El Puma, un especialista en hacerle goles al Xeneize, marcó el tanto del empate 4 a 4 y en la última bola del partido, mientras que el Loco volvió al fútbol después de seis meses debido a una seria lesión y convirtió el tercer tanto de la goleada xeneize

El clásico del Nacional de 1972 (jugado el 15 de octubre) es considerado por muchos como el mejor de todos los tiempos. Y si no lo es, será difícil que baje del podio, como no bajará del podio seguramente en la memoria de Carlos Morete, artífice de la victoria de River por un electrizante 5 a 4 en el estadio de Vélez.

El propio Morete contó alguna vez que, como en el segundo tiempo su equipo perdía y él no aparecía en la nómina de goleadores del partido, creyó que era candidato a ser reemplazado. Sin embargo, el destino quiso que siguiera en el campo y que tuviera el privilegio de anotar la igualdad en cuatro tantos y, sobre la hora, el gol de la infartante victoria millonaria sobre Boca.

La progresión en el marcador, por sí sola, demuestra cómo fue el desarrollo. Antes del primer cuarto de hora River ya ganaba 2-0 (Mastrángelo y Más) y Perico Pérez le había atajado un penal al Chapa Suñé, hasta que en una ráfaga impresionante, que fue de los 24 minutos hasta el final de la primera etapa, Boca torció el resultado con goles del Tula Curioni, Mané Ponce y Patota Potente.

Ya en la segunda parte, cuando el propio Potente amplió la ventaja azul y oro, pareció que el 4 a 2 le aseguraría la fiesta al Xeneize. Pero no. Al más super de los clásicos le faltaban nuevas emociones, las cuales, para seguir con el juego de los apodos, estuvieron a cargo de Pinino Más, autor del descuento, y del Puma Morete, cuyos dos zarpazos movieron la alegría de una tribuna a la otra.

Como dijimos, Morete, un especialista en convertirle a Boca que años después se pondría la camiseta del equipo de la Ribera, estampó el 4-4 y en la última bola de la tarde se vistió de héroe de los hinchas de River. El Gori Dominichi metió la pelota en el área cruzándola de derecha a izquierda, el Heber Mastrángelo la cambió de dirección y la varita mágica del fútbol lo tocó a Carlos Morete. Le dijo "vaya, haga lo que sabe", y el goleador cumplió: con un remate violento, en la boca del arco, le bajó el telón al clásico de los nueve goles y de las mil emociones.


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Aquella noche de emoción de Palermo

"Si ellos ponen a Palermo, yo lo pongo a Enzo", tiró con una sonrisa Américo Gallego cuando le comentaron que Carlos Bianchi pensaba convocar al goleador luego de seis meses de ausencia de las canchas. River le había ganado 2-1 a Boca en el Monumental y la frase del Tolo condimentó aún más la previa de la revancha, porque el Enzo mencionado por el técnico millonario era Francescoli, quien ya se había retirado del fútbol. Palermo no. Palermo estaba vigente. Venía de una larga recuperación, producto de una rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha, pero quería seguir escribiéndole el guión a su cinematográfica carrera deportiva.

Y cuando los "primos" fueron por el pasaje hacia las semifinales de la Copa Libertadores, Bianchi demostró que lo suyo no había sido un simple deseo, y Palermo dejó en claro que el papel de "muchachito de la película" le caía como anillo al dedo.

A los 22 minutos del segundo tiempo, poco después de que Marcelo Delgado convirtiera el 1-0 tras genial pase de Riquelme, Palermo ingresó por Alfredo Moreno y todos imaginaron lo que ocurriría un rato más tarde. El propio Román -la noche del famoso caño a Yepes- marcó de penal el segundo gol local y, aunque el 2 a 0 alcanzaba para clasificarse, sobre el final el festejo boquense se hizo carnaval: Riquelme habilitó a Battaglia y el centro hacia atrás del mediocampista, que había entrado al área por el sector izquierda, tuvo como receptor a Palermo. Al Loco le costó acomodarse, pero le dieron tiempo, entonces definió con precisión, contra un palo.

En ese instante, la emoción entró a la cancha. Al goleador se le llenaron los ojos de lágrimas. Fue eje de la locura, repartió abrazos, tiró besos... En definitiva, le ganó a una contingencia adversa -la lesión-, como lo haría varias veces en su trayectoria. La gente de Boca se acordó de Gallego ("ponelo al Enzo..." le cantaron) y convirtió en indiscutido ídolo a "San Martín" Palermo, quien ya le había marcado goles de todos los colores a River... y le siguió metiendo, aunque aquel del 24 de mayo de 2000 siempre estará entre sus preferidos.



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