Con apenas 42 años, el Muñeco se eleva por encima de la media normal como un entrenador de convicciones muy firmes que siempre privilegió lo esencial para capacitarse y distinguirse

Ahora, en tiempos de reconocimiento unánime, cuando hasta los escépticos más empedernidos no dudan en apreciar las capacidades de Marcelo Gallardo como entrenador, es válido hacerse una pregunta casi de tono existencial: ¿cómo se construyó el técnico de River?

La respuesta, como siempre, está capturada por la subjetividad de cada uno. Y por supuesto Gallardo debe tener una explicación a mano, lo que no significa que la tenga que expresar en público. Nadie dice todo. Cuenta todo. Revela todo. Hay cosas, más insignificantes o más valiosas que siempre nos guardamos para protegernos o para no quedar desnudos ante miradas reaccionarias.

Lo real es que Gallardo se fue convirtiendo en pocos años en un entrenador muy influyente, aunque todavía como manifestamos en un texto que volcamos en esta plataforma hace unos días, no haya logrado expresar un estilo claro y rotundo, como por ejemplo lo denunciaron el Flaco Menotti, Carlos Bilardo y Marcelo Bielsa, por citar tres casos notables de gran proyección internacional.

Aun sin confirmar un estilo futbolístico, Gallardo se elevó por encima de la media normal sin ser una enciclopedia del fútbol. Y es que no se necesita ser una enciclopedia para destacarse. No se necesita adoptar el perfil del profesional que persigue todos los contenidos tecnológicos aplicados al fútbol para satisfacer las demandas de un ambiente que alienta la sofisticación por la sofisticación misma. No se necesita correr detrás de las zanahorias que ponen los medios y responder en función de las necesidades de esos medios. No se necesita, en definitiva, vivir atrapado por los laberintos ocultos o descubiertos del fútbol para entender de fútbol. Porque entender de fútbol es sobre todo entender de jugadores. Y aquel que entiende de jugadores entiende el juego.

Gallardo no es un autodidacta porque nadie de manera estricta y dogmática lo es a partir de todos los estímulos y mensajes (buenos y nefastos) que se irradian afuera de nuestra burbuja. Pero se fue haciendo solo. Se fue construyendo solo en esa tarea diaria e invisible de saber todos los días un poquito más. De dudar. Y de probar. De preguntarse y de responderse. Hasta encontrar algo que perdure y enamore.

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Se hizo solo Gallardo sin estar solo. Porque sin dirigentes que lo apoyen como lo apoyaron en River, cualquier proyecto más tarde o más temprano naufraga. Menotti siempre lo repite: “Me fue bien en la Selección, salimos campeones del mundo, defendimos una idea, pero nunca me olvido que conté con la colaboración de hombres muy importantes en AFA, en especial de Alfredo Cantilo, que me respaldó siempre en circunstancias muy difíciles”.

La institucionalidad de River liderada por Rodolfo D’Onofrio también respaldó siempre a Gallardo. Y Gallardo se dejó respaldar sin desconfianzas. Interpretó esa articulación. Esa armonía. Ese escenario integral. Y su labor específica no encontró obstáculos que lo arrinconaran. Al contrario: vio que estaban a su lado.

La dimensión de Gallardo como técnico de ninguna manera se completó. Su biografía todavía es provisoria. Se está haciendo. Y mientras se hace arroja evidencias. La más nítida se refleja en la personalidad que forjó. Porque no es un veleta Gallardo. No va y viene con las palabras. No dice una cosa y hace otra. No cultiva el despreciable costumbrismo de la panquequeada, tan extendida en el fútbol y en otras áreas que caminan por afuera del fútbol. No vende humo. Y entre otras cosas, es menos llorón que hace un par de temporadas, cuando en la adversidad abría, en especial en la cancha, el libro de quejas y reclamos.

Se para Gallardo en un lugar que él eligió y desde ahí se consolida. No es rígido, pero es firme. No es estructurado, pero es sólido. Denuncia una convicción central para abordar el fútbol: toma iniciativas ganando o perdiendo. Esta postura es muy compatible con la riquísima historia de River. Forma parte de la idea núcleo que expresa Gallardo a la hora de plantear un partido frente a un adversario inferior o superior.

Sabe Gallardo que él sabe. O que por lo menos sabe lo fundamental: como llevar a la cancha lo que piensa, más allá de los diferentes dibujos tácticos siempre insuficientes para medir las condiciones y el talento de un entrenador.

No es Gallardo un teórico formidable. No es tampoco un estratega revolucionario. ¿Qué es, entonces? Un técnico de orientación ecléctica alejado de la confusión. En la medida en que más se aleja, más aprende. La confusión es el pensamiento superficial. Es mirar la superficie. Es no mirar lo esencial. Y lo esencial en el fútbol son los jugadores y el juego.

Ahí saca diferencias Gallardo. Observando lo esencial. Su construcción tiene ese enfoque. El enfoque que lo llevó a este presente.

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