Albert Gomes de Mesquita tenía la misma edad que Ana Frank cuando también debió esconderse junto a su familia para ocultarse del régimen nazi. A diferencia de ella, pudo sobrevivir y dar su propio testimonio sobre el genocidio.

Si hubo un testimonio, en la historia del siglo XX, que reflejó como pocos la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y su secuela de muerte y del más terrible genocidio que se haya conocido a partir de la entronización del régimen nazi, ese fue sin dudas el de la adolescente holandesa Ana Frank, que a través de un diario que llevó puntualmente durante tres años de cautiverio junto a su familia, describió el drama de no saber si el día siguiente sería el último de su vida. Hubo alguien que compartió en el mismo tiempo y lugar esta tragedia que finalmente acabó con la vida de Ana y varios de sus familiares, un contemporáneo suyo, que también vivió esa época de exterminio, pero a quien el destino le dio una nueva oportunidad, y que pudo sobrevivir para contar el horror.

Compañero de colegio de Ana Frank, Albert Gomes de Mesquita, un ciudadano holandés que también debió esconderse del ejército de ocupación en aquellos años, estuvo hace muy poco en nuestro país, en el marco del 70º aniversario de la publicación del Diario de Ana Frank y con motivo del estreno de la obra teatral del mismo nombre basada en ese testimonio, y protagonizada por Angela Torres

De Mesquita vino invitado por el Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, la Embajada de los Países Bajos en Argentina y el Museo de Ana Frank, y también estuvo en la Feria del Libro.

Albert Gomes de Mesquita, quien hoy a los 87 años está jubilado, y es licenciado en Química, nació el 15 de marzo de 1930 en Amsterdam, y fue al colegio Montessori, al igual que Ana, pero en ese momento no llegaron a conocerse, ya que iban a aulas distintas.

“Recién nos conocimos- rememora- en el Liceo Judío, luego de que los alemanes ocuparan Holanda en mayo de 1940, y a partir de entonces que los judíos sólo podían ir a escuelas para ese sector religioso”.

Si faltaba un testimonio claro de este encuentro, lo dice la misma Ana en un párrafo de su diario, el 15 de junio de 1942: “Albert de Mesquita venía de la escuela Montessori y se salteó un año. Es realmente inteligente”. Y de hecho, Albert presenció el cumpleaños número 13 de Ana, día en que le regalaron su famoso diario.

Albert cuenta que se escondió de una forma muy similar a la de la familia Frank. “Mis padres, al igual que Otto Frank, su padre, tenían conocidos que nos prepararon un lugar donde podíamos escondernos”. Era el verano de 1942.

Lo que él y su familia no imaginaban era que ese sería sólo el primero de los 12 escondites en los que deberían sobrevivir, y en cinco ciudades distintas. Luego de un tiempo el primer escondite se volvió inseguro luego de unas semanas de haber llegado. Por eso, tuvieron que irse hacia otro lugar.

Albert recuerda además que otro de los lugares donde permaneció oculto correspondió a la casa de una de sus maestras de escuela, pero luego de unos meses también debieron abandonarlo.

Con respecto a esa etapa, cuenta que “no teníamos comida, entonces con mi hermana debíamos salir del escondite para pedirla” y reflexiona que “el mundo está lleno de gente buena, no importa la religión, nacionalidad, color de piel o lo que fuera... protectores, hay en todos lados”.

El destino le deparó a Albert un privilegio, ya que, afortunadamente, tanto él como sus padres y su hermana, jamás llegaron a un campo de concentración y sobrevivieron, ya que luego de protegerse en distintos escondites fueron liberados por las fuerzas aliadas en mayo de 1945.

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“Una chica común y corriente”

El Centro Ana Frank Argentina funciona en nuestro país desde 2009, en la calle Superí, en el barrio de Belgrano, y es un lugar destinado a preservar la memoria y el testimonio de esa adolescente cuyos relatos de la tragedia quedaron inmortalizados en su famoso Diario del que hace poco se cumplieron 70 años de su publicación. En este marco se produjo la visita a la Argentina de su ex compañero de escuela en Amsterdam, quien visitó el Centro y también participó de una muestra en Vicente López sobre la joven.

Albert recuerda a Ana “como una chica común y corriente, que no llamaba para nada la atención, y en cuanto al cumpleaños número 13 de ella, al que fue invitado, rememora que “los regalos estaban sobre la mesa del living, entre ellos el diario. Había dulces, bebidas y muchos chicos. Recuerdo que comimos, conversamos y luego nos proyectaron dos películas”. De Mesquita comenta que “yo recién leí parte de su diario en 1949, y luego en otras ediciones apareció la lista completa de los compañeros judíos del Liceo, donde ella me recuerda por haberme salteado un año en el colegio”.

“El mundo que había conocido ya no existía”

La llegada de los nazis a Holanda - así como sucedió en Polonia y en otras naciones- significó para los ciudadanos judíos ser discriminados y llevar una vida miserable, debido a las medidas tomadas por el régimen ocupante.

“Cada vez más cosas estaban prohibidas para los judíos. No podíamos ir a las piletas públicas, a los parques ni a los cines. Los niños judíos debían ir a escuelas judías separadas, ya que los nazis no querían que fueran a las mismas escuelas que los niños no judíos.”

Señala que “fue entonces que me acostumbré a hablar muy bajito, a agradecer, y no pedir nada ni irritar a nadie, porque sentía que era la única forma que mi vida no corriera peligro”.

Albert (en la foto cuando era niño) tuvo que volver a la escuela luego de haber pasado tres años escondido. “Fui a una escuela en la ciudad de Hilversum. Mi primer día de clases fue uno de los más tristes de mi vida. Repentinamente me di cuenta de que el mundo que alguna vez había conocido, ya no existía. En 1940, tenía 15 tíos y tías. Después de 1945, solo tenía 3. Muchos de mis compañeros de la escuela primaria y del Liceo Judío estaban muertos”. Al recordar su vida en las escuelas, Albert señala que “a veces hablo de mis recuerdos en escuelas primarias holandesas. Un chico me preguntó una vez qué era lo que más extrañaba mientras estaba escondido. Pero en realidad, lo que buscaba en aquel momento era deshacerme de algo: del miedo constante de ser traicionado y arrestado”.

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