El goleador y figura determinante del Mundial de 1978 largó lo que tenía guardado durante décadas y puso en fila a Messi y Maradona, más allá de ubicar en primer plano su malestar por la subestimación que padece la Selección que dirigió Menotti

Se hartó Mario Kempes. Un día se hartó de tanto cotillón berreta y malintencionado que le tiraron por la cabeza a la Selección nacional que ganó el Mundial 78. Y Kempes peló credenciales. No todas. Algunas. Por ejemplo, podría haberse colgado la medalla de convertir dos goles en la final de una Copa del Mundo. Y no lo hizo.

Habló sin reservas de lo suyo y de aquel plantel que dirigido por el Flaco Menotti le dio al fútbol argentino su primera consagración mundialista en el contexto de un país arrasado por un golpe y una dictadura cívico-militar que institucionalizó el terrorismo de Estado, los asesinatos masivos y las desapariciones de personas.

Kempes explicó la semana pasada en un programa deportivo de televisión por cable lo que hacía muchos años tenía ganas de explicar. Y fue tan contundente como liberador: “No tengo obligación de estar sentado en la misma mesa con Messi y Maradona. Que la prensa me ponga en el lugar que quiera. Con el perdón del periodismo, los dos fueron monstruos, pero el único argentino campeón del mundo, goleador y mejor jugador de un Mundial fui yo. No me gusta decirlo, pero como durante tantos años me han jodido demasiado, lo tengo que decir. A veces duele que en mi país se olviden de todo lo que nuestra camada hizo por el fútbol argentino”.

Y agregó, poniendo en foco el Mundial 78 bajo los efectos de la dictadura: “Los del 78 somos mucho más valorados fuera de casa que acá, pero esto ocurre porque aquí vincularon lo que ocurrió en la Argentina con nosotros y la realidad es que salvo las familias de los damnificados nadie sabía lo que pasaba”.

Las palabras casi en tono de catarsis que revelan el dolor de Kempes a 42 años de la consagración de Argentina aquel domingo 25 de junio de 1978, es muy probable que reflejen el testimonio de un hombre que durante décadas prefirió silenciar su pensamiento en nombre de cierta diplomacia y corrección política.

Los grandes protagonistas del 78 (incluido Menotti, quien hace unos días entre otras observaciones nos comentó que “Passarella fue un jugador completo y extraordinario al que yo pongo por arriba de Beckenbauer”) vienen padeciendo haber sido campeones en circunstancias trágicas.

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Como si ellos de alguna manera fueran corresponsables indirectos del plan de exterminio político, económico y humano que instauró la dictadura, en sintonía con amplios sectores de una sociedad colonizada por el neoliberalismo salvaje y depredador expresado por su ministro de economía, José Alfredo Martínez de Hoz y sus Chicago boys vernáculos y foráneos.

Esa Selección terminó siendo el rehén perfecto de internas ideológicas que intentaron en cada aniversario de su conquista arrojarla al abismo. Cuando Kempes sin ninguna pretensión intelectual plantea que encuentra más reconocimiento en el exterior que en la Argentina, no exagera en absoluto. Es así de rotundo..

Aquí, ese reconocimiento siempre está subordinado a los viejos y nuevos fantasmas del triunfo por 6-0 frente a Perú, de las ventajas incomprobables que gozó Argentina por ser local y que nunca se vieron correspondidas en ninguno de los siete partidos con ningún arbitraje sospechado de parcial y de las numerosas especulaciones respecto a que los jugadores tenían carta abierta para refugiarse en el dóping.

Esa batería permanente de descalificaciones y agravios furibundos que fueron cayendo sobre el plantel y en especial sobre Menotti, por supuesto terminaron manchando la consagración. La estrategia de demolición del Mundial 78 como un paradigma intransferible de la dictadura, también intentó demoler el éxito futbolístico logrado por la Selección.

La lluvia ácida que año tras año se fue derramando sobre aquella Selección, es la que en los últimos días terminó agotando la paciencia de Kempes, despertando su memoria. Y es entendible. Bajarle el precio al primer mundial que ganó Argentina en nombre de un escenario que la trascendía, siempre pareció una burda trampa de altísimo impacto.

Una trampa a la que suelen acudir una gran variedad de confundidos, no pocos ilusos y sobre todo muchos oportunistas testimoniales.

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