La vida de Carlos Bloomer Reeve es un verdadero idilio con los aviones. En sus largos años de actividad vivió experiencias increíbles como una ida al Congo, un vuelo transpolar y dos misiones en las Malvinas, la última en plena guerra.

Descendiente de escoceses e hijo de un militar, Carlos Bloomer Reeve, hoy brigadier retirado, aprendió primero a hablar inglés y luego el castellano. Esto ocurrió porque en su rica y particular historia de vida, entre los 5 y los 11 años Carlos vivió en Nueva York ya que a su padre lo habían trasladado por tareas en áreas contables de la fuerza.

Lo paradójico de esta situación fue que Bloomer Reeve, aviador por vocación y convicción, fue tocado por el destino para desempeñar numerosas tareas en las islas Malvinas, tanto varios años antes como durante el conflicto, al punto que tuvo un papel trascendente en la etapa de ocupación (en el objetivo de recuperar las islas) y luego de capitulación con los generales enemigos por su excelente conocimiento del idioma.

Pero la historia de Bloomer Reeve, que requeriría mucho más que una nota por su increíble saga de más de 60 años de entrega y profesionalismo nunca mejor dicho "en el aire", excede en mucho su desempeño en las Malvinas.

Porque Bloomer Reeve fue protagonista de uno de los vuelos esenciales de fuerzas argentinas al Polo, a mediados de los años '60, cuando como uno de los responsables de una brigada, encabezó una expedición que hizo el primer vuelo transpolar, en una época en que las posibilidades de sobrevivir eran más remotas que las de quedar en el camino.

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En charla con Diario Popular, Carlos Bloomer Reeve recuerda que "yo siempre quise ser aviador, desde chico" y remarca que "como mi padre estaba en la comisión de búsqueda de material de aviación, fue enviado a Estados Unidos, por eso viví hasta los 11 años en Nueva York, y al volver debí empezar de cero para aprender castellano, idioma que me enseñaron, por las buenas o no tanto, los padres del colegio Lasalle, donde estudié en el secundario".

Bloomer Reeve explica que "a los 19 años entré en la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea, y luego de cuatro años empezamos las pruebas más exigentes". Señala que "eran tiempos muy difíciles, donde faltaban muchos elementos para la mayor seguridad de los vuelos, no había radares, y el sistema de comunicaciones era muy precario".

Carlos asegura que "yo nací de nuevo cuando en un vuelo de prueba, secundando a un cadete, le falló el motor de noche y nos estrellamos contra la pista. El y otro compañero fallecieron, un tercero quedó mal herido y yo también, pero luego de varios meses pude recuperarme". Y asegura que eso no le quitó las ganas de seguir volando, sino todo lo contrario.

Comenta que la industria argentina de aviones aún estaba en sus inicios, y se compraba mucho rezago de la guerra, por lo que en el tema climático era complicado, no solo los vuelos militares, en los comerciales también había más accidentes, por suerte hoy el tema es muy diferente y volar es muy seguro".

Luego de la increíble experiencia de participar en la campaña en el Congo, Bloomer Reeve, estando en Villa Mercedes, fue designado para integrar un vuelo transpolar. "Lo hicimos en un DC-6, la misión era no solo ir sino también buscar a otro avión del Ejército que se había perdido cerca de la base Matienzo".

"La misión fue comandada por el general Leal, que aún vive, y el viaje y los 15 días en los que estuvimos fue una aventura increíble, que incluyó choques contra un bloque de hielo, motores congelados y otras dificultades varias, pero finalmente se pudo ubicar y rescatar a los tripulantes del avión, y tras ello, pudimos llegar al Polo y luego hacer el transpolar, tras varias horas y varios intentos fallidos de despegue. Sin dudas fue la experiencia más increíble y fuerte de mi vida". i

Exótica misión en el Congo Belga

Una de las experiencias más fuertes de Carlos Bloomer Reeve fue haber integrado un contingente argentino que fue al Congo (ex colonia belga) en 1962, al producirse una guerra civil, como parte de una misión de paz de la ONU en la que participaron varios países.

Bloomer cuenta que "el problema existía desde fines de los '50, en Catanga, y en 1962 la fuerza aérea argentina mandó cuatro aviones con 60 hombres. El comandante era Carlos Torcuato de Alvear, y fue una experiencia muy especial, porque convivíamos diariamente con noruegos, etíopes, ingleses, hindúes y brasileños".

La misión duró poco más de 6 meses, y Carlos resume que "había que realizar diversas acciones, pero siempre pacíficas, hicimos de todo, menos paracaidismo".

Bloomer recuerda que "los belgas eran bravos y muy duros, dejaron pocas cosas buenas, pero los habitantes eran muy trabajadores" y destaca que "un colega, brigadier, se casó con una congoleña y se vinieron a vivir aquí, y aún están juntos".

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