Luego de su consagración en la pasada Superliga, arrancó con más dificultades de las previstas el equipo que dirige Eduardo Coudet, como si no pudiera reencontrarse con aquel perfil potente y agresivo que lo llevó a la celebración de un campeonato

Decía Carlos Bianchi en su prolongada etapa de gloria deportiva como entrenador: “Ahora que salimos campeones, hay que reconfirmar”. La frase del Virrey no dejaba dudas: reconfirmar era continuar por el mismo camino que finalizó con una consagración. En Vélez lo hizo y en Boca, naturalmente, también.

Vélez y Boca, en su momento, reconfirmaron. Y después de conquistar el primer título bajo la gestión de Bianchi, siguieron sumando vueltas olímpicas, reivindicando todas las virtudes que los habían distinguido.

A este Racing que conduce Eduardo Coudet, campeón de la Superliga 2018-2019, lo debe perseguir la misma ilusión que Bianchi ponía en palabras. El tema, no menor, es que el equipo después de jugar el domingo 7 de abril el último partido frente a Defensa y Justicia cuando en su estadio festejó la coronación, volvió debilitado a la competencia. Como si tuviera menos hambre que antes. O menos agresividad futbolística bien interpretada para imponer condiciones.

Esta sensación se visibilizó, por ejemplo, en la Copa de la Superliga cuando quedó eliminado por Tigre en los cuartos de final. En Victoria jugó mal y fue arrollado en el segundo tiempo. En Avellaneda mejoró, pero no le alcanzó.

Por la Copa Argentina fue superior a un rival muy inferior como Boca Unidos y perdió en la definición por penales. Y el pasado viernes en el 0-0 inexpresivo contra Unión tuvo la iniciativa, pero padeció su falta de contundencia y frescura ofensiva.

¿Qué denunció Racing después de ganar el campeonato hace poco más de tres meses y medio? Que el equipo fue resignando la determinación a la hora de encarar los partidos. Porque Racing no demostró en la pasada Superliga ser un muy buen equipo. Pero tenía una presencia fuerte y dominante, una actitud despojada de tibiezas y un poder de fuego que le permitió construir triunfos, incluso sin superar en el plano del juego a su adversario.

Así, sin luces (las pocas que se revelaron las aportaba, sobre todo Lisandro López, en un momento formidable de su carrera) y sin relieves muy destacados, escribió Racing la partitura original de su guion futbolístico. No le sobró nada en particular. ¿A quién le sobra por otra parte? Pero lo acompañó un apreciable compromiso colectivo y un ritmo que en varios encuentros lo vinculó al desequilibrio ofensivo.

Ese Racing impetuoso y con un registro dinámico interesante hoy parece no tener continuidad. No porque los resultados de este semestre que recién arrancó no hayan sido positivos. Los resultados no siempre expresan verdades reveladas. A veces ratifican. A veces engañan. En este caso, reflejan las dudas que van de la mano del equipo y del cuerpo técnico.

Repitiendo públicamente como lo repitieron algunos integrantes del plantel (también el entrenador) que Racing ante Unión “hizo un partido brillante con una idea muy clara a la que solo le faltó el gol”, lo único que se logra es alimentar las confusiones.

Es cierto, suele ocurrir. Las confusiones están en todos lados. El ambiente del fútbol no está al margen. Los jugadores y el Chacho Coudet saben aunque lo nieguen, que hoy el equipo tiene menos respaldos, menos seguridades, menos consistencia y menos potencia.

No hablamos de potencia física. Hablamos de potencia como el resumen de una plenitud anímica para leer las circunstancias irrepetibles de cada partido. Este Racing es más frágil que aquel Racing de hace unos meses. Más permeable. Y por supuesto menos implacable cuando tiene la posibilidad de resolver en la zona de definición. Ahí falla. Como, por citar un caso, falló Darío Cvitanich en el clamoroso mano a mano que le tapó el arquero de Unión, Sebastián Moyano, cuando ya se agotaba el tiempo de descuento.

¿Qué simbolizó esa jugada? Que a Racing le está costando demasiado convertir. Que no está fino. Que no está certero. Que se apura o se demora. En definitiva, que juega atrapado por las incertidumbres. Raro, porque viene de celebrar un campeonato. Raro pero evidente. Por supuesto que no es para enfocar a alguien en particular, endosándole todas las responsabilidades.

Porque, en general, el rendimiento decayó. Hasta Lisandro López bajó su nivel. Igual que el chileno Marcelo Diaz. O el arquero Gabriel Arias, de destacadísima labor en el torneo anterior y vapuleado por la prensa trasandina luego de su participación en la Selección de Chile durante la Copa América en Brasil.

La dimensión del retroceso (leve o más agudo) que experimenta Racing la establecerán sus rendimientos en los próximos partidos. Eso sí: tendrá que reencontrar Racing la agresividad y la armonía colectiva que por estos tiempos no consigue plasmar.

Aquellas palabras simples pero rotundas de Carlos Bianchi (“Ahora que salimos campeones, hay que reconfirmar”), siempre tienen vigencia. Los buenos equipos reconfirman. Como, por ejemplo, lo hace River. En cambio, los que ganan un título y después claudican, muestran que ante las pequeñas adversidades le faltan respuestas.

Racing, si pretende mantenerse ahí arriba, tendrá que darlas. Es la naturaleza de su desafío. Descontamos que Coudet no lo debe ignorar. El plantel tampoco.

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