Cuando empezó su carrera era peón de cuadrilla ferroviario y a base de esfuerzo y pasión se convirtió en un médico reconocido que llevó una modalidad diferente para los pequeños pacientes de la ex Casa Cuna.

Cuando Rubén Sosa preparaba el ingreso a Medicina y trabajaba como peón de cuadrilla ferroviario en estación Buenos Aires, los interminables viajes en colectivo entre Villa Lugano, Barracas y la facultad operaban sin que lo supiera, mientras tarareaba canciones de Joan Manuel Serrat, como el espacio mágico que aceitaba su inquebrantable sueño de ser médico.

Todo había comenzado mucho antes, a principios de los sesenta, cuando Carola, su mamá, lo hacía atender en Pompeya con el pediatra Enrique Mathov, ya que el primogénito de su matrimonio con Jesús era un chico de muy bajo peso y asmático.

Al contrario de otros chicos, ese consultorio fascinaba a Rubén que un día, al comentarle tímidamente a Mathov que de grande quería ser médico, el pediatra lo felicitó y para adentrarlo en el mundo de la ciencia, hizo que un radioscopio le devolviera una imagen huesuda de su mano. El pibe quedó maravillado y encima el doctor con actitud visionaria, le dijo: “no sólo vas a ser médico como yo, sino mejor que yo”.

Hoy, una foto blanco y negro del doctor Mathov está atesorada bajo el vidrio del escritorio del consultorio particular de Sosa, en Avellaneda, en homenaje al hombre que además de curarle el asma y hacerle ganar kilos en su infancia, le abrió la puerta a aquellos sueños que lo acompañaron tantas idas y vueltas en el trayecto Lugano, Barracas, Palermo, Lugano, donde nació y vivía por entonces.

Rubén Sosa

En la actualidad Sosa, de 60 años, es el jefe del CEM 2 del Hospital Pedro de Elizalde, al que entró como médico en 1982 a poco de recibido para entregar sus saberes como pediatra e infectólogo y desarrollar con los años otro sueño nacido de su interpretación de la medicina: dotar de color y vida a su sala.

Fue así que decidió pintar los pasillos del CEM 2 de celeste con dibujos de mariposas y barriletes. Tras obtener el permiso de las autoridades del hospital para llevar adelante la iniciativa, también dotó a las doce habitaciones de la sala con juegos y frases en los techos, a los que denominó cielos, y que de acuerdo a su orientación temática son el de la poesía, el de la superación, el de las plantas, el de los derechos del niños y el de El Principito, por citar algunos.

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“Esto ayuda a curar porque el entorno debe acompañar y no sólo al paciente, sino también a sus familiares y porque no a médicos y enfermeras”, manifestó Sosa a POPULAR en defensa del color plasmado en las paredes de su sala con pinturas fabricadas con sustancias antimicóticas y antibacterianas.

Con filosofía serrateana incorporada a fuerza de escuchar cada día de su vida como un leit motiv la poesía cantada del catalán, Sosa asegura que al fin y al cabo “si uno va en busca de los colores, al final ve el arco iris” y afirma que en todo caso “el blanco es una falsa construcción de la pureza” para advertir que no es el único que tomó la apoyatura cromática como accesorio de la medicina que tanto lo apasiona.

El jefe de la CEM 2, galardonado con la Orden del Tornillo impulsada casualmente por un grande del color como Benito Quinquela Martín para destacar “a los locos luminosos”, domina ese ámbito celeste, vivaz y con techos divertidos en busca que otros locos, “los bajitos” como diría el Nano, superen instancias difíciles y se curen. Seguro que el pediatra de esta historia ni se imagina que muchos de ellos, acostados en las camas donde se restablecen y superan sus dolores, ya sueñan algún día en ser como el doctor Sosa.

Rubén Sosa

Laurita mira todo desde una mariposa

eLas paredes del pasillo de la sala de internación a cargo de Sosa, como quedó dicho, tienen pintadas sobre un fondo celeste barriletes y mariposas que se reiteran con diversas formas y colores hacen particularmente luminosa. Solo un dibujo es diferente pero hay que prestar atención para divisarlo.

Son dos ojos verdosos, bellísimos, que extienden una mirada angelical desde las coloridas alas de una de las tantas mariposas que se replican en la sala . Su razón de ser en la sala es porque representan los de Laura, la hijita del doctor Sosa arrebatada por una tragedia hace ya veinte años cuando la nena apenas tenía dos y medio.

“A veces me pasa que tengo que darle a un padre la peor de las noticias frente a lo irreparable y lo que les digo para que sepan que los entiendo lo que están padeciendo es que yo estuve de ese lado, el que ellos están en ese momento”, puntualizó Sosa con sus ojos, también verdosos, humectados por las lágrimas.

Una batiseñal y Batman aparece en el hospital

Una de las particularidades de Sosa es su capacidad para descontracturar situaciones y hacer valer su simpatía y buen humor como carta de presentación inesperada, sorpresiva y cuando no, conmovedora.

“Un día vi que una persona se había disfrazado de Batman y había venido al hospital para un espectáculo solidario. La verdad, quedé maravillado”, contó. A partir de ahí su planteo fue “si los chicos admiran a Batman, porque no tenerlo mano” y de ese modo mandó a hacer un traje del superhéroe versión Caballero de la Noche para disfrazarse como tal y recorrer el centro asistencial. “No hay que confundir seriedad con solemnidad. Todo aquello que se tiñe de solemnidad se ubica muy cerca de la soberbia” aclara. En todo caso, añadió, “disfrazarse de Batman es algo muy serio porque es para hacer sonreír a un chico en el hospital”.

La lógica del doctor Sosa es así: “Batman está para urgencias y la batiseñal la prenden los pibes. Claro que pido permiso a las mamás y cuando el chico me ve disfrazado puedo disfrutar su alegría a través de la máscara”. Una vez, al entrar en el sector de Oncología, una enfermera lo paró en seco al hombre murciélago y le dio un sermón sobre las prevenciones que debía adoptar. “Mire que soy el doctor Sosa”, aclaró el médico en voz baja. La mujer, sobresaltada, le dijo “perdón doctor, es que no lo conocí”, algo que hubiera sido imposible con el batiatuendo.

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