Las variantes que viene implementando Gianni Infantino en el marco de la cantidad de selecciones que podrán participar del Mundial en el 2026, los cinco cambios a los que podrán apelar los equipos durante los partidos y la irrupción del VAR privilegian grandilocuencias que desalientan al fútbol  

¿Qué fuente de inspiración tiene la FIFA para hacer lo que viene haciendo con un nivel de impunidad que no sorprende pero sí perturba? ¿Quién asesora a su presidente, el ítalo suizo Gianni Infantino? ¿Qué objetivos reales persigue la FIFA, más allá de lo estrictamente económico? ¿Qué adhesiones encuentra en el mundo del fútbol para imponer cambios operativos, técnicos y logísticos que no dejan de ser una suma de iniciativas propias de un lobby manejado por CEOS, tan mediocres como ineficientes?

Por un lado, de 32 selecciones clasificadas para los mundiales, a partir de 2026 el Mundial que organizarán en conjunto Estados Unidos, Canadá y México tendrá a 48 participantes. Por otro lado, en plena pandemia, FIFA adelantó que permitirá en competencias oficiales que cada equipo pueda realizar cinco cambios durante los desarrollos de los partidos, que se suman al mamarracho tecnocrático que originó el VAR, enamorando a los nuevos y viejos nerds del fútbol moderno.

El problema central de FIFA es que según su mirada e interpretación de la realidad, el fútbol es lo menos importante. ¿Qué es entonces lo más importante para FIFA? El negocio en primerísimo lugar. Y la financiarización globalizada de ese negocio que derrama una corrupción institucionalizada. Todo lo demás, es secundario. Y como es secundario no está en los planes de esa esfera que se mimetiza con los relieves más recalcitrantes e inescrupulosos del capitalismos salvaje.

Forma parte FIFA de ese disco rígido y núcleo duro que puede cambiar de hombres (de Joao Havelange a Joseph Blatter y a Infantino), pero que mantiene marcada a fuego su identidad colonizadora de las emociones populares. Decía Havelange sabiendo que no pisaba en falso: “Yo vendo un producto llamado fútbol”. La elección quirúrgica de las palabras que utilizó Havelange expresan la verdadera naturaleza de la FIFA. Una naturaleza que desborda mercantilismo.

Por eso no logra modificarse nada sustancial con los distintos protagonistas que van ocupando cargos propios de las corporaciones multinacionales, atadas al permanente toma y daca. Havelange encarnaba lo mismo que Blatter e Infantino: un espacio de poder totalmente obediente y funcional al gran espacio de poder que es el negocio planetario en formatos, diseños y dimensiones en blanco y negro.

La fuente de inspiración de la FIFA no es el juego. No le preocupan ni le sacan el sueño estas cuestiones. No son una prioridad. Su construcción como una metáfora de otras construcciones del universo neoliberal es la acumulación fulminante de la renta. Allí se posan los intereses y la discrecionalidad de la FIFA. Y cada medida que toma, por más inocente que parezca, está vinculada de manera directa a esos contenidos.

Los cinco cambios, las 48 selecciones que podrán participar del Mundial en el 2026 y hasta la implantación del VAR, no son eslabones que plantean la superación del juego y de las posibilidades deportivas. Son episodios que ponen en foco el perfil de una especie de dinastía que interpela a los jugadores como si fuesen los rehenes (multimillonarios algunos de ellos) más o menos calificados que entretienen a las mayorías.

Lo saben los jugadores. Y si no lo saben lo intuyen. Lo saben los dirigentes, siempre muy sensibles al servilismo. Lo saben los árbitros. Lo saben los periodistas. Lo saben los hinchas. Lo saben todos. Está claro que de la FIFA puede esperarse cualquier cosa. Menos que contribuya a promover un fútbol mejor.

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