Para Alejandro Dufort, (55) artista plástico nacido en La Paternal y que desde su adolescencia supo que lo suyo era la pintura, hay una premisa que es fundamental, y tiene que ver con el mensaje por sobre lo estético, y asegura que "no me interesa tanto que me digan que una obra mía es linda como que les haya llegado algo de lo que quise decir".
Casado, y padre de Sofía, de 13 años, Alejandro es sin duda un artista especializado en muralismo con una sensibilidad muy especial, y que se traduce en la confluencia entre su compromiso con causas como la violencia de género, la trata de personas y la defensa de los derechos de pueblos originarios, a quienes está unido por herencia de sangre.
Dedicado al arte desde muy chico, Alejandro estudió en las escuelas Fernando Fader y Ernesto de la Cárcova, y ya hace 35 años que su modus vivendi es la pintura, pero nunca dejó de darle a su obra más personal un contenido social.
Yendo a sus raíces, Alejandro tiene sangre francesa por su padre, pero su madre era descendiente de los comechingones, ella fue quien más le transmitió el amor y el respeto por esa herencia ancestral, que siempre que puede trata de volcar en su trabajo, y su abuelo, de apellido Quevedo, fue el último cacique de ese pueblo.
Señala que "desde chico me gustó pintar, y mi madre fue quien más nos incentivó al arte tanto a mí como a mi hermano, y además nos aportó esa mirada de lo indigenista" mientras recuerda a su padre "que era barrendero, murió joven, y seguro estaría orgulloso del camino que elegí".
Días pasados, Alejandro viajó a la ciudad santafesina de Reconquista, a realizar un mural en un jardín de infantes de la zona, como parte de una actividad del espacio barrial Villa Luro Solidario, que apadrina escuelas en el interior.
Aclara que "esta práctica es constante, porque todo lo que sea contribuir con mi arte a una tarea comunitaria me gusta" y relata que "durante varios años me vinculé a entidades como Aluba, que trata las cuestiones de bulimia y anorexia, y al Lalcec, por el cáncer, y me interiorizaba de las temáticas para luego volcarlas en mi pintura".
Admirador de pintores como Carpani, paralelamente Alejandro se gana la vida desde hace 35 años haciendo murales y pinturas para agencias de publicidad, especialmente en la vía pública, y calcula que "llevaré hechos más de 400 murales".
"Casi todo - explica- lo hago con aerógrafo, una técnica diferente y más ágil, y el trabajo callejero te exige otros cuidados, relacionados con la luz, la sombra, los árboles, los coches, en fin, se cuidan otros aspectos" y explica que "hice trabajos para productos y empresas muy diversas, y desde eventos artísticos y campañas públicas, hasta instituciones, universidades y escuelas".
Fiel a su sensibilidad, relata que "hace un tiempo, a la vuelta de mi taller, hice un mural relacionado con la toma de conciencia para la donación de órganos, y la idea se originó por una compañera de mi hija, que necesitaba un transplante bipulmonar, pude hacer la obra, y la chica por suerte salió muy bien de la operación".
Entre sus múltiples trabajos, Dufort rescata la reproducción de un mural de David Siquieiros en Santa Fe, y algunos homenajes, con su propia óptica, a víctimas de la violencia como Marita Verón o Wanda Taddei, y reflexiona que "una vez lei que el pintor es cronista de su época, y todo lo que conocemos es a partir de esos artistas, y hasta que llegó la fotografía era la forma de reflejar la vida".
Alejandro, que alterna lo simbológico y lo figurativo con obras donde la figura humana luce más estilizada y casi sugerida, ostenta también el orgullo de haber expuesto una obra suya sobre violencia de género en el anexo de la Cámara de Diputados, que se exhibió durante más de un mes, y luego fue donada por el artista.
Además de su veta pictórica, Dufort tuvo su época de actor y director teatral. Dice que "armaba performances diversas, una vez hicimos una sobre Bertolt Brecht en el Centro Borges que tuvo mucho eco, donde participó hasta una murga uruguaya, y con cantantes líricas, también hice sainete criollo y otras puestas sobre el tema de género también".
Comprometido con la realidad política y social del país, Dufort comenta que "en el centro clandestino de detención Olimpo hicimos una obra contra la violencia de género y un mural, en la esquina de ese lugar, que cuenta de alguna forma lo terrible que sucedió adentro con los detenidos".
Pero si hay una pasión que no falta en la vida de Alejandro es la futbolera. Con el corazón repartido entre Argentinos Juniors, el club de su barrio natal, y Racing, su cuadro por adopción (pese a que toda su familia era de Independiente), señala que "yo tuve la chance de entrar en las inferiores de Vélez, pero mi familia no lo vio con buenos ojos porque querían que estudiara. Asi que me frustré como futbolista, aunque seguí jugando hasta hace poco, pero crecí en el arte".
Alejandro hizo en Racing un mural dedicado a un símbolo del club: Tita Matiuzzi, una hincha y ayudante ejemplar, que vivió y murió en el estadio. Y en la cancha del Bicho, le dedicó murales a Borghi y al Polo Quinteros, que incluso le firmó su obra. Aclara que "empecé uno para Diego, pero por falta de aportes no lo pude terminar, aunque tiempo después lo terminó otra persona".
En su taller ubicado en el barrio de Villa Luro, Alejandro le da forma a una de sus últimas obras, que aún no tiene nombre pero sí un significado muy especial. En ese cuadro, una mujer con rasgos indígenas sostiene en su mano un globo terráqueo que ofrece imaginariamente al que contempla la obra, mientras detrás, el marco del Sol y la Luna se completan con la presencia de animales y flores típicas de la geografía indoamericana.
Dufort cuenta que "esta obra la inicié durante la noche de los Museos, en una muestra callejera que organizó el Museo Perlotti, en Caballito, y ahora trato de darle otros matices, pero de algún modo marca mi filosofía como artista".
Señala que "esa imagen india preserva esa flor que es la vida, y allí conviven la naturaleza, el sol y la luna, el cóndor y el puma, el algarrobo que provee sombra y alimentos en lugares cálidos, y un cielo inmenso, y como señal ancestral, las banderas autóctonas, el whipala y la comechingona" y asegura que "este cuadro es una parte de mí, pero yo lo veo como que ella me entrega el mundo y el planeta para que haga lo que pueda para mejorarlo".
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