Atribuyen al 'lonko' Inacayal extraños episodios en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata

En el subsuelo del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde están ubicados los laboratorios, una extraña sensación suele erizar los nervios de investigadores y personal de seguridad cuando experimentan ser observados por una extraña presencia, invisible también, que a veces se manifiesta con una corriente de aire frío que aterra o al menos inquieta a quienes la perciben.

La singular anomalía es atribuía –muy en serio por los vigiladores y de modo más liviano por los científicos- al fantasma del cacique tehuelche Modesto Inacayal, un bravo guerrero nacido en 1833 que junto con su pueblo sucumbió en el genocidio impulsado por la Conquista del Desierto liderado por Julio Argentino Roca.

A diferencia de otros de sus hermanos que murieron en la acción o en las penosas caminatas desde el borde de la cordillera hasta Carmen de Patagones a la que los condenaba la civilización como una variante más del exterminio, Inacayal padeció la tragedia de sobrevivir esas instancias para terminar sus días justamente en el museo que por entonces, 1888, llevaba poco de inaugurado.

La otra derrota

En la suerte, o no, del cacique, el explorador y naturista Francisco Pascasio Moreno cumplió un papel central, primero por haber entablado un vínculo directo con el ‘lonko’ tehuelche en una de sus incursiones a la zona de Tecka, lo que es hoy la provincia de Chubut, donde Inacayal tenía sus tolderías.

Con el cacique caído en desgracia después de ser derrotado el 18 de octubre de 1884 por las tropas de Roca, el perito Moreno lo rescató del confinamiento al que lo habían condenado junto con su pueblo en la isla Martín García y le propuso llevarlo al museo donde la estadía lejos iba a estar de ser feliz.

En 1886, Inacayal llegó al museo junto con lo que le quedaba de familia y otros cincuenta tehuelches que pronto fueron empleados en arduas tareas en el edificio. Cuando el cacique comprobó que la salida ofrecida era una puerta al infierno, ya era tarde.

Cuentan que junto a la indignidad de ser obligado a realizar tareas de limpieza, Inacayal no pudo tolerar que sus congéneres que morían en el museo por enfermedad o exceso de trabajo fueran rápidamente descarnados y sus esqueletos tomados como objetos de estudio y, peor aún, de exhibición.

El hábitat del cacique era el subsuelo del museo, casualmente donde hoy funcionan los laboratorios, donde cada noche tras entrar el último de los tehuelche al salón que compartía, un cancerbero echaba llave al candado de la puerta hasta la mañana siguiente.

Mañana digo basta

Para colmo, una extraña dolencia mató a la esposa y una sobrina del cacique que sólo, sin sus afectos y atormentado por tener que convivir con las osamentas de los suyos, reflotó el espíritu rebelde que lo había caracterizado en la acción en defensa de sus tierras ancestrales.

En la mañana del 24 de setiembre de 1888 Inacayal se paró en lo alto de la escalera que comunica el primer piso con la planta baja del museo. Se abrió la camisa azul de operario ante la mirada incrédula de dos empleados del lugar y tras formular una oración en lengua indígena, se arrojó para poner fin a su calvario. Otras versiones afirman que los dos testigos del hecho no hicieron más que facilitar su salto al vacío.

Obviamente, los restos de Inacayal también fueron despostados como un animal y exhibidos al público en la sala de Antropología Física. Recién en 1994 parte de esos despojos fueron trasladados a Tecka. Lo que faltaba, el cerebro y el cuero cabelludo, se sumaron a lo entregado 20 años antes y así recibieron sagrada sepultura en tierra tehuelche el 10 de diciembre de 2014.

Malón fantasma

Tanto para quienes creen en historias de aparecidos como los psíquicos que encuentran en determinados fenómenos paranormales la manifestación concreta de un paquete de memoria sensitiva fijado en un espacio determinado, los sucesos extraños que se dan en el subsuelo del museo tienen que ver con Inacayal.

En resumidas cuentas unos y otros transfieren al fantasma del “lonko” tehuelche la autoría de los extraños episodios que incluyen también portazos inesperados o escritorios que aparecen revueltos como si un indómito viento patagónico hubiera barrido el lugar.

Y hay más. Si bien desde que los restos del cacique descansan en su terruño las experiencias son menos frecuentes que antes, más de un vigilador nocturno creyó escuchar un zumbido que pronto se convierte en un lamento rítmico pronunciado en una lengua desconocida. Es allí cuando el corazón de estos serenos se acelera y su intenso palpitar se confunde con el intenso galope de un malón fantasma que levanta el polvo de la libertad.

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