Ese aire políticamente correcto de Daniel Angelici cambió de rumbo después del baño tóxico en la Bombonera. El presidente de Boca pretende reconvertirse de la noche a la mañana en una especie de justiciero que va contra todos. La estrategia para transferir responsabilidades no deja de ser un brulote insustancial que de ninguna manera lo pone a salvo.
   Habla. Y no para de hablar el presidente de Boca, Daniel Angelici. Habla hasta por los codos. Habla todo lo que se guardó durante un par de años largos. La eliminación de Boca de la Copa Libertadores sentenciada por la Conmebol a raíz del desastre organizado que se armó en la Bombonera el pasado jueves 14 de mayo, provocó la incontinencia verbal del hombre que responde, entre otros, a Mauricio Macri.

   Angelici, de inocente no tiene un pelo, aunque a la hora de elaborar un mensaje breve frente a los medios manifieste dificultades y torpezas dialécticas propias de un improvisado. O de un dirigente con muchísimas más debilidades que fortalezas.

   La realidad es que delata nula formación política, Angelici. Pero esto no invalida que el cargo que ostenta como titular de Boca por lo menos hasta diciembre de 2015, le permita por estos días aciagos prender el ventilador, victimizarse y transferir responsabilidades a diestra y siniestra por los sucesos que interpelan al club que conduce.

   Bajo estas circunstancias, Angelici se convierte en un francotirador descontrolado que apunta en múltiples direcciones: AFA, River, jugadores de River, presidente de River, dirigentes en general, oposición política en Boca, Conmebol, el Gobierno nacional, José Luis Meiszner, Fútbol para Todos, organismos de seguridad, prensa y si en la volteada no cae el diariero de la esquina es porque seguramente se le habrá pasado por alto.

   No es que desde este espacio se desaliente la crítica dura hacia determinados sectores que han expresado conductas arteras y despojadas de la mínima eficacia, pero lo que no lo convierte a Angelici en un personaje creíble es el oportunismo implacable que revelan sus conceptos plagados de resentimientos y simplificaciones interesadas.

   En la adversidad saturada de urgencias, el hombre de 51 años que supo caracterizar a Riquelme como "un líder negativo" y que se enorgullece de haberle cerrado las puertas de Boca para terminar allí su carrera, hoy parece querer construirse como el justiciero que le hacía falta al fútbol argentino.

   El justiciero sobreactuado y maniqueísta que pretendió ser Javier Cantero sin saber donde estaba parado. Ese rol de justiciero sobreactuado que despertó luego del baño tóxico desatado en la Bombonera precipita a Angelici a caminar por los bordes del abismo, como si él nunca hubiera formado parte del carnaval. El integró ese carnaval. Y tuvo su propia carroza, como uno de los vicepresidentes de AFA, cargo al que acaba de renunciar.

   Por eso no puede tirar la primera piedra, Angelici. No puede negar el pasado. Ni intentar calificarse como un rehén del Estado. "El que manda en la AFA es el Estado. Las cosas no se deciden en la calle Viamonte, sino en Balcarce 50. Acá hay mucha hipocresía", aseveró Angelici ubicándose como una especie de chirolita que tuvo que obedecer las instrucciones y metodologías operativas y logísticas que le marcaba el Gobierno.

   Denunciar a todos, pulverizar a todos y salpicar a todos de la noche a la mañana es la estrategia tardía de un hombre desesperado por salvarse a cualquier precio. No tanto salvar a Boca del escarnio. Salvarse él. Para seguir siendo un sujeto político con posibilidades concretas de extender sus influencias.

   Pero se le quemaron los papeles. Y de estos incendios no se sale inmune, más allá de las protecciones mediáticas y políticas que cada uno disponga. Boca no es una empresa, aunque en algunas áreas funcione como una empresa. Es un club de fútbol sin fines de lucro. Y Angelici es su principal administrador desde hace casi 3 años y medio.

   No le fue bien a Boca bajo su gestión. Le fue mal en virtud de los objetivos que se había planteado cuando asumió como presidente. Mal en lo deportivo, en lo económico y en lo institucional.

   La búsqueda vertiginosa de un atajo para licuar su responsabilidad innegable en los episodios de violencia coronados por los barras (de presencia permanente en el club) en la noche del ocaso boquense en la Copa Libertadores, es un testimonio de una vulnerabilidad extrema.

   Lo evidente es que Angelici ya naufragó. Y quiere hacer naufragar a todos. A los que tiene cerca y a los que están lejos. Que todos se hundan junto con él para dividir los pesares y las culpas. No exhuma, precisamente, altruismo esa mirada.

   Hoy se siente solo. Aunque no está solo. Lo acompañan los incondicionales que en estas circunstancias son cada vez menos y que prefieren quedarse detrás del escenario. Y ni asomarse.

   Angelici sabe que son las reglas de juego. Por eso habla en continuado. Y no para de hablar.  Y denunciar. A los que antes había aprobado levantando las dos manos.                             
 
 
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