Era un salón en el que había varias mesas pequeñas, cuadradas, rodeadas por sillones. No era un camarín hermético, como el imaginario popular podría suponer. Detrás del escenario del predio “La Colmena”, en Olavarría, minutos después del show, de un show sofocante, tortuoso y, como algunas horas después se confirmaría, sobre todo trágico, el Indio Solari armó una burbuja y se sentó junto a Virginia, su mujer, y otras dos personas de su círculo íntimo.
Y comenzó su catarsis.
Un rato antes, el show que había dado con Los fundamentalistas del aire acondicionado (aunque, se sabe, todos lo habían ido a ver a él) le había generado un ardor indisimulable. El clima enrarecido se había trasladado al cantante, que después del tercer tema, tras pedir varias veces al público que se cuidaran entre sí, que ayudaran a los que estaban caídos, nunca entró en ritmo. Algo se rompió, algo vio, algo le dijeron. Algo sintió.
“Esto no va a seguir, yo no puedo seguir de esta forma, no lo puedo controlar, yo no voy a jugar mi prestigio ganado con tanto esfuerzo y tantos años por estos desastres”, fue su primera reacción.
En la previa, se había alimentado el rumor entre los fanáticos ricoteros de que este era el último show. La última Misa India. Pero Carlos Solari jamás esperó que fueran 350, 400 o 500 mil las personas que invadieran Olavarría. Según Cristian Ritondo, ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, en el contrato entre la productora y la intendencia se establecía que habría 150 mil asistentes. Todos los controles posibles se habían desbordado. Todavía los hermanos Marcos y Matías Peuscovich, propietarios de “En Vivo S.A.”, la productora que realizó el evento y que trabaja desde hace diez años con el Indio, no habían sido imputados.
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“Estos desastres” fueron las muertes de Javier León y Juan Francisco Bulacio. El hacinamiento de la multitud. Tal vez, el Indio sintió que la misa se le fue de las manos, que el ritual quedó en manos de la gente y que cuando eso pasa, cualquier cosa se puede esperar. Demasiado peso sobre los hombros de alguien que durante años se transformó en uno de los máximos referentes del rock nacional.
“Hoy fue un día de mierda, yo no puedo seguir así, no puedo”, le dijo a su mujer, todavía en carne viva.
Tras prestar declaración en calidad de testigo ante la fiscal Susana Alonso, lo último que se supo del Indio fue que voló en un avión privado hasta el aeródromo de Morón y fue a recluirse a su quinta de Parque Leloir. Algunas versiones periodísticas indicaban que este martes se había ido a Nueva York, aunque no pudo ser confirmado.
Entre tanto dolor, se alimenta la sensación de que el show de Olavarría pudo ser el último. Lo dijo en caliente. Lo perciben sus íntimos. “Estaba como vencido”, describió otro de los testigos que lo vio en el backstage luego del recital.
Nadie, sólo el Indio, quien hace un año reveló que padece la enfermedad de Parkinson, puede decir si esta fue su última vez frente a un escenario, con su voz hipnótica, su carisma eterno y sus infructuosos intentos por controlar a una masa de fanáticos que parecen haber superado al mito.