Aquellos que no lo pueden ver ni dibujado porque lo sienten tan ajeno como distante, replican que Riquelme solo se empeña con obstinación y egoísmo en mirarse su propio ombligo. Que cada palabra y cada frase que pronuncia cuando lo entrevistan destila cierto veneno y cinismo que inocula con ironía y calculada corrección política. Le adjudican estos enemigos declarados la suma de celos, envidias, vanidades y rencores en altas dimensiones. Lo que delata a estos enemigos es la mediocridad intelectual que los persigue.
Riquelme, por lo menos en público, ni se inmuta al escuchar tales acusaciones de sus detractores habituales. Sonríe. Esa es una de sus respuestas clásicas. Y no retrocede. No lo hizo antes cuando jugaba ni lo hace ahora cuando mira todo desde afuera con la perspectiva del hombre que sabe que lo suyo sigue generando adhesiones que van mucho más allá de la pasión que genera la camiseta de Boca.
En esta oportunidad, el pasado domingo por la noche, la voz serena y reflexiva de Riquelme se escuchó en un programa de televisión. Y explicó con esa naturalidad que lo identifica: “Boca todavía no es un equipo. Es mi opinión. Yo analizo el fútbol de una manera muy simple. Cuando ganas nadie dice nada, pero… Puede darnos muchas alegrías pero hoy no es un equipo serio”.
Estas opiniones como tantas otras que disparó Riquelme en sus años de esplendor y de observador filoso del juego de su equipo y de otros equipos y de tantos jugadores, despertaron lo que suelen despertar los tipos que no le piden permiso a nadie para decir lo que quieren decir.Directamente lo hacen aunque promuevan rechazos y resistencias que no modifican ningún rumbo.
¿No tiene autoridad Riquelme para hablar de Boca? ¿O para referirse a la marcha de la Selección nacional? ¿Qué es lo que perturba tanto? ¿Qué no se calla? ¿Qué no abandona la sana costumbre de instalar lo que piensa?
¿Qué tiene juicios de valor que se alejan de los lugares comunes cuando son demasiados los que lo cultivan porque no tienen otra cosa para aportar? ¿Qué perfora los medios tonos y la diplomacia franelera? Parece que no lo conocieran. Que lo subestimaran, aunque no lo subestiman. Que no creyeran que el hombre que el próximo 24 de junio cumplirá 39 años va a continuar construyendo su propio libreto con la misma tranquilidad y eficacia que siempre lo caracterizó.
No le pidan a Riquelme que arroje flores por todos los rincones para quedar bien con las distintas audiencias. A Bochini le ocurre lo mismo. Al Beto Alonso también. Al Loco Gatti igual. A Maradona igual. No le pidan que se autocensuren. No lo van a hacer. No lo hicieron. No está en la naturaleza de ellos.
Riquelme siempre perteneció a la clase de los jugadores que no se subordinan al coro ruinoso y uniforme de cortesanos del poder de turno.
Habrá tenido alguna que otra claudicación pero gana por goleada lo otro. Su perfil independiente. Su autonomía. Su interpretación de los hechos. Su mirada despojada de consignas falsas.
Todo esto, por supuesto, tiene un costo. Un costo importante. Uno de ellos, no gozar de todas las aprobaciones. Por ejemplo del actual plantel y cuerpo técnico de Boca. De ser objeto de algunos resentimientos. De ciertas calificaciones que pretenden mostrarlo como un protagonista de actitudes reaccionarias. De ganarse enemigos mediáticos.
Su lectura sobre este Boca que conducen Guillermo y Gustavo Barros Schelotto no es nueva. Viene repitiendo Riquelme que no le cierra el equipo. Que muchos jugadores que integran el plantel arribaron al club sin ser figuras consagradas. Y que los resultados favorables y la punta en soledad que ostenta en la tabla no son argumentos ni razones suficientes para tapar todo. Y para diluir cualquier crítica.
“Boca hoy no es un equipo serio”, declaró el mayor ídolo en la historia de Boca. ¿A qué se refería Riquelme cuando hablaba de que Boca “no es un equipo serio”?
Salta a la vista: a lo que transmite Boca. A su imagen incuestionable de equipo errático. De equipo no confiable. Que aparece y desaparece de la cancha en un mismo partido sin dejar señales. Y es cierto. No hizo un análisis sorprendente Riquelme. No tiró una bomba ni una bombita. Denunció lo que se ve. Eso que no puede ocultarse.
Lo que les duele a muchos es que no se guarda las palabras. No las esconde. Las expresa. Las larga al ruedo. Y le da contenido a una idea. Eso es lo que molesta. Lo que irrita. Y lo que no le perdonan, aún reconociendo que tiene razón. A esta altura es obvio que a Riquelme no lo van a cambiar las broncas ni las chicanas ajenas. Como no los cambiaron a Bochini, Alonso, Gatti y Maradona, por citar a algunos. Y sus voces se siguen escuchando.
El que quiera oir que oiga. Y el que no…
Por Eduardo Verona
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