumaba en su nombre expulsó a los proxenatas que entonces abandonaron el rótulo de Sociedad de Israelita de Socorros Mutuos Varsovia, que funcionaba en avenida Mitre 462, en Avellaneda, para adoptar el de Zwi Migdal.

La sanción moral por sobre todas las cosas que aplicó la colectividad se extendió al cementerio israelita de Avellaneda, cuyo lote había sido adquirido en 1906, para separar la necrópolis judía del enterratorio de los proxenetas execrados en el cual eran también sepultadas las chicas polacas sorprendidas por la muerte.

Las condiciones de higiene impuestas en los lupanares no pudieron evitar que las venéreas y principalmente la tuberculosis hicieran estragos entre las muchachas, quienes rápidamente eran discriminadas y abandonadas a su suerte cuando una extremada delgadez vaticinaba la presencia de un mal por aquellos tiempos letal.

Mientras tanto, con el amparo de jueces, policías y caudillos políticos, la Zwi Migdal funcionaba a su antojo obteniendo ganancias formidables a costa del sacrificio de las mujeres explotadas, de las cuales una supo rebelarse y generar una acción judicial que terminó desmoronando a la perversa organización.

Raquel, la heroína

Ruchla Laja Liberman, quien al llegar en 1922 víctima de la red de trata que la había captado adoptó el nombre de Raquel, se animó a denunciar estos atropellos ante la justicia en una batalla judicial iniciada en diciembre de 1929 y que reeditaba en cierta medida el enfrentamiento entre David y Goliath, en la cual la mujer de los ojos vendados le terminó dando la razón. Pero…

La victoria de Liberman en tribunales tuvo dos elementos negativos. El primero fue que Raquel murió de cáncer en 1932 y si bien el juicio estaba avanzado no llegó a ver como cuatro años después la Zwi Migdal desaparecía para siempre. El segundo fue que salvo tres proxenetas, el resto zafó sin mayor dificultad de la acusación por la cual el líder de la organización, Noe Trauman, huyó al Uruguay.

Las afrentas para las polacas explotadas sin embargo no concluyó. Como después de muertas sus despojos fueron a parar a un cementerio, para colmo al denominado “de los impuros” y que encima quedó en el olvido, su condena se extendió aún después de la vida lo que les da sólidos motivos para expresar reclamos desde el más allá, tal como confirman quienes habitan cerca del enterratorio.

Los vecinos memoriosos recuerdan que promediando los años 60 la municipalidad de Avellaneda llevó a cabo la ampliación de la calle El Salvador, en el tramo que va desde Arredondo hasta Crisólogo Larralde, para lo cual arrasó con una franja de diez metros de ancho del cementerio de las polacas.

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Cómo no se van a quejar

El punto es que para esos trabajos, el personal municipal cumplió con la tarea de quitar los monumentos y lápidas pero nadie tiene constancia que los restos mortales de decenas de polacas hayan sido exhumados. Toda posible duda en torno al hecho quedó enterrada cuando la pala frontal municipal alisó el terreno para agrandar la calle.

Es por eso que los residentes de las inmediaciones a la necrópolis de Villa Dominico que hoy peinan abundantes canas plantean que muchos de los despojos mortales de aquellas pobres chicas engañadas y forzadas a prostituirse quedaron sepultados bajo la vereda y la media calzada de la calle El Salvador.

En este contexto, si en el viento que sopla entre Crisólogo Larralde y El Salvador, al costado del cementerio, trae consigo una quejosa letanía, la mejor manera que el desprevenido transeúnte encontrará para sortear el miedo o la impresión será destinar una plegaria, en el encuadre religioso que sea, para darle paz y contención a las almas de tantas jóvenes polacas que desde la eternidad lamentan aún su destino en la Tierra.

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