Sigue Tigre su formidable caravana que incorpora muy buenos resultados y un estupendo nivel de fútbol individual y colectivo, logrando rendimientos que sorprenden por su precisión, armonía y gran efectividad.

¿Cuáles son los misterios del fútbol que iluminan a Tigre? Muy simple: el juego. No es poco. En un texto publicado el pasado 8 de mayo en esta plataforma digital titulado “Gorosito y la pelota”, planteamos que daba gusto ver jugar a Tigre.

Casi dos semanas después de aquellas palabras, reconfirmamos esa apreciación: es un placer ver jugar a este Tigre descendido que conduce Pipo Gorosito desde el 13 de febrero; período en el que disputó 14 partidos, ganó 9, empató 3 y perdió 2 frente a Unión y Racing, a los que en partidos de ida y vuelta de la Copa de la Superliga, terminó eliminando.

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Pero más allá de los números siempre valiosos y muy influyentes, lo realmente importante es lo que logra expresar Tigre cuando maneja la pelota. Porque lo que revela es lo que no es frecuente de encontrar. Es la estupenda participación colectiva que provoca. Es su armonía para tocar y encontrarse con una sintonía fina en cualquier sector de la cancha, en especial de mitad de campo en adelante.

Por supuesto no estamos hablando de un equipazo infernal que hará historia aunque más bien que en su medida la está haciendo. Tampoco nos referimos a protagonistas cotizados en muchísimos millones de dólares. Como para desmitificar que se precisan celebridades del fútbol para jugar bien. Tigre desmiente esos razonamientos prefabricados. Y los desmiente sin dejarse tentar por consignas complejas o por lecturas muy rebuscadas.

Gorosito es un entrenador completamente alejado de las grandilocuencias y de las explicaciones que abrevan en el tacticismo, aunque está claro que su equipo aplica una táctica. El tema es que no la hace difícil Gorosito. No vende un show tecnológico para impactar en las subjetividades de las distintas audiencias que consumen fútbol. No entra en la rutina marquetinera que hace un culto de la sofisticación futbolística.

Destila simpleza su interpretación del juego. Y en esa simpleza inteligente que Tigre muestra con una aplicación y una eficacia estupenda, arma su estructura. En definitiva, la estructura es el funcionamiento del equipo. Son los jugadores que van en una dirección coordinada, aunque por el camino se le fueron cayendo varios intérpretes (Walter Montillo, entre ellos) por diferentes lesiones.

Sin embargo, a pesar de esos contratiempos no menores que hubieran erosionado a cualquier equipo, Tigre no retrocedió, no se debilitó y lo destacable es que no modificó su perfil. El reciente 5-0 a Atlético Tucumán por la semifinal de la Copa de la Superliga cuando el último sábado brindó una verdadera exhibición de fútbol ofensivo, dejaron al descubierto su idea y su convicción para afrontar los partidos.

No hay en Gorosito un entrenador tan obstinado como perseverante en bajar línea durante los encuentros, como suele ocurrir con la mayoría de sus colegas. ¿Esto indicaría que no tiene nada para decir? ¿O que los que gesticulan sin parar (como Gustavo Alfaro y Eduardo Coudet, por citar dos casos) y hablan hasta por los codos son más conocedores del juego? De ninguna manera. Son formas de conducir. Y son formas de ver y transmitir el fútbol.

Parece no precisar el técnico de Tigre estar todo el tiempo encima de los jugadores relatando el partido y abriendo un libro de quejas insufrible. Observa el desarrollo que es distinto. Comenta una jugada con sus colaboradores Gustavo Zapata y Jorge Borelli, reclama una infracción al árbitro, pero no se sube a ninguna montaña rusa como hacen otros durante los 90 minutos de todos los encuentros.

Parece un dato menor, pero quizás no lo es. Denuncia entre otras cosas que no se cree tan determinante mientras se disputa un partido. Un entrenador en estado de alteración permanente es un entrenador impotente, aunque parezca lo contrario. Y aunque los medios reivindiquen ese grado de alteración emotiva que no está relacionado con el saber.

Las lecciones que viene ofreciendo Tigre tocando, descargando, tirando paredes y desequilibrando en velocidad en los últimos metros, no dejan de ser estupendos eslabones del fútbol que está construyendo.

Ese fútbol que hoy sorprende. Por la precisión, por el vuelo que adquiere en varios pasajes y por la calidad que revelan las maniobras. Por eso esta irrupción de Tigre aún en la adversidad de un descenso que asoma como increíble, fortalece al fútbol y genera los anticuerpos de un ejemplo que nadie esperaba. Quizás ni Gorosito.

Si gana o no la Copa de la Superliga, anticipando que tiene más de un pie adentro en la final del sábado 2 de junio en Córdoba a partir del 5-0 que conquistó, ahora no parece relevante. Lo relevante es como intenta jugar. Y sobre todo como juega.

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