En una estación de subte porteña, un chico de la calle que apenas roza la adolescencia recibe una singular oferta de un pasajero en tránsito: el joven le da a elegir entre un billete de diez pesos y un cochecito de juguete. El pibe, tras unos instantes de duda, y quizás apurado por las urgencias de lo inmediato, elige el billete. El hombre, entendiendo el motivo de la elección, decide regalarle también el juguete.
Esta podría ser la anécdota de una clara realidad urbana, pero se trata sólo de una escena de "Nueve Reinas" la primera película del talentoso e infortunado Fabián Bielinsky. el joven que ofrece el juguete y el dinero es Gastón Pauls. El chico que acepta la oferta es nada menos que el protagonista de esta singular y esperanzadora "Historia de Vida", y de algún modo no hizo más que reflejar en el film una parte de lo que la vida le deparó.
Emanuel Roberto Mercado, 31 años, separado, padre de León, de ocho años, cumplió ese papel en cine hace poco menos de 20 años, cuando su piel ya venía curtida por varios golpes. Sin embargo, pudo reconstituirse de a poco, y evitar que lo paralizara el resentimiento por las duras experiencias vividas.
En el modesto barrio Juan Manuel de Rosas, en el partido de Lomas de Zamora, zona de casas bajas, mayoría de calles de tierra, con bastantes comercios y habitada por gente humilde y de trabajo, Emanuel ostenta el pequeño orgullo de haber generado una actividad personal al habilitar su propia remisería, bautizada justamente con el nombre de su hijo.
VivenciasHoy, Emanuel nos cuenta sus desventuras con dolor, pero también con la conciencia del aprendizaje que le dio esa vida. "Dos o tres veces me fueron a buscar, pero era volver y otra vez que me cagaran a palos, hasta que una vez no me buscaron más. Y durante seis años mi hogar fue en la estación Once del Ferrocarril Sarmiento".
Emanuel relata que "éramos muchos chicos que estábamos en la misma, dormíamos dónde podíamos, nos tapábamos con cartones o diarios, pasamos frío, calor, violencia de la policía o de cualquiera, y también compasión de quien nos daba algo. Con el tiempo traté de ganarme la vida no pidiendo monedas o abriendo las puertas de los taxis sino vendiendo golosinas en el tren, hasta que en algún momento hubo alguien que me cambió la vida".
Esa persona se llamaba -se llama- Franco Guidi. Para Emanuel es como el padre que no tuvo, y lo conoció apenas entrando en la adolescencia. "La historia comenzó cuando con mis amigos nos enteramos de un lugar en La Boca llamado CAIMA, que era un centro de día, y que daba una contención a los chicos de la calle, de entre 10 y 17 años, a través de actividades recreativas, alimentos, baño y un poco de abrigo".
Emanuel relata que "allí estaba Franco, como profesor de teatro, y era presidente de una asociación civil sin fines de lucro".