Ricardo Adrián Centurión a los 24 años camina por las brasas. Y se quema como se quemaría cualquiera. Y como ya se quemó en otras oportunidades. Hoy lo acosan una variedad de tormentas inocultables. Acusado de ejercer violencia de género (golpear a su ex pareja Melisa Tozzi), de padecer severos problemas de alcoholismo, de manejar ebrio de día y de noche, de tener una conducta profesional despojada de rigor y disciplina y de convertirse en una especie de rebelde sin causa. O con muchas causas.
Frente a esta avalancha de episodios, Boca decidió no contar con Centurión en la próxima temporada, cuando el presidente xeneize Daniel Angelici hace algunas semanas había anticipado que una de las prioridades del club era comprar al media punta del San Pablo.
¿Centurión es una víctima o un victimario? Es víctima y también victimario. Víctima del sistema y un victimario del sistema. El sistema son las reglas escritas y no escritas de la aldea global donde vivimos. El sistema es entre otras cosas la expresión más acabada de la inequidad más perversa en todas sus formas y en todos sus contenidos. Inequidad económica, social, sanitaria, cultural, existencial.
Centurión juega bien al fútbol. No es un fenómeno consagrado a la excelencia, pero juega bien. Sabe con la pelota. Y gambetea cuando son muy pocos, casi contados con los dedos de una mano los que gambetean. Es cierto, a veces demora los tiempos de la entrega y va demasiado al piso, más allá de las infracciones que sufre. Flaquezas técnicas y conceptuales que podría resolver si se lo propone. Pero no alcanza. Le falta algo esencial para atravesar las tempestades: hacer foco. ¿En qué? En jugar al fútbol. En prepararse lo mejor posible para jugar al fútbol.
Es verdad que se le cayó el mundo encima a Centurión. Como le pasó a Pelé, a Diego Maradona, a René Houseman, a Ángel Clemente Rojas, al Kun Agüero y a cientos y cientos de jugadores que salieron del fondo del mar y llegaron a la orilla con más o menos ventaja. Algunos o muchos se ahogaron ahí. Casi cuando estaban llegando. Otros claudicaron en la impresionante travesía. Y otros desfallecieron cuando apenas empezaron a pintar su horizonte (y el de su familia) de distintos colores.
Y ese mundo que se le cayó encima cuando abrazó el universo dorado de la pelota transformada en contratos, dinero, popularidad, exhibicionismo, violencia reprimida, redes sociales y alienación mediatizada, lo fue empujando a los bordes. Como también empujó a los bordes a otros protagonistas de otras profesiones y de otros orígenes más confortables y mejor vistos y considerados por la sociedad.
El tema es que Centurión queda muchísimo más expuesto. Más visible. Y más funcional al escarnio. ¿Cómo se defiende Centurión? La realidad es que no tiene como defenderse. Porque él aprendió a defenderse en un ring en el que no abundan las caricias ni las palabras. Y en el que prevalecen las pulsiones.
Toca cuerdas sensibles que lo condenan. Saborea sensaciones que no lo eximen de la culpa ni de la irresponsabilidad. Entra y sale de la escena y deja huellas no deseadas por todos los lugares que frecuenta. En definitiva, está solo en la selva. Solo y tantas veces muy acompañado. Solo en el error y en la virtud. Y la soledad no siempre estimula el acto creativo.
Buscar culpables por dentro y por afuera del fútbol puede ser una tarea sencilla. Demonizarlo a Centurión y arrojarlo a una hoguera también. Lo que hizo y quizás lo que siga haciendo tuvo y tendrá muy pocos testigos. Las consecuencias que generan grandes rechazos, en cambio, las veremos todos.
Esa abstracción que suele ser el sistema no siempre es tan abstracto. Centurión es una prueba irrefutable. Alcanza con recortar su perfil de víctima y su rol de intrépido victimario.
comentar