Hubo un tiempo en que ir a la cancha era solamente eso: ir a la cancha. La experiencia en el estadio estaba reducida al partido de fútbol, pero la final de la Copa de la Superliga, ofreció el punto de partida para volver aquello accesorio al fútbol a un aspecto fundamental asociado a la visita a un estadio.
Mientras Boca y Tigre se preparaban para el examen final y sus hinchas ajustaban sus expectativas con la adrenalina de la definición, el Kempes –escenario del partido- cobró un aspecto diferente al de una previa de un encuentro. Diversión para el espectador, puestos en los que las distintas marcas interectuaron con los hinchas, conectividad –siempre deficiente en los estadios y más cuando la red es demandada al mismo tiempo por miles de teléfonos de otra área-, y hasta música en vivo.
No usted que lee el diario, pero sus hijos o nietos son incapaces de centrar la atención en un partido de fútbol. En rigor, no son capaces de seguirle el hilo a algo que no esté contenido en una pantalla. Por eso detrás del #SuperligaFan se subieron 3245 fotos en distintas redes sociales. El verdadero show del fútbol tuvo un costo de casi seis millones de pesos.
Uno de los que hizo cruzar los dos mundos –el de ir a la cancha y sostenerse en una kermesse 2.0- fue Diego Korol, quien durante casi tres horas planteó los juegos a los que la gente pudo acceder desde sus celulares, con las cuatro pantallas gigantes ubicadas en los vértices del Kempes. Para ello hubo más de 170 antenas que ofrecieron WIFI a los 23.297 teléfonos que estuvieron conectados.
En lugar de los fuegos artificiales, hubo luces que trazaron en el estadio los colores de Boca y Tigre, con una precisión que no tiene la pólvora: un día antes fueron colocadas y probadas en el estadio.
Antes de ingresar a las plateas o tribunas, los hinchas pasaron por la cancha auxiliar: ahí estuvo montado el Fan Fest, un espacio que durante el torneo regular se instala en una cancha por fecha. En esta ocasión hubo réplicas de las salas de prensa donde hablan los protagonistas y de las mangas que atraviesan los futbolistas para saltar al campo de juego. Los que pasaron por allí se retrataron como DT en conferencia o jugador antes del partido.
En ese mismo lugar, hubo música en vivo –tocaron los cuarteteros Playmobil- y la atmósfera fue más cercana a un show que al de un partido de fútbol. Bueno, el sonido era parte del montado en Lollapalooza, se escuchaba con la claridad de un festival. Los que más le sacaron el jugo, se prendieron en los juegos dispuestos en zonas estratégicas. El ping pong de cabeza, un hallazgo.
Las mejores selfies salieron de ese lugar: Pablo Lescano, Miguel Angel Cherutti, Beto Márcico, Diego Korol y Diego Castaño, fueron las celebridades que pasaron por el lugar.
El montaje costó casi cinco millones de pesos y fue llevado adelante por la empresa E-Fan, que durante el torneo regular monta un espacio similar en una cancha por fecha y también brinda la conectividad, tras asociarse con otra compañía: Cisco.
El otro aspecto - los traslados de los equipos, el montaje del encuentro, el “hospitality” que fue considerado a “nivel Champions” por la Superliga- fue organizado por Proenter, que aportó otro millón de pesos y brindó ocho coordinadores en evento, 12 azafatas para acomodamiento y acompañamiento de público y 24 recursos de infraestructura para armado de espacios.
La logística involucró 80 molinetes y 8 tótems de acceso, que le permitieron un mejor trabajo a las 55 personas de Agencia Córdoba Deportes, 45 inspectores de tránsito, 135 controles de acceso, siete ambulancias y un hospital móvil. Además de la Policía provincial, hubo 155 efectivos de seguridad privada y 1980 metros de vallados.
El único que se perdió la final y los atractivos anexos fue Rafael Di Zeo, que llegó hasta las vallas y no pudo pasarlas: sobre el líder de la barra brava de Boca existe una restricción de concurrencia, vigente -incluso- en medio de un festival de fútbol.
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