Las tumultuosas elecciones en Boca del próximo domingo 8 de diciembre blanquean de que lado del mostrador está cada uno. O del oficialismo que encarnan Christian Gribaudo y Juan Carlos Crespi, supervisados y formateados por Daniel Angelici y en especial por Mauricio Macri. O de la principal fuerza de la oposición, encarnada por Amor Ameal y Marío Pergolini, más la presencia determinante de Juan Román Riquelme, ahora vampirizado por la fuerza política que hoy gobierna Boca. La otra lista que hace una oposición muy light la integran José Beraldi y Royco Ferrari, transitando una tercera vía despojada de expectativas.
Diego Maradona ya eligió: está con el oficialismo. Increíble pero real. Aunque el oficialismo en Boca conecte a máxima escala a nivel nacional lo que él viene criticando con una dureza y perseverancia muy explícita.
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¿Cómo habría que interpretar esta contradicción notable de Maradona que en Boca banca públicamente al espacio que fundó Macri desde que asumió como presidente del club en diciembre de 1995, mientras que en otro plano más amplio rechazó todas sus decisiones de política nacional e internacional, convirtiéndose en un férreo opositor de su gestión de gobierno?
La razón fundamental se encuadra en las viejas facturas impagas que mantiene con Riquelme, cuando Diego fue el entrenador de la Selección durante el período que abarcó desde octubre de 2008 a julio de 2010.
En plena etapa de las Eliminatorias para Sudáfrica 2010, Maradona explicó en un programa de TV de TyC sports lo que pretendía de Riquelme en términos de función, posición en la cancha y concepto táctico para serle útil al equipo: “No me sirve que se atrase y le saque la pelotas de los pies a Demichelis. Yo lo necesito sacándose hombres de encima en otros sectores de la cancha”.
Estas palabras y definiciones, más otras observaciones y actitudes que Riquelme consideró inadecuadas por una ética ausente (por ejemplo, el arribo fulminante de Diego a la Selección, haciendo lobby para precipitar la renuncia de Alfio Basile), provocó que el 11 de marzo de 2009, anunciara que no quería seguir formando parte del plantel: “Maradona y yo no tenemos los mismos códigos y la Selección se terminó para mí. No soy un chico y ya estoy un poco cansado de estas cosas. Me va a doler mucho ver el Mundial por la tele, pero hoy con el técnico no pensamos igual, no nos manejamos igual. Se termina mi etapa en la Selección, me duele en el alma hacer esto. Es una situación muy rara porque las cosas no están claras”.
Maradona aceleró, intentando doblegar la convicción que mantenía Riquelme: “El que renuncia a la Selección nacional conmigo no vuelve”. Román no se inmutó. El distanciamiento nunca tuvo una tregua. Es más: se radicalizaron las posturas, aunque Diego en algunas oportunidades pretendió, sin éxito, bajarle la temperatura al conflicto desatado.
A poco más de una década de aquel episodio que terminó debilitando las posibilidades de Argentina en el Mundial, Maradona y Riquelme volvieron a confrontar (directa o indirectamente) revelando contenidos más implacables que en el 2009.
El que atacó sin pisar nunca el freno fue Diego. Colocándose al lado de Angelici y por proyección al lado de Macri. Y avaló la versión de que Riquelme no cerró con el oficialismo por una cuestión de dinero: ”Los dólares no pueden pesar más que las convicciones. Yo jamás le voy a robar la plata a Boca porque de eso no se vuelve. Vos podés haber ganado mucho, pero si después la cagás, la gente te la cobra. Pregúntenle a Passarella. A los bosteros, Román nos dio muchas alegrías en la cancha. Pero por eso le pido que no manche esas cosas con las estupideces que está haciendo. Que le pide cinco a uno, diez a otro, que manga por un lado, por otro. El se cree que está jugando todavía y manga como jugador. Pero no, no es así. Si querés ayudar a Boca, hacelo de corazón. Por eso lo que dijo Angelici en la conferencia es así. No miente. El que miente es Riquelme”.
Román, por su parte, minimizó en un puñadito de palabras las descalificaciones de Diego: “Fuera del fútbol, lo que dice y hace, la verdad es que no me interesa para nada”.
¿Qué hay en el medio? ¿Celos? ¿Vanidades irresueltas? ¿Egos desbocados? ¿Resentimientos? Lo que queda claro es que a Maradona nunca le cerró la herida que le abrió Riquelme cuando se negó a continuar en la Selección. Esa decisión irreversible nunca la digirió. Como nunca digirió que Daniel Passarella lo sacara de su agenda hace muchos años.
Y es probable que si Riquelme hubiera armado una estrategia para confluir en las elecciones de Boca junto al oficialismo, Diego estaría en la vereda de enfrente para diferenciarse de Román y articular coincidencias con la oposición.
De ahí, que la pregunta es inevitable: ¿para quién juega Maradona? La respuesta es simple: para él y para Angelici, Macri, Gribaudo, Crespi y compañía. Aunque en este caso en particular sus intereses choquen de frente con la ideología política que dice defender. Que precisamente no es la de Angelici ni la de Macri
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