Muchos dicen que los grandes no festejan empates, pero suena a frase hecha. Todo tiene que ver con el desarrollo del partido.
Si un equipo está perdiendo 3-0, se siente humillado en su casa y termina igualando sobre la hora, sería extraño (e imposible) que no celebre. Pues bien: eso le sucedió a River. Estaba al horno, en la lona, liquidado, pero nunca bajó los brazos y ese tesón lo mantuvo con vida, hasta arribar a un casi milagroso 3-3 que siempre figura entre los mejores espectáculos brindados por los primos.
Los uruguayos Gabriel Cedrés y Sergio Martínez se encargaron de firmar una clara ventaja para los visitantes cuando el encuentro recién había superado el cuarto de hora. Roberto Pompei tuvo la chance de anotar el tercero poco después, pero su tocayo Bonano detuvo el penal ejecutado por el mediocampista. Sin embargo, ni siquiera el envión anímico generado por la atajada de Tito contra Tito rescató a River de las sombras, y a los 29 “Manteca” Martínez logró lo que Pompei no había podido.
Tres a cero. Paliza. Sorpresa. Felicidad de un lado y angustia del otro. Y aunque el Millonario encontró en el descuento de Sergio Berti una dosis de alivio y de esperanza antes de que finalizara el primer tiempo , la expulsión de Eduardo Berizzo, a los 3 minutos de la segunda parte, renovó el ambiente de pesimismo entre los hinchas riverplatenses. Promediando esa etapa, Javier Castrilli mostró otra tarjeta roja (a Martínez), aunque el destino del partido parecía sellado. Con River en una búsqueda tan comprensible como desordenada, la chance de que su rival le diera el tiro de gracia estuvo latente varias veces, pero las contras visitantes no apretaron el gatillo. Sí lo hizo Facundo Villalba, ya sobre la media hora, y además de poner a su equipo a tiro de la igualdad, encendió una caldera en el Monumental. River ya estaba decidido a ofrecer todo el sacrificio posible en procura del empate. Lo tuvo el propio Villalba, pero el travesaño se lo negó. Y enseguida llegó el estallido: Berti ejecutó un tiro de esquina desde la izquierda, Guzmán dudó y Celso Ayala convirtió de cabeza. Si bien quedaba muy poco tiempo por delante, la nafta a River casi le alcanza para ganar, sobre todo con un remate de Leonel Gancedo que se perdió por encima del travesaño.
¿Los grandes no deben festejar empates? Es posible que alguna regla no escrita lo señale y ofrezca razones, pero a River, el infartante superclásico disputado en marzo del ´97 lo puso a prueba futbolística y anímicamente. Respondió, tuvo temperamento para levantarse y evitar que justamente el adversario de toda la vida le cortara el invicto que arrastraba en las cinco fechas iniciales del torneo. Entonces, merecía sacar pecho y sentirse orgulloso de lo que había conseguido. Un punto, es cierto. Igual que Boca. Pero la igualdad llegó tras una reacción notable y apuntaló una campaña que lo llevaría luego a dar la vuelta olímpica.