Las reglas. Cumplirlas, o no cumplirlas. ¿Cumplirlas a medias? ¿A veces sí y a veces no? ¿Algunas sí, algunas no?
Tal vez moleste más el cumplimiento parcial o discrecional, que el incumplimiento, porque da la sensación de mayor injusticia, de muñequeo, de inseguridad y falta de coherencia, cosa que es peor que ignorarlas.
No es por maldad en este caso. Mucho menos por dolo. Simplemente es lo que se puede, ya que el contexto condiciona sobremanera una realidad que no cuaja con la que reinaba hace casi 20 años, al momento de escribir el reglamento de la FAB.
Sólo así se puede entender que se actúe tan rígidamente en algunas cosas, y tan flexiblemente en otras.
Resulta que el domingo pasado estuvo en juego el título argentino vacante de los superplumas, porque a su último poseedor, el cordobés Matías Romero, lo despojaron por no defenderlo en el término de un año, tal como reza una disposición creada recientemente, bien pensada si fuera acompañada de otras cuestiones. Por ejemplo, revalorizar más los títulos argentinos, acordando con las entidades mundialistas que se rankeen en sus listas a los campeones.
Pero como el título argentino no posee arancel, es decir, no está contemplado pagar sanciones a tales entidades –como sí hacen los regionales-, nadie tiene el decoro ni la dignidad de incluirlos, cosa que sí hacen con los otros, a sabiendas de que son infinitamente menos serios.
Por eso también repugna oírlos llenarse la boca con preocupaciones hipócritas, o pretender mejoras y excelencias, cuando es tan visible que se mueven materialistamente y por propios intereses.
El problema que denunciamos en estas líneas es que el título vacante se disputó entre el Nº 2 del ránking argentino de los plumas, el cordobés Kevin “Maquinita” Acevedo, y el 7º de los superplumas, el catamarqueño Javier Herrera, duelo que ganó el primero por puntos.
Pero el reglamento explica expresamente cómo debería llenarse una vacancia de título argentino, que debe ser entre dos de los tres primeros del ránking, o una pelea entre el 2º y el 3º y el ganador contra el 1º.
Jamás habla de que lo puedan disputar uno de otra categoría -fuera de la lista de los 10 de la división en cuestión-, ni uno que esté más atrás del 3º puesto, aunque en este caso al menos se figura en la categoría adecuada.
¿Por qué una regla se cumple tan a rajatabla, con puntualidad bancaria, y la otra tiene tantas libertades y excepciones?
Entendemos. Falta de oponentes, falta de presupuesto, pocos disponibles. ¿Pero hay alguna urgencia en llenar cuando no hay candidatos ni interesados? ¿No los hay, o es que a nadie le interesa la corona argentina?
Pero hay algo peor. El Nº 1 del ránking argentino superpluma es justamente Matías Romero, el reciente despojado, y lo más absurdo es que peleó en la velada del domingo. ¿Por qué no lo hizo él ante cualquiera de los dos rivales que disputaron la corona?
El 2º del escalafón casero es el noqueador puntano Fabricio Bea, y el 3º el ascendente bonaerense Neri Romero, los tres invictos, prometedores, con proyección internacional. ¿Cuántos cruces interesantes podrían armarse a partir de esta trilogía, con la faja criolla en juego, que bien podrían tenerse en cuenta para las ambiciosas “Fechas FAB”?
Sólo con cumplir y hacer cumplir los reglamentos la cosa se enderezaría bastante, y se multiplicaría en cuanto a nivel e interés. ¿Pero de quién o de qué depende?
Raglas que no se cumplen, reglas que se aplican mal, otras que no se aplican o desconocen. En la misma velada del domingo, en el predio de los Camioneros de Luis Guillón, sucedió otro caso que la FAB debiera corregir en tiempos de VAR y suspicacias.
Fue en una preliminar entre Maximiliano Fuentes y Lucas Priori, que dicho sea de paso, está más en zona roja que verde y debiera reflexionarse su continuidad.
Ya en el 1º asalto Fuentes lo cortó en la ceja izquierda, con una acción confusa que de haberse analizado bien, o era codazo izquierdo, o cross diestro. En el primer caso era descalificación o descuento de punto si Priori seguía, y de agravarse, tarjetas. En el segundo, KOT, ya sea que se parara allí o después.
Pero el árbitro Daniel Bogado, sin consultar siquiera a los jueces, ni recurrir a las imágenes de TV –como lo faculta el reglamento-, decidió lavarse las manos e ir a las tarjetas en el 3º cuando paró el combate por la herida agravada, sin haber visto nada. Es como si un árbitro de fútbol, ante la duda, prescindiera de los jueces de línea.
Si acertó o no, no es la discusión. El proceso es incorrecto. No usar las armas que el reglamento otorga es como no respetarlo, o peor aún, no conocerlo. Y ambas cosas son graves.