Una de las figuras del boxeo argentino tuvo el viernes ante el boliviano Mamani un triunfo estadísticamente bueno (KOT 3) pero deslucido por un fallo innecesariamente sobreprotector, de esos que distorsionan la realidad. Así es como se empieza a adormecer las virtudes de una promesa, que luego encontrará afuera un contexto totalmente adverso.

Jeremías Ponce es una de las promesas del boxeo argentino. Quizás la más firme, o una de las tres más serias.

Promesas ha habido centenares a lo largo de la historia de nuestro boxeo, tantas que ni vale la pena recordarlas, porque algunas han quedado en el olvido.

La estadística a mano alzada dice que -con mucha furia- apenas el 20 % de ellas se han concretado en realidad, transformándose en campeones mundiales, y no muchas se han mantenido, porque más de la mitad resultaron fugaces.

De hecho, de los 44 campeones mundiales que tiene nuestro país, no más del 50 % surgieron como promesas. El resto hizo camino al andar, y quizás hayan sido los mejorcitos.

¿Qué pasa? ¿Falla el ojo de buen cubero, la sabiduría de quienes detectan talentos y pronostican, los méritos cimentados en el amateurismo, o es que el ciclo de algunos tiene a veces curvaturas más cortas que las de otros y apresuran su extinción?

Diríamos que algún porcentaje mínimo de todo eso siempre está presente para que no todo lo que brille se convierta en oro. Pero no es ésa la madre del borrego.

La clave está en el manejo, y debe empezar por saberse para qué está un púgil y hasta dónde puede llegar. Luego el objetivo es que no llegue a menos que eso, pero que la meta la alcance lo más armado posible.

Pero una cosa es una promesa, y otra, una esperanza. Esta última es más sólida y con mayor radio de alcance.

Jeremías es entonces una esperanza.

El viernes pasado en el CAyS Villa Calzada de Rafael Calzada, donde entrena con su técnico Alberto Zacarías, pese a su victoria por KOT 3 ante el boliviano Humberto Santos Mamani, donde retuvo el poco relevante título FEDEBOL welter AMB –tan intrascendente que se disputa a 9 rounds- retrocedió varios casilleros.

No porque haya andado mal, sino por otras cosas extras que ya detallaremos, que son las que a menudo destiñen y debilitan el ascenso de una figura, atentando contra ellas mientras se cree que se les hace un bien. Suele ser éste el principal enemigo de una promesa.

Se trata de la elección del rival y de los arbitrajes, en este caso tan particular que pareció cómplice de un contexto sobreprotector, vicio del que suele abusar Zacarías como si estuviese en su ADN.

Zacarías -y en especial, su ya fallecido padre, Santos, hacedor de Palma y Coggi desde el inicio-, sabe edificar carreras, aunque su deuda personal es un campeón del mundo.

Su pupilo, recontra favorito en la noche del viernes, ayudado por un arbitraje innecesariamente localista y llamativamente celoso, obtuvo una victoria que lo desacreditó injustamente, de esas que llaman al aburguesamiento.

Al boliviano –que ni tocó el piso- le contaron de pie una vez en el 2º prácticamente sin motivo, apenas por recibir un gancho zurdo al hígado; y otra en el 3º por la misma razón –siempre de pie-, para pararle la pelea segundos después en un intercambio de golpes, cuando para colmo estaba pegando. Insólito.

Dio la sensación de que la decisión estaba tomada desde abajo del ring, atento a que Mamani habrá sido considerado en los papeles previos con poca equivalencia para Jeremías –NdeR: tenía 13-0-0, 6 KO, pero provenía de la categoría ligero, es decir, dos por debajo de la welter en disputa-. Total, peleando en el patio de su casa, quién se iba a quejar.

Vaya uno a saber qué se pacta previamente en estos casos. Promesas de no dañar más de la cuenta, recaudos de parar la pelea ni bien se aprecie un desequilibrio. En definitiva, proteger la salud del más débil por sobre todas las cosas. ¿Estaría mal?

Es lo que uno imagina al ver el desenlace, porque de lo contrario no se entiende la decisión tan presurosa del árbitro Gustavo Tomas.

¿Sirve esto? ¿Sirve como experiencia? ¿Sirve como pelea, más allá de adornar un record numérico? ¿Sirvió el boliviano como rival, más allá de posibilitar la confección de un festival con poca erogación económica?

Ahora bien. ¿Esto significa que todas las peleas de una figura deben ser duras y riesgosas? Para nada. Una dura cada dos o tres suaves o medianas es la medida, pero siempre con seriedad, donde la finalidad sea la obtención de experiencia, aprendizaje, pulido de errores y situaciones de combate a resolver como la que le planteó Mamani, que aguantó sus golpes sin caerse y respondió.

Porque contrariamente a lo que se suponía, Mamani no se cayó a la primera piña ni a la segunda, y estaba dispuesto a dar batalla, lo que desnudó otras realidades, que quedaron expuestas. No se deberían dejar pasar si se quiere que el procedimiento no se haga costumbre y el fruto se empiece a pudrir en la planta.

En el riesgo y en el drama se adquiere el temple. Allí radica la base del ídolo, que justamente no tiene por qué ser un invicto e inmaculado. Al contrario. Más lo es cuanto más se nos parece.

La perfección numérica sirve para pedir unos billetes más, pésimo negocio comparado con su confiabilidad.

Para no movernos de la escudería Zacarías, el Látigo Coggi perdió con Arce Rossi, pero luego le ganó a Pajarito Hernández. Y antes de conquistar el título mundial tuvo pésimas peleas contra Ramón Collado –que para algunos ni empató-, y triunfos insulsos por puntos porque le costó definir. Mas no apuraron un KO, ni dibujaron un resultado. Estas son avivadas modernas que perjudican más de lo que benefician.

La gente común lo advierte. El público –tanto del estadio, como de la TV- merece que se le garantice seriedad, no sólo en los rivales, sino en la pelea, y esta empieza desde el pesaje, pasa por jueces y árbitros, y termina en los mismos boxeadores, que en todos los casos deben dar lo mejor.

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