Figura clave del teatro argentino, el hermano de Discepolín murió un 8 enero
El dramaturgo y director Armando Discépolo, figura principal del teatro argentino y rioplatense y creador del grotesco criollo, falleció el 8 de enero de 1971, hace exactamente cuatro décadas, a los 83 años. Hermano mayor de Enrique Santos Discépolo, Discepolín, con quien compartió la autoría de algunas obras, había nacido en Buenos Aires el 18 de setiembre de 1887, hijo de un músico napolitano, y tuvo gran influencia en los autores de la Generación del 60. Son grotescos a su manera La Nona y Gris de Ausencia, de Roberto Tito Cossa, Heroica de Buenos Aires, de Osvaldo Dragún, El Pan de la Locura, de Carlos Gorostiza, El Caballero de Indias, de Germán Rozenmacher, varias obras de Griselda Gambaro y todas las de Oscar Viale. En cuanto al término “grotesco”, no está referido a lo deforme o ridículo, sino que deviene del italiano “grottesco”, lo oscuro y misterioso de una gruta, concepto ya utilizado por Luigi Pirandello para sus propuestas naturalistas. Eso promueve que tanto en los ejemplos peninsulares como en el grotesco criollo el drama y el humor corran juntos, ya que ésa es la esencia del tipo de teatro discepoliano, que deviene del sainete y el vodevil. Primero quiso ser actor y llegó a pisar un escenario junto a la consagrada Camila Quiroga, pero esos pininos no prosperaron: “Siempre quise ser actor, pero a tiempo advertí que me faltaba la condición de la paciencia; no puedo repetir un personaje, una situación, durante 50 noches. Por ello preferí ir hacia la dirección y la literatura dramática”. Discépolo escribió su primera obra, Entre el Hierro, a los 18 años de edad, estrenada por José Pepe Podestá, y decidió dejar de escribir en 1934, dos años después de estrenar Cremona. En el medio plasmó hitos como Babilonia, Relojero, El Movimiento Continuo y Stéfano, la única de sus obras que rescataba. Muchos intérpretes veteranos recuerdan su amplia cultura, que no le servía para enarbolar petulancias sino para aplicarla a sus trabajos, tanto en el teatro como en el radioteatro, disciplinas de las que siempre sus dirigidos obtenían alguna revelación.
Exigente
En radio, Discépolo incorporaba su severidad para la escena: ordenaba una primera lectura con marcación, luego otra con todo el elenco, enseguida un ensayo general con micrófono y sólo después la salida al aire. Durante una entrevista, en 1954, se le preguntó cuál era la responsabilidad del director en un espectáculo. “Es total. Cuando fracasa una comedia, la responsabilidad es únicamente del director; en cambio, cuando triunfa, da la impresión de que algo tuvo que ver. El oficio le exige estar en todo. Todo lo que se ve y cuanto ocurre en escena fue resuelto por el director”, respondió. Según su opinión, “los movimientos más precisos, los tonos de voz, el ritmo escénico, todo fue escrito por el director como en un pentagrama, para que la acción escénica se concierte con felicidad y lógica”. “Aunque se ha dicho muchas veces, conviene repetir que el director es el primer creador total del espectáculo. Luego viene la creación de los intérpretes, en la que también interviene de una manera definitiva, ayudándolos a buscar su perfección”, completó. Discépolo fue quien levantó el telón del teatro Argentino -de la calle Bartolomé Mitre, incendiado por hordas fundamentalistas algunos años más tarde- para la primera versión profesional (1955) de El Puente, de Carlos Gorostiza, representada hasta entonces por grupos vocacionales. Según Raúl H. Castagnino, “Discépolo conocía a fondo las dotes histriónicas de actores y actrices (...) y sabía hacerles rendir el máximo sobre la escena”. “Pablo Podestá, Orfilia Rico, Guillermo Battaglia, Florencio Parravicini (a quien sometía al rigor del texto, nada de improvisaciones), Gerardo Ciccarelli, Milagros de la Vega, Roberto Casaux y Luis Arata, entre otros, estuvieron bajo su dirección”, continúa el crítico y escritor. De allí se deduce el juego de dualidades que Discépolo obtenía de sus intérpretes, que inevitablemente surgía de los personajes de grotescos inspirados en “tipos” de la inmigración. Sobre ellos y sus recursos escénicos dimensionaba las ambivalencias de risa-llanto y tragedia-caricatura, en las que se asienta el género.

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