El protagonismo deslumbrante del Barcelona desde hace casi una década provoca que no pocos entrenadores argentinos intenten quedarse con el método que impuso en el mundo el equipo catalán. Pero el método es insuficiente si no está acompañado por el talento. Trascender el método demanda interpretar los viejos misterios del fútbol.
Barcelona resignificó una idea en el mundo del fútbol. La idea de jugar bien para ganar bien. Con la pelota por abajo, con circulación, posesión, paciencia, elaboración, distracción, presión, estilo y conocimiento para desarrollarlo en los momentos más oportunos y en los sectores adecuados (que pueden ser  todos), considerando las características centrales de los jugadores.

En la Argentina no son pocos los técnicos (generalmente jóvenes) que buscan encontrar en los equipos que conducen puntos de contacto con el fútbol que practica el Barcelona. Copiar el modelo que registró el Barcelona, en definitiva, con resultados y niveles de juego extraordinarios.

Pero suelen quedarse en la superficie. En el pressing, en las consignas tácticas, en algunos movimientos sistematizados, en el 4-3-3 y en la búsqueda de salir desde el fondo con prolijidad y sin urgencias. Pero eso es cosmética. Es maquillaje. Es una parte no esencial del método.

¿Qué es entonces lo fundamental? El juego. El concepto colectivo del juego. No solo el sistema. Ni la táctica. Ni el pressing. Ni el 4-3-3. Ni la pelota mansa que empieza su recorrido en el arco propio. Ni los movimientos incorporados de memoria como si los jugadores fuesen robots. El fútbol nunca fue ni será una aplicación tecnológica creada por tecnócratas más o menos iluminados.  

Si el Barcelona reivindicó algo fue la génesis del juego. Saber juntarse (o agruparse) en la cancha. Para defender los espacios, para recuperar la pelota (en campo propio o ajeno) y para atacar. Juntarse, no amontonarse. Y no es sencillo juntarse el mayor tiempo posible en un territorio tan amplio de 105 metros de largo por 68 de ancho.

Es imprescindible achicar los espacios. Según las circunstancias, hacia atrás o hacia adelante, como lo ejecutaba aquella Holanda de 1974 que comandaba Johan Cruyff y que dirigía Rinus Michels. El verdadero desafío es achicar hacia adelante. Como, por ejemplo, lo hizo River durante una docena de partidos en el segundo semestre de 2014, apenas arribó como técnico Marcelo Gallardo.

Después el equipo nunca más pudo reproducir aquel pressing fulminante, asistido por una valiosa dosis de precisión en velocidad. Y aunque Gallardo persiguiera esa idea esa buena etapa que se fue desvaneciendo en las últimas fechas del campeonato que terminó ganando Racing, no tuvo proyección. Se agotó ahí.

¿Por qué River con la continuidad asegurada de Gallardo nunca logró reconquistar aquella respuesta futbolística que lo distinguió durante 3 meses? Porque no existía la suficiente convicción. Y porque faltó un mayor caudal de conocimiento del entrenador y del plantel para extenderlo en el tiempo. Por eso duró un suspiro. Y Gallardo siempre volvió a aquellas imágenes de agosto, septiembre y octubre de 2014 como la síntesis de su ideal.

Haber capturado en alguna medida el método del Barcelona durante algunos meses no fue un indicativo de que River adquiriera un funcionamiento simétrico al Barça. Ahora, a la distancia, se advierte que fue casi una formidable casualidad. Y esa casualidad nunca más se reinstaló, más allá de los títulos internacionales que obtuvo River bajo la conducción de Gallardo.

El método del Barcelona que también despierta la admiración irrestricta de Gabriel Milito, hoy entrenando a Independiente, requiere algo fundamental: sintonía fina para saber administrar con criterio artesanal la inspiración de las individualidades y las obligaciones deseadas o no deseadas que impone el funcionamiento.

Subordinar las características de los jugadores al sistema (ubicar a un delantero de área como extremo o a un extremo como volante, por ejemplo), típico error que cometen los técnicos, revela también que sobra dogmatismo y falta talento. El dogmatismo en el fútbol también queda al desnudo cuando no hay sensibilidad para  interpretar los perfiles y las particularidades individuales.

Para imitar al Barcelona no alcanza con imitar los movimientos del Barcelona, aún sin el brillo y el desequilibrio de sus grandes estrellas. Es entender porque se hace lo que se hace. Porque se meten 10 pases antes de cruzar la media cancha. O porque en otro momento se meten apenas 2 pases. Depende de cada contexto. Y distinguir los contextos (el rival, los momentos, las circunstancias, el paisaje estratégico y emotivo de cada partido) está vinculado a la inteligencia.   

Por eso para elegir los tiempos, las aceleraciones, las pausas y los pases, es condición imprescindible trascender el método. Y saber o haber aprendido lo que el método no explica. Porque no hay ningún libro sagrado que enseñe a jugar bien al fútbol. Ni a ser un brillante entrenador. Y si esos libros existieran, serían el escenario de la mentira organizada. Que todos sospechamos que, en muchos casos, existe.           

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