La historia del fútbol nacional registra la aparición casi sin pausas de jugadores muy valiosos e influyentes, pero sin lugar a dudas la Argentina nunca logró encontrar un reemplazo a la altura de un arquero excepcional como el que tuvo la Selección en el Mundial conquistado en 1978

En un tiempo y un espacio saturado de incertidumbres de todo tipo y calibre, podría considerarse que si hacemos foco en el fútbol continúa vigente un pensamiento que esa leyenda viva del arco que fue y es Amadeo Carrizo (fallecido el pasado 20 de marzo) se encargó a lo largo de los años de ratificar en pocas palabras: “Argentina siempre tuvo buenos arqueros”.

El concepto es indiscutible. Salvo algunos períodos en el que se marcó la ausencia de protagonistas destacados, al fútbol argentino nunca le faltaron arqueros de un buen nivel.

De hecho, Boca, River y también la Selección están bien protegidos por Esteban Andrada y Franco Armani, aún no manteniendo el rendimiento formidable que supo revelar cuando irrumpió en River. Claro que si hablamos de grandes arqueros es otra cosa.

Al cumplirse el 1º de mayo 51 años del debut de Ubaldo Matildo Fillol en Primera, queda en evidencia que nunca más encontró el fútbol argentino un arquero de la extraordinaria dimensión del Pato, aunque el Loco Gatti haya sido un contemporáneo de altísimo registro.

La categoría de Fillol no tuvo en la Selección reemplazos a su altura. Como tampoco tuvieron reemplazos Daniel Passarella y Diego Maradona, más allá del fútbol colosal que reveló Lionel Messi en Barcelona y muy pocas veces proyectado con la camiseta argentina en circunstancias decisivas.

La jerarquía e influencia de Fillol trasciende sus intervenciones determinantes en la final del Mundial 78 ante Holanda. O en el 0-0 con Brasil en Rosario cuando tapó tres mano a mano. Ese Fillol que en muchísimas ocasiones parecía invencible, terminó dejando un vacío imposible de llenar.

“En muchas oportunidades los periodistas me preguntaban por mi estilo o por los estilos de otros arqueros. Y si tengo que decir la verdad es que a mí nunca me preocupó el estilo o la línea. Directamente no creo que un estilo sea mejor a otro. Creo que lo fundamental es que a un arquero no le hagan goles o le hagan la menor cantidad de goles posible”, siempre afirmó el Pato como una efectiva carta de presentación, despojándose de las etiquetas que incluyen a arqueros atajadores y anticipadores.

Fillol vulneró esa división. Le quitó contenido y volumen a las diferencias estilísticas. Derribó clasificaciones que nunca dejaron ni dejarán de existir. Y puso a la figura del arquero total por encima de cualquier consideración teórica.

Así se hizo. Así se construyó. Y así creció con una autoridad implacable que hasta hoy logra expresarse, más allá de su retiro el 22 de diciembre de 1990 en aquel recordado River-Vélez, cuando el Pato defendiendo la camiseta del club de Liniers salió ovacionado del Monumental, después de tener una actuación inolvidable.

El inmenso arco de la Selección nunca encontró un gran sucesor. La vara quedó demasiado alta. El inagotable fútbol argentino fue promoviendo arqueros de alcance internacional. Pero nadie descolló. Nadie la rompió. Nadie se convirtió con la camiseta nacional en un protagonista central abonado a la continuidad y la gran eficacia.

Todo fue esporádico. Errático. Por eso no se recorta con claridad un nombre. Y queda Fillol como la síntesis más perfecta del arquero que baja la cortina. Y que sigue jugando en el recuerdo.

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