El 1-1 frente a Paraguay es irrelevante si elevamos la mirada y observamos el pésimo rendimiento individual y colectivo de Argentina, incapaz de elaborar una pieza futbolística que provoque una mínima ilusión de cara al partido definitorio del domingo ante Qatar

Hay que viajar en un túnel del tiempo más de cuatro décadas hacia el pasado para ver a una Selección nacional tan agonizante como la actual. El término agonizante trasciende la posibilidad de una clasificación el próximo domingo ante Qatar (en caso de ganar) como uno de los dos mejores terceros.

Es cierto, sería mejor que Argentina siga en la Copa América después de derrotar a Qatar, pero lo que viene mostrando el equipo y el entrenador Lionel Scaloni es de una mediocridad alarmante, que va mucho más allá de una derrota, un empate o un triunfo ocasional.

El retroceso que experimenta la Selección nos lleva de manera inevitable a las etapas anteriores a las que lideró el Flaco Menotti desde octubre de 1974. Por aquellos años anteriores al arribo de Menotti, la Selección era algo así como una banda o un rejuntado desorganizado que deambulaba por la cancha, salvo algunas excepciones como la que conquistó la Copa de las Naciones en 1964 en Brasil y la que jugó el Mundial de Inglaterra en 1966.

Tenía que operar un milagro para que Argentina lograra construirse como un equipo ordenado y operativo. Se quemaban jugadores y se quemaban técnicos. Ahora ocurre lo mismo, aunque Scaloni se quema solo sin que nadie lo ayude a prenderse fuego.

El 1-1 frente a Paraguay no dice particularmente nada en especial. El resultado es una anécdota. El rendimiento, no. El rendimiento, otra vez paupérrimo como se manifestó el pasado sábado en la caída 2-0 ante Colombia, expresó donde está parada la Selección. Que es una manera de decir, porque parada no está. Hace demasiado tiempo que se la ve desfalleciente, sin recursos, sin respuestas (ni individuales ni colectivas) y hasta sin alma para salvarse del naufragio.

Porque lo que vive la Selección es un verdadero naufragio. O un caos futbolístico si nos enfocamos en todas sus deudas que son inabarcables. Porque no zafa por ningún lado, aunque habría que rescatar el penal que atajó Armani cuando el partido estaba 1-1. Pero dejando de lado un episodio puntual de un arquero, todo lo demás no superó en ningún momento la frontera de los cuatro puntos, con varios aplazos ganando por goleada.

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El desorden de Argentina sorprende. No porque se esperaran grandes producciones. Nadie las esperaba. Los antecedentes no indicaban que podían revelarse ilusiones, aunque este apagado Messi integrara el equipo. Pero la magnitud de la desorganización fue lapidaria. Tanto desorden y tanta desorganización hasta para hacer lo más primario y lo más básico (retroceder, recuperar la pelota, defender los espacios y encontrar espacios en ataque), terminó siendo una tarea imposible de desarrollar.

¿Qué busca Scaloni? Nadie lo sabe. El tampoco. Y queda expuesto de forma brutal. Saca jugadores, pone jugadores, cambia el sistema, cambia la estrategia y los cambios permanentes si delatan algo es confusión para interpretar el juego. Una confusión mayúscula que se retroalimenta durante los partidos con las modificaciones erráticas e incomprensibles que realiza.

A falta de una dosis mínima de juego, la Selección no derramó sobre el campo ni personalidad ni temperamento. Nada. Quedó en evidencia un equipo vacío que Paraguay fue calibrando con absoluta serenidad. Y hasta pudo quedarse con todo si se hubiera atrevido a ser más agresivo cuando en la última recta del encuentro manejó el ritmo y la pelota.

La sensación que prevaleció es que la modestia y la austeridad de Paraguay fue más convincente que el desparramo inorgánico de Argentina. Esa imagen de equipo desparramado que sale a jugar sin un plan, una idea ni un rasgo precario de funcionamiento, se enlaza con las peores selecciones que tuvo el fútbol argentino, cuando los protagonistas le huían a las convocatorias y algunos de ellos fingían estar lesionados para no participar.

Esta Selección que se arrastra por la cancha remite a esos flashes del pasado. No porque los jugadores se nieguen a formar parte del plantel. Pero todos juegan mucho menos de lo que están en condiciones de jugar. Porque el cambalache es muy grande. Y nadie puede tener la certeza de cómo puede seguir y como puede finalizar.

El precio de la improvisación se está pagando al contado rabioso. Y Argentina no padece todo lo que podría padecer porque enfrenta a rivales que todavía la respetan quizás por el peso de la historia o por la influencia que irradia Messi.

Pero, sin dudas, está para el cachetazo la Selección. El domingo puede clasificar a cuartos o quedar eliminado. El panorama, igual no se modifica. Ni a favor ni en contra. Solo falta definir cómo será la última página.

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