Una de las señas que mayor convención social tiene en Argentina es la del café cortado. Más allá del uso o no, cuando uno entra a un bar y ve el ademán del índice y el pulgar, entiende qué es lo que se pide. También, muchas veces, usamos ese gesto para decir porque " por poquito" pasó algo. "Por un cachito así". Sin embargo, casi nunca nos ponemos a pensar realmente cuánto es ese "poquito" y menos aún nos detenemos a pensar cómo puede cambiar la vida por tan corta distancia.
A Guillermo Coria le pasó. Y a Gastón Gaudio, también. En 2004, en lo que ahora parece ser la prehistoria del tenis, el Gato se quedó con la final de Roland Garros frente al Mago, que iba encaminado a quedarse con el título. Dos sets a cero arriba y con baile. Pero, en el tercer parcial, los calambres atosigaron a Coria, la lesión influyó en su nivel y, a partir de ahí, quedó entregado a su propia fortuna. No la tuvo.
Quedó en el recuerdo colectivo el revés cruzado de Gaudio en el último punto, el vuelo de su raqueta con su grito de festejo y los ojos llenos de lágrimas. La alegría del campeón de Roland Garros. El discurso del rubio, junto a Vilas, y los saludos a “mami y papi”. A pocos pasos, el otro finalista mantenía los ojos clavados en el piso, no los levantaba y hacía fuerza para no llorar. Estaba en el lugar que siempre soñó, pero levantando el trofeo equivocado. El de consolación.
Veinticinco minutos antes, el tenista que no alzaba la cabeza mientras la fiesta pasaba a su alrededor, había tenido el triunfo en sus manos. Dos match points. Uno con el drive -que se fue lejos- y el otro con su revés. En esta última chance estaba 6-5 en el quinto set y a un punto de quedarse con todo. Coria armó la estrategia, lo aguantó, jugó una derecha profunda sobre la izquierda de su rival hasta que encontró un hueco y tiró un revés paralelo. Out. Se fue “por un cachito así”. El tenista argentino, que para muchos iba a tener más oportunidades de ganar un Grand Slam, perdió en esa bola su chance más clara. Y no se había dado cuenta. Gaudio, hasta ese momento, tampoco.
En otras circunstancias, el ying y el yang de la suerte en el tenis también le había jugado para el lado oscuro al que, en esa situación, festejaba. Fue en la semifinal de la Copa Davis de 2002 contra Yevgeny Kafelnikov. Partido clave. Ganaba 5-2 en el quinto set y 40–15. Doble match point. Gaudio golpea profundo. La bola que pareció buena, pero dieron mala, podría haber salido un poco más al centro, pero no. Cantaron out. Gaudio se cayó mentalmente, aparecieron sus fantasmas y el partido se le esfumó. Decepción y críticas. Dos años más tarde, esos centímetros volvieron a él en forma de título francés.
Años más tarde, en una entrevista con Nicolás Cayetano, Gastón Gaudio comparó esa final con la primera escena de "Match Point", la película de Woody Allen. Ahí se puede ver cómo una pelota vuela por el aire, pega en la red, flota y queda detenida sobre la faja. De fondo, una voz dice: “En un partido hay momentos en que la pelota golpea con el borde de la red, y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante o hacía detrás. Con un poco de suerte sigue hacía delante y ganas, o no lo hace y pierdes”. Más allá de que está claro que ante la diferencia de nivel no hay fortuna que alcance, nadie nunca desecharía una pizca de suerte.
Del lado del que perdió, la mirada baja, fría y directa al piso rojo de Roland Garros, un tiempo después se transformó en una anécdota. El dolor por esos centímetros "a favor" que le quedaron después de que la pelota picara del lado de afuera, se cobraron diez años después. En 2014, el hijo de Guillermo Coria, se los devolvió sin saber. En una entrevista a Infobae, el ahora ex tenista, contó: "Mi hijo una vez se cayó y casi se rompe la cabeza contra el hormigón. Estuvo a nada de romperse la cabeza" y, luego, reflexionó: "Esos centímetros por los que tanto puteé durante mucho tiempo, esos centímetros que no me dejaron ganar el torneo. Esos centímetros son los que hoy salvaron a mi hijo".
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