Los bachilleratos populares, reconocidos por el Ministerio de Educación, se especializan en la organización social y la enseñanza de oficios que facilitan la salida laboral, apuntó Jonathan.
Por Sergio Tomaro.- “Trabajo, estudio, ayudo a los demás y hago piquetes”. Esa es la síntesis que Jonathan Yeferley hace para presentarse en sociedad, sin hacer mención a las limitaciones impuestas por la extraña enfermedad que tortura sus huesos y lo obliga a desplazarse en silla de ruedas desde la cual, sin embargo, despliega con energía el compromiso que asumió en favor de quienes menos tienen.
El Joni, así lo conocen en La Boca y San Telmo, los barrios donde centra su actividad, es un convencido que las grandes acciones son aquellas que nacen desde lo más simple y que, en su caso, consiste en edificarlas acercando respuestas a las necesidades de quienes no las encuentran.
Nacido en Uruguay, llegó de chiquito a Buenos Aires donde supo lo que es vivir en inquilinatos, casas tomadas, en barrios bravos del conurbano y en las duras calles de La Boca donde ofició de “trapito”, abrepuertas de taxi frente a los locales de tango “for export” y parrillero callejero en los días en que la Bombonera hervía a fuerza de pasión futbolera.
También conoce el dolor físico, la amargura de enterarse por el recorte de una noticia publicada en un diario uruguayo que narraba la muerte de un supuesto delincuente que su padre biológico había fallecido y la singular sensación de convivir con los padrastros -afirma que “fueron unos 18”- que acompañaron a su madre en su estancia en Argentina.
Además de esto, Jonathan es un cultor de la educación popular y en ese sentido explicó a HISTORIAS DE VIDA que “todo el mundo sabe algo, nadie sabe todo y no hay nadie que no sepa nada”. De paso, reivindicó el concepto de piquetero que toma, en su caso, como una distinción a la cual luce orgulloso.
“Tomé real conciencia social allá en el 2002 -confesó- y lo que generó en mí Darío Santillán me abrió la cabeza para encarar acciones que lleven a una nueva forma de organización destinada a que no haya tanta desigualdad, para que la cosa -precisó- esté mejor repartida”.
Nada está perdido
“Hay que empezar a construir solidariamente”, destacó, y ese criterio es el que lo anima a impulsar los bachilleratos populares en su doble rol de alumno y profesor, a generar trabajo autogestionado y a buscar soluciones habitacionales, a lo que le añade, también, rescatar a pibes presas del paco.
“Y sí, hago esto porque reconozco un valor determinante a la construcción de solidaridad” apuntó, convencido que “el ser humano tiende a agarrarse de lo negativo y, encima, se pega latigazos. Hay que rescatar lo positivo y la solidaridad. Y por sobre todo -enfatizó- sentirse digno”.
Quizás en ese concepto reside la clave de la personalidad de Jonathan, quien es capaz de dejar de lado la osteocondromatosis múltiple que lo afecta desde adolescente, coartándole cada vez más la posibilidad de trasladarse sobre sus piernas, aunque no la posibilidad de gestionar por los pobres.
“Sé que para muchos usan la palabra piquetero para desprestigiar y la asocian con la vagancia y el quilombo. También cortaron rutas los ruralistas, y calles, los maestros. Pero atención -disparó- que hacer un merendero para chicos es también obra de piqueteros”.
Con esa idea el Joni plantea sus días y desde el local de Olavarría al 300 encamina sus esfuerzos. “No está nada perdido, sólo tenemos que aprender a convivir entre todos porque se impone un cambio” dijo, dispuesto a asumir la responsabilidad dictada por sus convicciones que en la calle no conocen impedimentos, ni siquiera en las subidas más fatigosas.
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