En sus 74 años, desarrolló una extensa vida dedicada al arte y con sus películas ganó premios nacionales e internacionales, al punto de ser considerado como un
director de culto.
Sin embargo, no todo fue color de rosa. Nació el
28 de mayo de 1938 en Mendoza, en un barrio pobre y complicado, y donde debió soportar el abandono de su padre. Con una infancia conflictiva, gran parte de la misma la debió pasar en internados, de donde se escapaba o directamente era expulsado. También tuvo una reclusión
carcelaria por una serie de
robos pequeños.
Pero luego de esto decidió estudiar como seminarista o, más tarde, tratar de incursionar en las fuerzas armadas. Su madre,
Laura Favio, actriz y escritora de radioteatros, solía conseguirle pequeños papeles en
Mendoza y que él aprovechó para preparar sus primeros libretos.
Pero Favio decidió que Mendoza ya le comenzaba a quedar chica y decidió probar suerte en
Buenos Aires. Empezó como extra en una película, pero de inmediato logró la atención de
Torre Nilsson. Fue así como comenzó su carrera de actor participando en filmaciones como
El secuestrador (1958) y
Fin de fiesta (1960), entre otras.
Pero también le quedaba chico estar de ese lado de la cámara y empezó como director con el cortometraje
El amigo (1960), contando ya con una obra a cuestas, pero inconclusa:
El señor Fernández (1958).
Fue parte de la segunda gama de directores que renovó el cine argentino. Entre los cabecillas de este nuevo cine en los años sesenta estaba su buen amigo
Torre Nilsson y
Fernando Ayala. En 1965 estrenó su opera prima
Crónica de un niño solo, producida por Luis Destéfano, aunque quien le aprobó el guión fue Torre Nilsson, quien no se animó a producirla.
En 1967 realizó
El romance del Aniceto y la Francisca..., con
Federico Luppi, Elsa Daniel y María Vaner, a quienes algunos críticos mencionan como la mejor película argentina de todos los tiempos.
En 1969 estrenó
El dependiente, basado en un cuento de su hermano y coguionista
Zuhair Jury. La película fue catalogada por el entonces Instituto Nacional de Cinematografía de «
exhibición no obligatoria», significando la supresión del apoyo oficial argentino hacia el filme. Fue entonces cuando Favio, quizá motivado por las trabas económicas que el cine le estaba significando, decidió lanzarse al
canto profesional, cosechando un éxito que le permitió en numerosas oportunidades solventar gran parte de sus películas.
Le proponen grabar un disco, resultando el primer sencillo de Favio,
Quiero la libertad, un gran fracaso. La productora entonces le aconsejó grabar
Fuiste mía un verano y O quizás simplemente le regale una rosa; íconos de su primer álbum, también titulado
Fuiste mía un verano (1968). El disco resultó emblemático, constituyendo el más clásico de sus repertorios.
Pero su pasión estaba en el celuloide. Dejó los escenarios para dedicarse por completo a su película
Juan Moreira (1973).
Luego vendría Nazareno Cruz y el lobo (1975, sobre el radioteatro de Juan Carlos Chiappe) que lo consolidó como director. En 1976, realizó
Soñar, soñar, con Gian Franco Pagliaro y Carlos Monzón y, tras el golpe militar, se fue al exilio como consecuencia de su otra pasión:
el peronismo.
Regresó al país en 1987 y reinició su carrera como realizador cinematográfico con
Gatica, el Mono (1993) y continuó paralelamente la de cantautor, esta vez en giras más cortas debido al tiempo que le demandaba el cine. Entre 1996 y 1999 realizó el documental
Perón, sinfonía del sentimiento, donde en cinco horas y cuarenta y cinco minutos plantea la situación de Argentina entre la
Primera Guerra Mundial y la muerte de
Juan Domingo Perón (1974).
Su última obra fue Aniceto, donde Favio interpreta el tema musical que cierra el film, el que a su vez es obra de su hijo, el músico y compositor Nico Favio (Premio Clarín, al artista revelación 2005 por Rodeado de Buenos Aires).
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