Ingresa a uno de los salones del palacio Piccaluga de Recoleta casi como una tromba. La mesa está dispuesta para la estrella de El Maestro y él, Julio Chávez, lo sabe.
“¿Cómo estoy?... Paranoico pero no por mis espaldas, si no por los que están enfrente”, bromea el actor en relación a los periodistas.
Le llega un té, aunque jure que no lo pidió. “Mejor no lo tomo”, afirma siguiendo casi como un chico con el jueguito de su “persecuta”. Después, ansioso por recrear su nuevo rol en la gran apuesta en unitario de El Trece, comienza a deshojar sus impresiones.
“Decidí estudiar el personaje aún a riesgo de no saber si se hacía”, sorprende de entrada el “ex Puntero”. “Un año, sostiene, me llevó de preparación. Tomé esa determinación porque si esperaba al momento de grabarlo, seguro no me daban los tiempos para elaborarlo como quería”, dice.
El elogio por esta estrategia lo fastidia un poco. “No entiendo cómo se realza a aquellos actores que sólo intentamos hacer bien nuestro trabajo. ¿De dónde vendrá esa idea de que no nos comprometemos?rdquo;, se pregunta.
A Chávez le gusta hablar. De sí mismo, aunque acepte que se incomoda cuando sus colegas lo citan como referente o que engalanan su currículum argumentando “soy de la escuela de Julio”. “Prefiero definirme como un entrenador de actores antes que un profesor”, se ataja.
También le gusta hablar de achicar el margen de riesgo con cada trabajo “Así pude camelear mi labor de timonel en la película Pampero”, dice tras un duro entrenamiento pero conforme con que tanto esfuerzo le haya servido para convencer al público como un experto en esa faena.
Y por supuesto se entusiasma por destacar la tarea de la labor del maestro, en relación a su ficción televisiva. “Entiendo que la relación docente-alumno es más profunda incluso que la de padre-hijo, hay algo en este vínculo intenso que se relaciona con poner la admiración y el sentimiento, en el que tiene la responsabilidad de formarte”. La historia que comparte con Inés Estévez, Juan Leyrado y Carla Quevedo, la alumna que devuelve a Prat (Chávez) al mundo de la danza, se vio alimentada con algunos secretos propios de esta disciplina.
Raúl Candal bailarín y maestro que acompañó su preparación le dio algunas pistas. Pistas que Chávez conserva como tesoros.
“Al alumno hay que decirle que proyecte sus movimientos pensando en que lo puedan ver los de la platea. Son ellos los que pagan la entrada. Esa idea me pareció fantástica y muy verdadera”, destaca.
Las comparaciones con su vocación surgen inevitables. Como un veredicto insoslayable que lo diferencia aún más de su labor actoral. “En la danza si el cuerpo en dos segundos te hizo una trastada, pasaste de poder a no poder”, asume y amplía: “De inmediato entendí que desde el primero al último bailarín no se permiten el error. A diferencia del actor que hasta comparte sus momentos de relax, eso de reunirse después de una función. En cambio, la gente de la danza asume la actividad y la perfección convencido y en soledad”.
Catalogado por muchos como perfeccionista al extremo, Julio revela otro de sus descubrimientos. “en el momento en el que el bailarín se prepara, no se jode”, comenta acompañando con sus manos tal contundencia.
Con todos y tantos vericuetos propios de esta disciplina, al actor y pintor le suscitó un interrogante personal, cercano a la nostalgia.
“Reconozco que de haber vuelto a nacer, me hubiera gustado recorrer mejor el mundo de la danza”, comenta quien se siente orgulloso de sus 61 años, dato que revela y repite un par de veces.
El paso del tiempo también aparece en sus respuestas, sin embargo, nadie más alejado que Chávez para suponer en un cambio estético buscando disimularlo, con recursos diversos. “Me parece lastimoso creer que mantenerse joven es un atributo. El verdadero atributo es vivir. Y un actor tiene la obligación de permitir que ese recorrido se refleje en lo que le toca transitar”, cuenta sin pruritos.
“Lo mismo que aquel que se aisla o se jacta de ‘estar salvado’, yo no quiero estar salvado, quiero meterme en todo lo que pueda”, admite casi con orgullo, en relación a su curiosidad y un notorio rechazo de los momentos de ocio.
En tren de definiciones, Chávez asume sus limitaciones; por ejemplo, separar el sentido del arte, de quienes administran arte.
Su postura, también abarca a la pintura. “En 2018 voy a llevar mis cuadros al Museo Emilio Caraffa de Córdoba, celebro que puedan ser exhibidos. Si alguien quiere alguno, seguramente quede allá”, imagina.
Además de El maestro y la alegría por haber descubierto el particular mundo de la danza en profundidad, Julio enumera sus proyectos, con la confianza que le da el apetito por mantenerse inquieto.
“Es más fuerte que yo”, justifica. Entonces comenta: “Después de eso voy a filmar una opera prima de un director en Jujuy y estamos pensando una miniserie con Pol-ka para finales de 2018”. Igual hace una pausa y agrega “¿Que no me queje? Bueno, a veces imagino a mi vieja diciéndome desde el cielo (dice señalando) disfrutá lo que te pasa ahora porque lo que después viene...será terrible”, concluye dramático. Bien a lo Julio Chávez.
“¿Para qué voy a parar?rdquo;, suele ser una pregunta recurrente, de quien no pone reparos en decir que desprecia el ocio, aunque también tiene momentos para entretenerse con lo que la pantalla ofrezca.
“Yo sigo mirando la tele y soy uno de los tantos que está atento con lo que le pasa a Yanina (risas), pero hay una diferencia entre lo que sostengo y lo que ustedes los periodistas suponen, yo en todo eso no busco la verdad, sino ficciones”, comenta, siempre provocador.
Mientras tanto, el nuevo personaje que encarna le da cierta ternura, que para nada intenta disimular. Por la danza y por lo que el mundo del artista de esta disciplina ofrece.
“Cuando Luisa se encuentra a un costadito apartada escuchando a Tchaikovsky, muchos pueden pensar que nada que tiene que ver con la realidad de quien se prepara para una dura competencia. ¿quién es capaz de suponer que no esa no es la vida del bailarín, aún cuando el contexto no sea el más cómodo?rdquo;, cuestiona casi devoto con el rol que eligió en suerte y reivindicando ese marco.
Claro que transmitir su experiencia y sabiduría, como Prat, se trunca con el otro conflicto que el maestro deberá atravesar y que poco o nada tiene que ver con la excelencia o la trascendencia del baile.
“Paralelamente, hay otro problema que surge y es asumir la obligación como abuelo”, informa Chávez, en relación a otra dificultad impensada como es la crianza de un pequeño, mientras su hijo atraviesa una condena luego de ser detenido por tráfico de drogas.
La guerra de los egos
Pero eso no es todo, también el cruce con su ex, Paulina, representa el ingrediente más fuerte de la serie. Acaso esto se sostenga a partir de un atípico personaje para Inés Estévez.
“Siempre hago de buena y me gustó hacer un personaje más dañado a nivel emocional y que intenta hacer daño pero que es vulnerable, con un grado de herida y de emoción expuesta muy grande”, confió la actriz en relación a esta atípica apuesta, acaso desechando los lugares comunes de las clásicas malvadas.
Por supuesto que para tal enfrentamiento, la competencia constituye el disparador de la historia.
Los siempre controvertidos certámenes o becas los colocarán en veredas diferentes.
Quizás la historia y fundamentalmente la tensión entre ambos, sea el termómetro de una pareja poco convencional e interesante para lo que los televidentes argentinos estamos acostumbrados.
Los modos de uno y otro, pero sobretodo la manera de encarar la formación de sus alumnos constituirán parte de la trama.
Pero tal como asume Julio, en relación al vínculo maestro y alumno, la relación entre Prat y Luisa devuelta a más de un espectador a las historias donde el sentimiento devuelva al docente a un añorado pasado y a la joven a un obligado rigor.
Es que Luisa desea fervientemente formarse con el legendario bailarín y aún con la reticencia inicial de éste, a través de su discípula, Prat entenderá que por esta vía podrá recuperar y abrazar una pasión que creía perdida. De ahí, el deseo manifiesto del actor durante esta entrevista. “Si pudiera volver atrás me hubiera gustado poder profundizar mi formación desde la danza”.
Mi hermano, ¿mi jefe?
Ficciones al margen, la presentación de El Maestro cuenta con la presencia del Gerente de Programación y principal mentor de Chávez, si de ficciones de El Trece se trata. Sí, el Chueco Suar.
Con él lleva bastante tiempo compartiendo escenario a partir de esa experiencia que los convenció a elegir de manera conjunta, la atractiva experiencia de la Calle Corrientes a partir de la obra Un rato con él.
Aún recorriendo caminos paralelos, la sola mención de su colega, “jefe” y compañero de teatro (Un rato con él), le dispara una sonrisa espontánea.
“De Adrián valoro su juventud, no por edad, si no por la manera de pensar y vivir. Con él nos reímos, conoce sus límites y eso es importantísimo. ¿diferentes estilos? No sé, yo no estigmatizo, ni para bien, ni para mal”, comenta Chávez, jactándose quizás de las sanas diferencias.