"Entiendo que Neymar, Suárez, Mascherano y Messi saben que jugar contra un equipo sudamericano no es lo mismo que jugar contra un equipo europeo. Ellos en Europa le ganan todo el tiempo a todo el mundo y con los equipos sudamericanos no se enfrentan casi nunca. Y el fútbol de Sudamérica es mucho más difícil que el de Europa y lo digo por experiencia propia. Yo podría haber jugado en Europa diez años más si el físico me lo hubiera permitido, mientras que en la Argentina me habría costado mucho más".
Los conceptos de Marcelo Gallardo en la entrevista que le concedió al diario Olé el pasado viernes anticiparon una idea para intentar condicionar los circuitos futbolísticos del Barcelona en el caso que superen las semifinales (muy accesibles) y se enfrenten el domingo 20 de diciembre en Yokohama por la final del Mundial de Clubes.
El entrenador de River establece diferencias entre el fútbol europeo y el sudamericano. O más específicamente entre el fútbol español y el argentino. ¿Pero existen esas diferencias? ¿O forman parte de la imaginación y el voluntarismo del Muñeco Gallardo?
La realidad es que existen. No se juega igual allá que acá. Nunca se jugó igual. Ni antes ni ahora. Lo saben los que juegan y los que miran. Lo saben los técnicos y los protagonistas, más allá de los distintos niveles de esos protagonistas, que por supuesto siempre son los jugadores.
¿En qué consisten las diferencias? En los tiempos y los espacios. Hoy, en Europa, los jugadores disponen de tiempos y espacios para recibir y después resolver. Acá, en cambio, los tiempos y los espacios están muy restringidos. Hay más presión, más búsqueda del anticipo, más fricción, más choques y más infracciones.
Está claro que se ven mejores partidos en Europa. Porque los equipos no están enfocados en neutralizar, en asfixiar, en perseguir, en marcar. Se juega mejor (más allá de que están los mejores jugadores del mundo actuando en sus ligas) porque también disfrutan de mayores libertades para manejar la pelota y crear.
Ese grado de libertad se naturalizó en Europa hace varios años. Se juega así. Los que tienen más y aquellos que tienen menos. Por supuesto, ganó el espectáculo. Y ganó el público. Aunque, en general, ya se sabe de antemano cuales son los equipos que se van a quedar con el campeonato. No hay sorpresas. No podría haberlas por las monstruosas diferencias en los presupuestos. Sobran los partenaires. O los convidados de piedra. Y abundan las goleadas.
En el fútbol argentino no sobra nada. El torneo de 30 equipos mostró, en algunos casos muy puntuales, falta de equivalencias. Y se ablandó el campeonato con algunas goleadas previsibles. Pero, como siempre, prevaleció una alta competitividad. Y hasta un rigor excesivo para cortar el juego que derivó en conductas violentas de los protagonistas frente a árbitros despojados de capacidades y subordinados a todos los microclimas.
Ese nivel de violencia también es consecuencia de la lucha por los espacios. Por los mínimos espacios. A esto apuntan, precisamente, aquellas palabras de Gallardo cuando se refiere a las diferencias entre el fútbol europeo y el sudamericano. No son diferencias simbólicas. Son diferencias reales que se registran en la cancha.
Lo comprobó en diciembre del año pasado el Real Madrid cuando enfrentó a San Lorenzo en Marruecos por el Mundial de Clubes y lo derrotó 2-0. Aún con la idea de no hacer papelones y no comerse una boleta infernal, el Ciclón no le permitió al Real mover la pelota y los hombres con suficiencia. Y aunque perdió, el baile anunciado nunca empezó.
Los tiempos y los espacios que disfruta y construye el Barcelona en tierras europeas, seguramente no tendrán en River a un observador pasivo. Por lo menos esa es la intención de Gallardo y del plantel. No para jugarle un partido de ida y vuelta. Sí para obligarlo a resolver con menores comodidades y franquicias. Para presionar en los lugares y los momentos en que deberá presionar. Para enturbiarle la circulación y elaboración al Barcelona. Y después de recuperada la pelota, agredirlo, como por ejemplo lo hizo Deportivo La Coruña en el 2-2 del pasado sábado.
"Tenemos que hacer un partido perfecto", afirmó Gallardo adelantándose al 20 de diciembre en Yokohama. No descubrió nada. Aunque el fútbol nunca le devele sus misterios a nadie.