En los meses previos al Mundial, Jorge Sampaoli anunció que iba a ser "la Selección de Messi". El anticipo del entrenador no funcionó. Nunca Messi se terminó apropiando en forma simbólica y real de la Selección, como en otros episodios y circunstancias lo hicieron Pelé, Cruyff y Maradona. La subordinación y los daños colaterales.

Para encontrar algo parecido a lo que declaró Jorge Sampaoli un par de meses antes del arranque del Mundial (“Está será la Selección de Messi”), habría que retroceder en el tiempo varias décadas hasta arribar, entre otros ejemplos, a aquel Santos de Pelé de los 60.

Ese Santos maravilloso. campeón de la Copa Libertadores y de la Copa Intercontinental en 1962 y 1963, estaba liderado e iluminado por la genialidad de Pelé, acompañado por estupendos jugadores: Lima, Zito, Mengalvio, Dorval, Coutinho, Toninho, Almir y Pepe.

Otro eslabón de un equipo que tenía incorporada la marca registrada de un jugador fue aquel Argentinos Juniors de Maradona, a partir del debut de Diego en Primera el 20 de octubre de 1976. O el Napoli de Maradona en la segunda mitad de la década del 80. O la Selección campeona del mundo en México 86 que Diego con un protagonismo casi excluyente condujo a la gloria. Tampoco puede desconocerse la influencia determinante de Johan Cruyff en el fútbol total que primero desarrolló en el Ajax y luego en la selección durante el Mundial de Alemania en 1974. Era la Naranja Mecánica de ese monstruo inolvidable que fue Cruyff.

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Messi, en cambio, nunca pudo apropiarse simbólicamente de un equipo. Ni aún del Barcelona multicampeón que el siempre integró. Ese Barça no quedó inscripto en la historia del fútbol mundial como el equipo que creo o inventó Messi. Es cierto; él lo enriqueció con un nivel de desequilibrio ofensivo demoledor. Pero el modelo, el estilo y diseño estratégico y conceptual de la obra fue de su entrenador Pep Guardiola. Así se lo recuerda: fue el Barça de Guardiola, incluso para la comunidad blaugrana de Catalunya. Por supuesto, con Messi como gran intérprete.

En la Selección, Sampaoli fue por un atajo peligroso y pretendió regalarle a Messi lo que no se había ganado en la cancha. Y habló frente a la prensa de una “Selección de Messi”, cuando esa expresión de deseos no se había manifestado con hechos concretos. Era puro voluntarismo. La frase quedó, entonces, como un cumplido fenomenal que reveló un contenido y un mensaje desafortunado.

Esta búsqueda de un técnico de rendirse sin rubores y girar alrededor de una figura para encontrar una aprobación que lo fortalezca, en realidad no es otra cosa que una lectura sensible al oportunismo tan extendido en todas las áreas de la sociedad capitalista. Quiso ser oportunista Sampaoli. Y lo fue. Como también en la etapa anterior lo fue Edgardo Bauza, bañando en repetidos elogios a Messi. ¿De qué les sirvió tanta gratitud y reconocimiento anticipado? De nada. Si lograron algo fue desdibujarse como si fuesen aprendices insolventes.

Desde que Messi debutó en la Selección mayor el 17 de agosto de 2005 en la derrota 2-1 ante Hungría cuando a los 43 segundos de haber ingresado el árbitro alemán Markus Merk lo expulsó por despacharle un codazo a un rival, nunca terminó siendo el líder ideológico indiscutido del plantel argentino. Y nunca conquistó unanimidades ni adentro ni afuera de la cancha. No solo porque más de uno le contara las costillas como también se las contaron a Maradona en repetidas ocasiones, sino porque no se apropió de esa totalidad simbólica y real que es la Selección nacional.

Y aunque quizás así se interprete, esta observación no es una crítica ligera y gratuita a Messi. Es un reflejo de lo que ocurrió dentro de un campo de juego. A Messi, como a cualquier mortal, también le caben las críticas. No las descallficaciones que cultivan odios y resentimientos. No las vulgaridades. No los agravios. No las estupideces que a veces se instalan en tribunas públicas y privadas.

Pero no criticarlo como es el deseo confesado de la prensa cortesana, es endiosarlo. Y ese perfil de deidad que suele crear el universo mediático es una opción falsa. Y además, una mentira organizada. A Messi, Guardiola lo valoraba más que a cualquier otro jugador. Lo que no significaba que no le diera indicaciones enfocadas en el juego. Se las daba. Y si Messi se fastidiaba por algo en particular, Guardiola no corría en su auxilio como un ball boys para consolarlo y complacerlo. Guardiola era el entrenador del Barcelona. Y no la imagen de la burbuja que le proponía a Messi vivir en otra dimensión a la que nadie tenía acceso.

Los técnicos argentinos que vienen conduciendo a la Selección parecen estar atrapados en mayor o menor medida por todo lo que irradia Messi en términos de inspiración y de un rasgo de subordinación exigida y demandada. La inspiración que pueda expresar Messi siempre se celebra y se reivindica. La subordinación explícita hacia su imagen, en cambio, se ha convertido en un daño colateral de alto alcance que han padecido varios entrenadores. Entre ellos, Sampaoli más que ningún otro.

Revertir por completo esta conducta debería ser una de las prioridades para cualquier técnico que afronte el desafío de dirigir a la Selección. Subordinarse a Messi no le sirve a nadie. Ni al propio Messi.

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