López Rega fue un personaje oscuro que se definía como "mago". Incluso decía ser masón, condición que nunca alcanzó. Su acercamiento a Isabel Perón marcó una época dolorosa de la Argentina.
El 10 de octubre de 1965, llegó a la Argentina –enviada por su marido Juan Domingo Perón– María Estela Martínez; más conocida como Isabel.
Será unas semanas después que habrá de conocer a José López Rega, iniciando un vínculo que habría de ir acrecentándose con el paso del tiempo. Tanto, que “Daniel” –seudónimo con el que gustaba presentarse aludiendo al Profeta Daniel, del Antiguo Testamento–habría de acompañarla en su regreso a Puerta de Hierro.
En ese mismo año de 1965 fue publicado un libro de López Rega titulado “Astro agenda”, en la que se presenta oficialmente como astrólogo. Contiene, para cada día del año, el santoral, la posición de los planetas, las horas favorables del día para la suerte y dinero; el amor; el trabajo y unas líneas con vaticinios, siguiendo el estilo de los tradicionales horóscopos.
En 1962 había publicado “Astrología esotérica. Secretos develados”; volumen de 758 páginas. Era alguien que no se andaba con pequeñeces en lo que hace a su autoestima ya que se describía como como discípulo de “Abel, Moisés, Krishna, Buda, Jesús y Mahoma.”
El historiador Marcelo Larraguy lo describe de este modo: “José López Rega conoció a Isabel en la casa del mayor Bernardo Alberte (que había sido edecán de Perón), en Yerbal 81, en el barrio de Caballito. Fue en el marco de una reunión política, aunque el té le daba un tono social a la conversación. Isabel estaba en compañía del joven médico Pedro Eladio Vázquez. Era el secretario de la Escuela Superior de Conducción Política del Partido Justicialista, designado por el mismo Perón, y también un estudioso de las ciencias ocultas. Isabel lo llamaba “doctorcito” y le pedía que se mantuviera a su lado”.
López Rega le comentó a Isabel que él, en su condición de policía (se retiró de la Policía Federal como cabo primero el 2 de abril de 1962) había estado custodiando en varias ocasiones el Palacio Unzué, que era la residencia presidencial y que –por ello– hasta dormía en las escaleras que llevaban al dormitorio de la Sra. Eva Perón.
Lo que sí está claro es que lo que resultó atractivo a Isabel fueron los temas esotéricos de los que hablaba Daniel, así como los dones de adivinación del futuro que él mismo se atribuía y de dotado para hacer curaciones paranormales. A punto tal que no vacilaba en autodefinirse como “mago.”
La Sra. de Perón decide convertirlo en su secretario durante la estadía en la Argentina y, luego, llevarlo con ella a España. Allí Lopecito se establecerá en la residencia “17 de Octubre” de Puerta de Hierro y ya quedará –hasta el fin de la vida del General– como una figura central y permanente. A punto tal que, sin ser contrafácticos, bien puede afirmarse que la historia de la Argentina habría sido diferente si López Rega no hubiera aparecido en escena.
Mucho se ha dicho –y escrito– sobre la vida en el campo esotérico de Daniel. La mayoría no es cierto. Es verdad que conocía de Astrología y temas del ámbito esotérico. También es verdad que él mismo se atribuía supuestos dones de adivinación, curaciones esotéricas y prácticas mágicas.
Pero es falso que haya pertenecido a una orden templaria, ni ejercido como umbandista, ni mucho menos que fuera miembro de la masonería. Esto último se ha repetido muchas veces. Pero es absolutamente falso. Hasta el mismo Licio Gelli (el tenebroso “venerable maestro” de la logia P 2) lo confirmó cuando –en un reportaje– señaló que López Rega conocía poco de masonería, que no era eso lo suyo.
Empero, Lopecito –acostumbrado a las tergiversaciones y los engaños– llegó a agregar a la rúbrica de su firma los tres puntos, que es con los que suelen identificarse los miembros de la Orden Masónica. Así lo señala Tomás Eloy Martínez en su libro “Lugar común la muerte”, cuando escribe: “La firma respiraba a duras penas dentro de una rúbrica envolvente, que se dejaba caer sobre cada letra como un párpado; al pie de la rúbrica, un fleco desprendido de la R o de la G (la caligrafía era ingenua pero a la vez confusa) estaba adornado por tres puntos en forma de triángulo.”
Antonio Las Heras es autor del libro “Juan Domingo Perón. Maestro Masón.” e mail: [email protected]