Turbulento. Si hubiese que buscar una palabra que ilustrase el 2016 del seleccionado nacional, el adjetivo sería ese: turbulento. Marzo comenzó con el paso firme en Santiago de Chile después de la victoria por 2-1 y se afianzó en esa misma semana con el triunfo contra Bolivia por 2-0 en el Monumental. Eran días de calma: Argentina recuperaba lugar en las Eliminatorias, Gerardo Martino conducía a un grupo de jugadores que necesitaba revancha luego del golpe de la Copa América del 2015 y el juego fluía como el agua en una cascada.
El Tata, control en mano, implementaba un recambio tan natural como necesario. Gabriel Mercado se apoderaba del lateral derecho, Ramiro Funes Mori, a base de actuaciones soberbias, se metía en la zaga central, Éver Banega recuperaba terreno entre los convocados. Preparaba, conscientemente, el grupo para el gran objetivo del 2016: la Copa América Centenario en Estados Unidos, una revancha del knock-out en Chile.
Argentina, durante ese certamen, voló. Fue un equipo impecable: sólido en defensa, punzante en ataque. Lleno de vértigo, pero también cargado de rigidez. Manejaron la pelota como si fuesen una compañía de danza de alta calidad, y encontraron una versión catalana de Lionel Messi. El arribo hasta la final fue sin sobresaltos: se impusieron contra Chile en la fase de grupos, humillaron a Panamá, aplastaron a Bolivia. Se sacaron de encima a Venezuela en cuartos de final con la facilidad de quien se quita una pelusa de la ropa y dejaron en ridículo a Estados Unidos, el local, con un tiro libre inolvidable de la Pulga.
Rosas hasta la final.
Y espinas al final.
Los jugadores fallaron en el partido decisivo. Otra vez. A esta altura, es un karma. Chile ganó por penales y Messi, apenas terminó el encuentro, presentó su renuncia a la Selección. La desnudó. Y una semana después, Gerardo Martino hizo lo mismo: harto de luchar contra los dirigentes de los clubes por la cesión de los jugadores para los Juegos Olímpicos, dejó su puesto, y armó un descontrol para el compromiso de Río de Janeiro.
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Lo que ocurrió en Brasil fue la consecuencia más clara del descalabro: la improvisada sub-23, conducida por el Vasco Olarticoechea —más improvisado todavía— no superó la fase de grupos. Lo eliminó Honduras.
En el desierto, AFA armó un casting digno de una productora de cine independiente para contratar un técnico. Armando Pérez parecía, más bien, un empleado de recursos humanos entrevistando candidatos para un puesto administrativo. No sabía qué quería, pero buscaba un perfil que encajara con un proyecto que ni él comprendía. Ramón Díaz, Miguel Ángel Russo y Ricardo Caruso Lombardi tomaron un café con el representante de FIFA en el fútbol argentino. Edgardo Bauza, al final, fue el elegido.
La Selección, con Bauza, se travistió. Recuperó a Messi en una charla en Barcelona, con el rosarino ya convencido de su hambre por regresar. Soltó su faceta más rica —la posesión como un arma de ataque— y presentó una versión miedosa. El Patón dirigió seis partidos en el año con algunas decisiones sorprendentes que dieron resultado —poner a Lucas Pratto como 9 titular— y otras que no —elegir a Paulo Dybala para reemplazar a Messi en la derecha del ataque, o devolverle rodaje a un oxidado Martín Demichelis—. Su balance, en 2016, da negativo: ganó dos partidos, empató dos, y perdió dos. Cayó con Paraguay en Córdoba y paseó de la mano con Brasil en Belo Horizonte. Igualó con Perú en la última pelota un partido que tenía ganado y empató milagrosamente con Venezuela como visitante. Superó a Colombia y a Uruguay: contra los cafeteros mostraron su única cara amigable. Mostraron —otra vez— al Messi que vemos por HD.
Cuando todo iba camino a encarrilarse, cuando Bauza comenzaba a generar un clima menos hostil con la prensa, el plantel lanzó la bomba atómica: le declaró la guerra a la prensa. Hartos de las versiones malintencionadas de algunos periodistas, decidieron dejar de hablar con los medios. Messi hizo un anuncio al mejor estilo subcomandante Marcos y llamó a un silencio inflexible.
El 2017 tendrá una obligación rápida e inmediata: salir del repechaje y ponerse en puestos de clasificación directa. Bauza tiene hasta octubre para dejar de mendigar un partido contra un frágil equipo de Oceanía y así acceder al Mundial de Rusia. Le quedan compromisos arduos. Serán seis partidos duros. Recibirá a Chile, Venezuela y Perú. Visitará a Bolivia, Uruguay y Ecuador. Necesita sumar 28 unidades. Y tiene 19. Necesita, imperiosamente, construir un 2017 estable. Sin más sobresaltos.