El juego brusco gobierna las canchas argentinas. Los futbolistas suelen ir al límite y el promedio de expulsados en el presente torneo supera a los anteriores. ¿Por qué se juega tan fuerte?
El fútbol argentino se puso más violento del lado de los protagonistas. Es el imperio del juego brusco y no parece haber control del lado de los intérpretes. Cada vez son más frecuentes las infracciones violentas y malintencionadas. Y la tendencia se refleja en los números: el presente torneo de 30 equipos tiene un promedio de expulsados que supera a los anteriores.
En los 368 partidos que se llevan disputados hubo 155 tarjetas rojas, lo que deriva en un coeficiente de 0.42 por partido. Es decir, cada dos partidos es muy probable que haya al menos un expulsado. El número vence a sus antecedentes inmediatos. En los 190 encuentros del Torneo de Transición celebrado en 2014 se registraron 65 expulsiones, lo cual da un promedio de 0.34 por encuentro. Y en el certamen anterior, Final 2014, hubo 69 rojas: un coeficiente de 0.36 por partido.
En la comparación con las ligas de elite de Europa, los datos causan mayor conmoción. Por caso, en el total de la temporada 2014/2015 en España hubo 380 partidos y 101 expulsiones. Un total de 0.26 por encuentro.
En el fútbol argentino, un jugador que le aplica una brutal patada en la cabeza a su rival sólo recibe una fecha de suspensión: se vio hace tres jornadas, cuando Emmanuel Mas, de San Lorenzo, le cometió una infracción de ese tipo a Gonzalo Bettini, de Banfield, y recibió una pena común.
Horas atrás se dio una extraña paradoja: Carlos Tevez, probablemente el jugador que recibe más faltas en el fútbol vernáculo, fracturó a Ezequiel Ham, de Argentinos Juniors, con un planchazo que ni siquiera fue sancionado con infracción por el árbitro Luis Álvarez. Y lo cual alimenta una creciente sospecha: no sólo se pega, sino que también se deja pegar.
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