El protagonista de Tiempos Compulsivos explica que para el personaje que le tocó “hay que tener cierta edad o, al menos, un camino recorrido”. Dice que la locura es “delicada, poética y terrible” y que “no está tan lejos de todos nosotros como pensamos”.
Qué tan lejos están las personas “normales” de aquellas que padecen un síndrome compulsivo? Con esa pregunta arranca cada capítulo de Tiempos Compulsivos, el unitario de El Trece (los miércoles a las 22.30). En algún punto, el espectador se siente identificado con las conductas y reacciones de los personajes que se condenan en una sociedad, justamente, cada vez más compulsiva. En definitiva, casi nadie escapa de esa delgada línea entre la locura y la cordura.

Esta vez el rol del psiquiatra que trata a un grupo de personas con diagnósticos severos recayó en la figura de Fernán Mirás, un actor de gran experiencia en la productora de Pol-ka y que logra una gran credibilidad: “La ficción no sólo pone el foco en los pacientes, sino también en la cantidad de cosas que todos los normales hacemos de manera compulsiva. Por eso creo que genera una gran identificación con el espectador”.

Mirás retoma una frase del personaje de Esteban (Rodrigo de la Serna), un mitómano compulsivo, como el centro de las historias que se van hilvanando en cada uno de los pacientes: “Yo las mentiras las creo porque son más lindas que la realidad”. En este límite impreciso y, si se quiere, peligroso se mueve la locura: “Por eso insisto que la locura es delicada, poética y terrible.  Porque no está tan lejos como uno siempre piensa. Creemos que nos pasa de muy lejos, pero en realidad expresa cosas que tenemos latentes y las patologías que aparecen en el programa muestran las partes de uno más esenciales y peligrosas. Hay obsesiones que están contenidas, están ahí y en algún momento pueden desatarse”.


El actor señala que él mismo es un seguidor de este tipo de ficciones y no le teme a las comparaciones de quienes interpretaron el rol del psiquiatra, como en los casos de Jorge Marrale (Vulnerables) y Diego Peretti (Locas de Amor y En Terapia): “Son programas que vi. La diferencia con esos personajes parte del libro de Javier Daulte. Es verdad que es la primera vez que me pongo en el rol del psiquiatra y creo que es una manera muy dulce de llamarme viejo. Porque para llegar a ese papel, hay que tener edad o, al menos, un camino recorrido. Antes no lo podría haber hecho. Igualmente, para la edad que tiene mi personaje (Ricardo Buso) está muy curtido y quemado. En la ficción se muestra que él está desencantado con la profesión pese a su gran vocación. La historia lo agarra en un momento en donde debería tomarse vacaciones”.


En Tiempos Compulsivos se muestra a un psiquiatra de carne y hueso, con problemas en su casa. Una relación tirante con su mujer (Julieta Vallina) y un hijo adolescente. La llegada de una nueva integrante al grupo, Paola Krum (Julieta Despeyroux), una psicóloga recién recibida preocupada por aliviar el dolor de los que sufren. Lo dice una mujer atormentada porque no puede dejar de mirarse al espejo. Este contrapunto “es lo que a veces lo hace reaccionar a mi personaje.


En un pasaje de la historia, ella le quería festejar el cumpleaños de la enfermera de la Fundación donde se atienden los pacientes porque nadie se acordaba de su cumpleaños y yo le contesto: ´¡No me rompas las pelotas!´. Este personaje está un poco agotado por los años de profesión”. A esta altura del unitario ocurre lo que no debería ocurrir en las sesiones, el enamoramiento entre el psiquiatra y su paciente.


Para Mirás, Tiempos Compulsivos a diferencia de sus antecesoras en la televisión trae algunas novedades: “El relato tiene una estructura compulsiva y, si se quiere, rara. El programa no está basado en las sesiones. Es más, no en todos los capítulos hay sesiones. Y lo que más me resulta de particular de esta serie es que vos creés que la historia va para un lado y para otro, como el que el escribe el relato fuera también compulsivo. Pasa de todo, todo el tiempo. Es un gran quilombo que siempre termina teniendo un hilo conductor impensado. En cada emisión hay un cierre y vuelve a su cauce. Por eso digo que cada capítulo termina perfecto. El recurso de que el personaje mire a cámara e interpele al espectador, como si buscara un confidente genera una gran identificación con el producto”.


A excepción del personaje de Krum el resto de los integrantes del grupo de sesiones que se encuentra con el psiquiatra en la Fundación Renacer cargan con severos problemas: “En general los personajes vienen más golpeados. Paola, una psicóloga obsesionada con el espejo y con una relación afectiva difícil, llega fresca e inexperta al grupo y por ello paga un precio. Para nosotros (por los psiquiatras Mirás y su ladero Juan Minujín), ella trae una suerte de esperanza y la miramos como éramos nosotros diez años atrás”.


Otro de los aciertos de la ficción, según Mirás, es mostrar lo que ocurre en la casa del psiquiatra. El mitómano que interpreta De la Serna desde el primer capítulo plantea una verdad que en algún momento todos lo pensamos: “¿Cómo va a ayudarnos (por el psiquiatra) si él mismo no puede con su vida?”. Para asumir el rol de psiquiatra, Mirás consultó con algunos de ellos y llegó a la conclusión de que “los psiquiatras parecen padres y los pacientes sus hijos. Como son médicos y medican, la responsabilidad es grande y no abusar de esa relación es aún más grande”.

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