Las primeras evidencias de Gustavo Alfaro como entrenador de Boca se enfocaron en crear condiciones para abrazarse al sentimiento xeneize y despertar una identificación con los hinchas. El perfil de una sobreactuación innecesaria.

Arrancó con todo Gustavo Alfaro como técnico de Boca. Arrancó intentando desde el primer día en que se puso en funciones lograr una conexión y una empatía con el sentimiento xeneize. Esa estrategia inicial que seguramente va a extenderse y perdurar en la medida en que vaya recibiendo buenas señales y mensajes de los hinchas, no es un dato para subestimar. Expresa su lectura de las circunstancias.

Alfaro, quien se considera un hábil declarante en virtud de los contenidos culturales que él dice que posee, hoy está en el lugar que siempre quiso estar, más allá de que sus simpatías futbolísticas pasen por Racing. Pero salvo excepciones (Marcelo Gallardo es una de ellas), los entrenadores suelen dejar en un archivo imaginario la pasión por una camiseta en particular. Son claramente hinchas de ellos mismos hasta el día de la despedida. Igual actitud asumen los jugadores.

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La llegada tumultuosa de Alfaro a Boca después de abandonar Huracán como se abandonan las causas perdidas, ya encuentra modos de comunicar. Ahora, haciendo pie en el oportunismo, pretende abrazarse a la bandera de Boca como si fuera un viejo militante del paladar boquense.

Entonces afirma que “Tevez es un jugador emblemático y esencial”, cita textualidades de ese presidente made in Boca que fue Alberto José Armando en el período 54-55 y desde el 60 hasta el 80, habla de pasiones, excitación y compromisos con la historia y evoca hasta con un registro de emoción (¿impostada?) algunas particularidades de los que aman a Boca y de los que están en la vereda de enfrente. En definitiva, transfiere algo a las distintas audiencias que no resulta totalmente creíble, salvo que uno crea porque está empeñado en creer.

Estos entusiasmos y fervores repentinos de Alfaro por Boca no estaban anunciados. Nadie los tenía en carpeta. Quizás ni él los consideraba. Pero en muchas oportunidades, más de las que cualquiera imagina, los grandes entusiasmos y los fervores irresistibles dejan al descubierto zonas desconocidas. Porque terminan revelando conductas y procederes que no habían salido a la luz. Hasta que salen. Y se someten a las miradas públicas.

Alfaro parece enfocado en querer rescatar la gran historia de Boca. Su mística, sus valores, su temple, su orgullo, su personalidad, su liturgia. Carlos Bianchi cuando se vinculó a Boca en julio de 1998 no apeló nunca a ese rubro sentimental y épico y ganó en los dos primeros ciclos todo lo que tenía por delante con un equipo macizo, sólido y demoledor.

Quizás Alfaro no miró en detalle las imágenes editadas de Bianchi cobijado por una sobriedad envidiable. Y fue permeable a la figura de Juan Carlos Lorenzo, técnico de Boca en la segunda mitad de los 70, quién conquistó con un equipo hecho a su medida dos Copa Libertadores, una Intercontinental y dos campeonatos argentinos.

El Toto Lorenzo siempre supo vender emociones, ritos ganadores, fantasías pintorescas y ventajeras y una sensibilidad muy especial para ir acomodando el cuerpo y el espíritu al club que dirigía. Alfaro, en cambio, está aprendiendo. No hace bien lo que Lorenzo hacía muy bien. Y no lo hace bien porque sin demasiado esfuerzo se advierte su sobreactuación. Se ve que estudió antes de hablar con la prensa. Revela que no repentiza lo suficiente frente a una pregunta que lo incomoda. Que está macheteado no porque no sea un hombre del fútbol. Lo es. Pero lo que declara no suena inconfundiblemente sincero. Delata ser una puesta a escena. Un rasgo de marketing. Como aquel que en una graduación saca un papelito del bolsillo interior de su saco y lee lo que escribió, corrigió y volvió a escribir. ¿Falta de naturalidad? Es muy probable? ¿Ausencia de espontaneidad? También.

Por allí anda caminando Alfaro. Componiendo y diseñando sobre la marcha su esforzada y pretenciosa empatía con Boca. Con la gente de Boca. Con las necesidades y urgencias de conquistar la séptima Copa Libertadores luego del colapso en Madrid ante River. Y no tiene ningún problema Alfaro en declarar que llegó a Boca con la obligación excluyente de alzar la Copa, hablando de una bala de plata, del cielo y del infierno y de cuestiones que están más allá o más acá del fútbol.

Por eso planteamos en el comienzo que Alfaro arrancó con todo. Queriendo seducir. Queriendo enamorar. Eligiendo la música ligera que él supone que en Boca quieren escuchar. Lo que queda claro es que al hombre de 56 años desde hace unos días se le movió el piso. Lo bueno sería que con tanto movimiento no lo visite ningún mareo

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