El saldo de los Barros Schelotto en Boca tiene que contemplar el plano de los resultados y del juego. El equipo se nutrió especialmente del gol fácil que expresaban sus delanteros, pero nunca encontró un funcionamiento para respaldar a las individualidades

Finalizado el ciclo de casi tres años de Guillermo Barros Schelotto (en dupla con su hermano mellizo Gustavo) en Boca con la conquista de un bicampeonato y la posibilidad de ser semifinalista de la Copa Libertadores 2016 y finalista de la edición 2018, queda en pie una pregunta central: ¿fue bueno, mediocre o malo su tránsito como entrenador por el club xeneize?

En el plano de los resultados, el saldo fue positivo. Conquistó el 63 por ciento de los puntos en disputa: dirigió al equipo en 117 partidos, ganó 63, empató 31 y perdió 23.

Pero el fútbol también se alimenta de otros contenidos. Por ejemplo, el juego. Y en el juego, Boca bajo la conducción de los Barros Schelotto no superó la mediocridad. Esa deuda futbolística el equipo nunca la resolvió. Ni aun en su etapa más plena cuando mantuvo una larga racha de encuentros (46) en la cima de la tabla que despertó los clásicos elogios exitistas que pretendieron ocultar las sombras que venía denunciando el equipo.

Sombras vinculadas directamente a su ausencia de funcionamiento. Porque Boca no tuvo funcionamiento en la gestión de los Mellizos. Si tuvo algo en particular fue un relieve ofensivo que le permitió sacar diferencias en la chapa final que en el desarrollo de los partidos no se expresaban.

Por aquellos días de consagraciones en el torneo doméstico y de avances en las llaves de la Copa Libertadores 2016 y 2018, sosteníamos que Boca era un equipo de apariciones. ¿Apariciones de quién? De sus hombres de ataque. En numerosas ocasiones Benedetto, en otras Pavón, también Wanchope Abila, erráticamente Tevez, algo del colombiano Cardona.

Así confirmaba Boca su espacio de poder. Con raptos individuales. No con juego colectivo. No con funcionamiento. Esas respuestas intermitentes pero muy efectivas constituyeron el argumento más potente de Boca. Hasta Guillermo en la previa del decisivo cruce ante River en Madrid, lo reconoció en pocas palabras: “Nosotros tenemos gol. Y hacemos goles en todos los partidos”.

Lo que no dijo Guillermo es que Boca tenía gol porque el equipo jugaba bien. Porque cualquiera que frecuentara el fútbol podía advertir que Boca estaba muy lejos de jugar bien. E incluso parecía que ni se proponía hacerlo, como si esa virtud imprescindible no la tuviera demasiado en cuenta.

Así, en la medida en que siguiera cultivando el gol fácil, se desentendía del juego. Una opción peligrosísima que por otra parte terminó pagando muy caro cuando la dinámica de la Copa impone en la recta final los duelos a todo o nada. Y se quedó sin nada y además sin margen para las quejas o justificaciones, más allá de reclamar en los escritorios de ese mamarracho denominado Conmebol.

¿Cómo es que los Barros Schelotto no pudieron conquistar casi en tres años un concepto y una idea futbolística para enriquecer la potencialidad del plantel? Esta pregunta en realidad tendrían que responderla ellos. Lo evidente es que el equipo no creció, no avanzó ningún casillero vinculado a su estructura ni dejó señales de que algo valioso en esa dirección podía ocurrir.

Boca se fue resignando a la explosión y a la contundencia de sus jugadores de ataque. Se resignó el equipo y se resignaron los Mellizos a caminar por esa única ruta, revelando un aire de impotencia para explorar otros territorios asociados a la elaboración y a la construcción de un modelo más amplio e inteligente.

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Con sus debilidades expuestas a la vista de cualquier observador, igual el equipo tuvo presencia y actitud para dar pelea en todos los frentes. Y la dio hasta que la película finalizó con el colapso en el estadio Santiago Bernabéu.

De haber ganado Boca en los 90 minutos, en tiempo suplementario o en la quiniela de los penales, el ambiente del fútbol argentino habría intentado de todas las maneras posibles encontrarle virtudes excepcionales a la nueva consagración, en sintonía con el veneno del resultadismo.

Pero no ocurrió. Cayó Boca. Y cayó dejando instalada sus inconsistencias, sus fragilidades inocultables como equipo y su juego atomizado. Es verdad, con los Barros Schelotto, Boca se colgó dos medallas con la silueta de dos campeonatos locales.

Pero fue insuficiente. No por la Copa Libertadores que abrazó River. Por el buen fútbol que Boca no jugó. Ni ganando ni perdiendo.

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