En plena vigilia de la final de la Copa Libertadores frente al Flamengo, River, más allá de la derrota ajustada ante Central, parece haber resignado la frescura y el ingenio ofensivo, como si a esta altura acusara cierto desgaste para poder reencontrarse con su mejor versión futbolística

Cayó River frente a Rosario Central, dos semanas antes de la final de la Copa Libertadores contra el Flamengo el próximo 23 de noviembre en Lima. No impacta la derrota. Ni impacta su flojo rendimiento. No llegaba River regalando flores ni actuaciones formidables. El equipo viene denunciando cierta falta de frescura ofensiva para encontrar los espacios. O ausencia de talento para ir descubriendo los espacios en ataque. Que por otra parte son los más difíciles de encontrar.

Lo que estalla a la vista de cualquiera que frecuente el fútbol es que River no tiene en su plantel a una gran estrella. Por ejemplo de la dimensión que supieron tener el Beto Alonso y Enzo Francescoli. La estrella excluyente es su entrenador Marcelo Gallardo.

El Muñeco es la figura estelar de este River que desde hace poco más de cinco años impone ritmos, aceleraciones y algunas pausas en el fútbol argentino y sudamericano. También queda en evidencia que River es un equipo muchísimo más sensible a las aceleraciones que a las pausas. Será porque las pausas inteligentes que combinan con precisión artesanal los tiempos y los espacios suelen ser una propiedad de los grandes jugadores.

Exequiel Palacios no tiene pausa. Nacho Fernández tampoco. Ellos van y van. El único que sabe frenar, bajar un par de cambios y esperar los tiempos de la jugada es el colombiano Juanfer Quintero, hoy todavía intentando recuperar su mejor forma física y futbolística.

La realidad es que no lo distingue a River ni el talento individual ni el colectivo. El talento es la improvisación creativa. El genio que rompe todos los equilibrios. Lo que distingue a River es el funcionamiento. Y en el marco de ese funcionamiento, en especial su continuidad en el ritmo. Su permanente presencia con aspiraciones de desbordar al rival en base a un martilleo ofensivo constante.

En ese escalón, River saca ventajas. Porque presiona, apura, empuja, genera y desequilibra precipitando en muchas ocasiones el error adversario. Ahí factura. Aunque, en general, no tiene vuelo. Tiene una convicción muy firme para ir al frente. Para ganar la pelota y la iniciativa. Y para ser un equipo dominante.

Está bien que le lluevan elogios a Gallardo. Armó en continuado desde que arribó como técnico de River en julio de 2014 varios equipos potentes, dinámicos y bien fundamentados. Pero no extraordinarios como el ambiente pretende reivindicarlos, subiéndole el precio, como si las respuestas del modelo tuvieran una conexión directa con una perfección incuestionable. Y no es así.

Insistimos que los méritos de Gallardo son indiscutibles. Pero esto no significa que River sea una expresión de fútbol de alto nivel. No revela esa categoría el equipo. No muestra ese perfil. No cuenta con un par de individualidades (o por lo menos con una) que sean capaces de iluminar los rumbos desconocidos de un partido adverso, como por citar un caso, se manifestó en la reciente derrota ante Central en el Monumental.

A favor de Gallardo habría que sostener que aún sin relieves individuales brillantes, construyó un River que nunca se bajó de ninguna competencia importante. Mantuvo el fuego siempre encendido, aún en etapas de mayor o menor complejidad. Esta virtud poco extendida, no es menor. Es determinante para calibrar la atmósfera y el microclima positivo del plantel.

Sin un jugador cinco estrellas, quizás también la tarea de Gallardo en el arte de gestionar los egos de los futbolistas, haya encontrado un camino más allanado. Porque no se adivina un líder claro y rotundo en el plantel de River. Un líder más expresivo como lo fue el Beto Alonso o un líder más silencioso como Francescoli.

Podrán tener ascendencia Javier Pinola, Leo Ponzio, Enzo Pérez y quizás Franco Armani, pero ninguno de ellos es crack. El crack no siempre se encolumna detrás del entrenador. En no pocas ocasiones se pone por delante del entrenador. Este problema Gallardo no lo padece. Nunca lo padeció en su rol de técnico de River.

El líder absoluto de River, sin lugar a dudas, es Gallardo. Sin competencias. Y sin atisbos de que esto en el corto o mediano plazo pudiera modificarse. El territorio completo de River no admite hoy otra autoridad e interpretación que no sea la mirada y la lectura estratégica del Muñeco.

¿Querría Gallardo tener en el plantel a una estrella que estuviera a la par o incluso por encima en el plano de las idolatrías? ¿O prefiere ser el único en esta escala de grandes amores correspondidos? Por el momento, el tablero que fue diseñando en River indica que no tiene que discutir ni polemizar nada con nadie. Que está en la cumbre, sin interferencias ni problemas insuperables en el día a día.

En todo caso los problemas y las dudas de cara a la final frente al Flamengo, son las que mencionamos en el arranque. La ausencia de cierta frescura e ingenio ofensivo que se advierte. Por eso chocó tanto ante Central. Y es un tema para considerar y no subestimar en la inminencia del cruce decisivo contra el Flamengo el sábado 23 en Perú.

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