Siempre abundan los pronósticos y las lecturas anticipatorias en vísperas de un partido trascendental como el Superclásico, pero la realidad es que el fenómeno del fútbol nunca admitió ninguna certeza ni estableció que exista la categoría de punto y banca.

El partido está ahí. Casi al alcance de la mano. River recibe a Boca este martes en el cruce de ida por una de las semifinales de la Copa Libertadores. Los lugares comunes nunca ausentes se empeñan en repetir las viejas preguntas siempre aburridas y previsibles: ¿Quién es el favorito? ¿Quién está mejor parado? ¿Quién llega con mejores fundamentos? ¿Quién cuenta con algo en particular que lo distingue? ¿Quién está por arriba de su adversario? ¿Quién tiene la sartén por el mango?

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Las respuestas son siempre las mismas: no dejan de ser banalidades, palabras en el viento, inconsistencias argumentativas, frases de ocasión. El fútbol nunca acredita ninguna certeza. Por eso no puede tomarse en serio ningún pronóstico. Todo es efímero. Liviano. Líquido. Imposible de determinar. El fútbol nunca tuvo, tiene ni tendrá propietarios intelectuales que puedan colonizarlo.

El fútbol no es otra cosa que un enorme y extraordinario misterio. Un misterio totalmente despojado de verdades absolutas. Por eso conmueve. Por eso atrapa. Por eso despierta pasiones que pueden ver la luz y pasiones inconfesables. Este duelo que vuelve a reeditarse, aunque no se constituya en la final de la Libertadores que el 9 de diciembre del año pasado conquistó River en Madrid, será como siempre, una película que nadie está en condiciones de anticipar. Ni los jugadores que participarán del partido. Porque ellos tampoco saben que harán en la cancha, aunque desde afuera los entrenadores les digan y repitan que es lo que tienen que hacer. Mentiras piadosas. Mentiras políticamente correctas. El fútbol no se juega en la víspera. Se imagina en la víspera. Pero todo se derrumba cuando la pelota toma vida.

¿Entonces el fútbol es una especie de quiniela o de lotería anárquica? No. Tiene una lógica. La que imponen las circunstancias, los imponderables. Y el error y la virtud de las individualidades. Es cierto, los técnicos bajan línea, sugieren, aconsejan, plantean, ordenan. Pero no son tan influyentes como el ambiente del fútbol les adjudica. Y menos aún durante el desarrollo de los partidos.

Un equipo sometido por las indicaciones de su técnico es un equipo muy obediente, como, por ejemplo, lo fue Boca por la Superliga en el 0-0 frente a River en el Monumental. Y la obediencia es lo opuesto a la creación, a la inspiración, al juego en definitiva. El fútbol necesita grandes desobediencias y no disciplinadas sumisiones. La sumisión no sirve para construir lo que no está construido. Sirve para negarse a cualquier aventura. En este caso una aventura futbolística para encarar hacia el arco rival.

Si hay miedo y la realidad es que el miedo en este contexto es lo que abunda, faltan iniciativas. Desde el prejuicio se instala que River por ser local tiene que salir a proponer y a arriesgar más que su adversario. Y que Boca por ser visitante puede especular aferrándose al empate. Es el estuche del partido. El contenido simbólico del partido.

Nada para tener muy en cuenta. Esos diseños tácticos y estratégicos pueden estrellarse al minuto de juego. El miedo, no. El miedo está ahí. Es una presencia ausente. Pero una presencia imposible de dimensionar, aunque acompaña en mayor o menor medida a cada protagonista directo o indirecto del Superclásico.

Esa carga invisible que cada uno lleva suele resignificarse en distintos rendimientos. Por eso cuando hay que hablar de naturalezas saludablemente irresponsables se mencionaba al brasileño Garrincha (el mejor puntero derecho de la historia del fútbol mundial) o al Loco Corbatta, o al entrañable René Houseman o incluso a ese crack siempre recordado que fue Claudio Caniggia. ¿Por qué? Porque no sentían nada que los atara. Ni el rival, ni la importancia del compromiso ni la incertidumbre de ser visitado a la hora del partido por ángeles o por demonios.

Estaban libres. Sin mochilas. Sin equipaje. Sin temores. Descontaminados. Pero esto no se adquiere. Se tiene o no se tiene. Porque el fútbol trasciende la mentira organizada del pizarrón o la pantallita sofisticada de una notebook de última generación. Los jugadores fueron naturalizando este sistema de conexión y subordinación con los técnicos. La prensa, en gran medida, también. Son los espejitos de colores entre tantos otros espejitos de colores que compran todos los días las sociedades contemporáneas.

River y Boca juegan este martes en el Monumental. Y volverán a enfrentarse por la revancha el 22 de octubre en La Bombonera. Nadie es punto y nadie es banca. Eso sí: en el caso que River sea eliminado, no se van a derrumbar las paredes. Pero si Boca es el eliminado, los estruendos tendrán una magnitud con muy pocos antecedentes.

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