Luis Luque: “Dejé de jugar a ser inmortal”

¿Cómo es su relación con el miedo?

-Muy particular. La mayor parte de mi vida no fui consciente que el miedo formaba parte de mí, hasta que comprendí que sentir miedo está ligado al sentido común y al estar parado lógicamente ante una situación manejable y superable. Advertí que el miedo es necesario, porque de lo contrario se torna en una cosa lúdica e infantil.

¿Cuándo se derrumbó esa creencia?

-Hace tres años, cuando murió mi vieja. Hasta ese momento no entendía que uno se moría. Para mí, la finitud no existía y, por ende, el miedo tampoco. Al morir mi vieja, advertí más adultamente de qué se trataba la vida.

¿Y empezó a convivir con el miedo?

-Sí. Igualmente, tener miedo me da miedo, porque no quisiera que el miedo me paralice. En el teatro, me verduguean porque llego tres horas antes y antes de salir a escena estoy aterrado.

¿Sufre pánico escénico?

-Sí, pero cuando salgo a escena soy una máquina imparable.

¿Con qué se conecta ese miedo?

-Con mi alto nivel de exigencia y con la necesidad de que las cosas sean de excelencia.

Y cuando no lo logra, ¿qué le sucede?

-Paso del miedo a la violencia.

¿Se paraliza o acciona?

-Acciono.

¿A través de la razón o el impulso?

-Normalmente, acciono impulsivamente y luego razono. Muchas veces cometo exabruptos.

¿Dejó de hacer algo por temor?

-Dejé de jugar a ser inmortal. Abandoné, con bronca, la fantasía infantil del superhéroe.

¿Qué sensación experimentó cuando advirtió que usted también se iba a morir?

-Me enfermé. Estuve un año sintiendo que no valía la pena vivir, que no tenía objeto seguir adelante porque todo se iba a terminar.

¿Cuál fue su salvoconducto?

-Silvia (Kutica), mi mujer, y Santiago, mi hijo, mi familia de la calle y mi trabajo.

¿Y comenzó a domesticar?

-Sí. Antes era muy impulsivo e inconsciente con respecto al tema.

¿Atravesó situaciones de peligro real?

-Pasé por situaciones de muerte, de accidentes y de peleas.

¿Y actúa a sangre fría?

-Sí. En esas instancias no se me mueve un pelo.

¿Cómo resulta llevar adelante una vocación que requiere una gran exposición con los miedos a cuestas?

-En un punto, el miedo tiene que ver con la responsabilidad. Cuando uno actúa siente que está por saltar, sin red, al vacío y tal decisión, provoca temor.

¿Hay que saltar todos los días?

-Sí, y ese salto se convierte en un hecho tan vital y tan optimista que es genial.

La experiencia, ¿contribuye?

-En mi caso, no mucho porque tengo memoria corta respecto al trabajo. Siempre arranco pensando que no sé. Acciono, y si bien la experiencia comienza a sucederme a pesar mío, sigo buscando cosas nuevas.

¿No se siente de vuelta de nada?

-¡Nooo! Sigo yendo.

¿La reiteración no le da un background?

-Para mí, la reiteración no existe. Yo soy un actor inquieto y desparejo. Estoy distinto cada noche y funciono según me siento.

¿Qué papel cumplen sus compañeros?

-Son esenciales. Yo creo en la tribu y necesito que me contengan porque me zambullo en lugares extraños.

¿Y si los demás no se tiran a la misma pileta?

-Es raro que no lo hagan, porque cuando me ven nadando, se copan y, al final, terminamos en la misma fosa matándonos de risa.

¿Esto le sucede en todos los ámbitos actorales?

-Sí, porque elijo la gente con la que laburo.

¿Siempre?

-Sí, porque no puedo ensuciar el único lugar inmortal que tengo, que es mi trabajo, con gente oscura.