Es cierto, el equipo creció en el segundo tiempo y
llegó a la igualdad con un zurdazo de sobrepique de Pisculichi que venció las manos de manteca del arquero Armani, siempre lento y frágil para entrar en acción. Pero ese crecimiento de River no alcanza para celebrar conquistas anticipadas. La final está abierta para los dos, más allá del peso ambiental que pueda sentir Nacional en las entrañas del Monumental.
River la sacó barata en el primer tiempo. Se fue 1-0 abajo, pero en el desarrollo lo superaron claramente casi en toda la cancha. El "casi" está vinculado a la falta de eficacia del rival en el área de Barovero. Allí, en esa zona de fuego, donde suele resolverse lo más importante y valioso del fútbol de todos los tiempos, Nacional perdonó. Una y otra vez perdonó. Esa ausencia de contundencia la terminó pagando muy caro en el complemento y en el resultado final. Apenas movió el amperímetro para clavar un golazo con una diagonal fulminante de Berrio que ejecutó a Barovero con un derechazo cruzado al segundo palo.
Ese Nacional dinámico, preciso para elaborar y descargar a los espacios y para ganar las espaldas siempre descubiertas de ese lateral impetuoso y desordenado que es Vangioni, acercaron a River a la inquietante figura del descalabro. Estaba, sin ninguna duda, para la boleta el equipo del
Muñeco Gallardo. Pero esta circunstancia adversa no es novedosa en River. Ya le ocurrió en varias oportunidades durante la Copa. Por ejemplo, ante Estudiantes en los partidos de ida y vuelta, por no citar algunos encuentros por el campeonato que en la segunda etapa controló y terminó ganando.
El 3-2 a Banfield del último domingo es un ejemplo a mano muy reciente.
Como si River no entrara decidido a imponer su protagonismo desde el mismo arranque. O como si los adversarios tomaran la iniciativa por vuelo propio y también por debilidad ajena. Lo cierto es que River suele tomar nota de todo lo que no puede hacer recién cuando está en desventaja. Volvió a demostrarlo en Medellín, cuando las urgencias venían marchando. Y el rival ya lo había victimizado en el plano del dominio, de las situaciones de gol y de una presencia colectiva potente.
¿Qué hizo después River para revertir la historia? Se paró más arriba. Despejó sus tibiezas. Y quizás sus miedos de achicar los espacios de cara al arco de Armani. Y fue más reconocible el equipo. Más identificado con lo que proclama Gallardo. Aunque Teo Gutiérrez haya hecho todo en cámara lenta. Y casi siempre por el piso, despertando el rechazo y el fastidio inocultable del público colombiano. Es realmente desconcertante Teo. Sabe jugar bien, como lo clasifica y lo distingue Riquelme en cada oportunidad que se le presenta. Pero no en pocos partidos, cuando advierte que no tiene aire ni piernas para ganar en el mano a mano, va al piso muchísimo más de lo que intenta, buscando la infracción adversaria que a veces llega y otras veces él la fabrica desmayándose en cada pelota dividida.
Con ese Teo por la mitad o aún por debajo de esa dimensión, River precisaba iluminarse con el uruguayo Sánchez o con el salvador Pisculichi, autor de un brillante pase a la red en la semifinal ante Boca. El salvador Pisculichi apareció una vez más. Y de manera determinante contra Nacional. Clavó el empate deseado y River respiró aliviado, más allá de padecer algunos centros mal resueltos por Barovero (siempre da la impresión que en cualquier momento puede cometer un error trascendente) y de insinuarse con un par de contragolpes que se desvanecieron en la noche.
River, en la revancha, no tiene margen para sacar chapa de candidato excluyente. No lo es. Llega con lo justo. Como llegó contra Boca. Sin sobrarle nada. Sintiendo el desgaste que hizo en el arranque del ciclo de Gallardo. Porque después de la salida del Pelado Díaz se quería distinguir Gallardo con un equipo netamente ofensivo y basado en un pressing furioso que esmeriló prematuramente al plantel. Ese pressing inicial que River puso en marcha con éxito notable hasta las primeras 12 o 13 fechas del torneo, después le pasó la factura, hasta que prácticamente resignó sus chances en el campeonato cuando enfrentó a Racing con una formación de emergencia.
Gallardo no administró con sabiduría los tiempos y los esfuerzos. Y le quedó a River la ilusión de la Copa Sudamericana. Para terminar bien. Para cerrar el año. Aunque después tenga que cruzarse con Quilmes. Pero con la Copa en la vitrina, se da por satisfecho. Y Racing, de paso, se lo va a agradecer.