El fileteado es un arte que no siempre ha sido valorado como tal, pero sin dudas es una expresión que tiene una raíz popular y urbana, y que a través de los años se incorporó a la vida porteña para trascender esos límites y llegar a otros lugares del país y hasta del mundo.
Uno de los artistas que más fielmente expresó durante largos años ese arte es Luis Zorz, un verdadero maestro de esa disciplina, y que aún hoy, a sus 84 años, sigue dándole forma y color a los motivos más diversos, pero siempre conservando una identidad reconocible como propia de esta ciudad.
En el barrio porteño de Flores Sur, Luis, hijo de Josefina, italiana nacida en Udine y de Antonio Luis Zorz, también italiano y de procedencia veneciana, creció en la cotidianeidad de los carros de transporte, ya que su casa estaba ubicada a escasos metros de la carrocería de Pablo Crotti, lugar que se transformó en parte del paisaje diario de Luisito.
Hacia 1944, su entrañable admiración carrocera le dará la posibilidad de conocer a quien, con el tiempo, será su referente y su amigo para toda la vida: León Untroib, un artista del fileteado de origen polaco que marcó un estilo en base a su talento.
Un año después con su familia se muda a Villa Lugano y consigue su primer empleo en el taller de Alfonso Ravena como letrista de carteles.
Luis, que en 1956 se casó con María Carmela Agati y tuvo dos hijos, Mónica y Sergio, comenta que “empecé como pintor de letras, porque en esos años se utilizaban mucho los anuncios y frases en los carros, matizados con dibujos, que generalmente eran flores, aves, líneas armónicas, con mucho color”.
Zorz explica que el fileteado “era un arte callejero que crearon los carreros, la gente de los mercados y de la calle, y se remonta a principios de siglo. Eran trabajos de ornamentación sobre los carros que luego se extendieron a carteles sobre portones, casas, y hasta bares” y cita como uno de los precursores a Miguel Venturo que trabajaba para frentes de casas y replicando las molduras.
“Era un trabajo, nosotros cumplíamos el deseo del cliente, lo que quería decir en el cartel, y lo ornamentábamos” mientras su hijo Sergio, un entusiasta historiador y recopilador de la obra de su padre, agrega que “fue el primer arte callejero en tercera dimensión, y siempre con pincel y esmalte sintético”, ya que era un arte expuesto al aire libre.
Según Luis, el fileteado es “netamente porteño, en otras épocas había ornamentación pero se trataba de otro estilo, aquí se crea un modo personal” y agrega que “yo llevé una línea tradicional, inspirada en Carlos Carboni, mientras Untroib era una especie de Piazzolla, por lo renovador y la precisión de su estilo”.
Para Luis, el fileteado cambió mucho a partir de los ‘70, ya que se incorporó a otros lugares, pasando de lo móvil y las casas a los muebles, los bares y la calle, y comenzó a formar parte de una cultura más amplia. “Se difundieron nuevas propuestas, expandiendo la actividad, y desde hace unos años existe una Asociación de Fileteadores que agrupa a más de 150 artistas”.
Para Zorz la figura es excepcional en su obra, como lo prueban algunas que homenajean a Carlos Gardel, otra dedicada a la Virgen de Luján, y remarca que “siempre hubo una hermandad entre el fileteado, el lunfardo y el tango”.
Vecino de Parque Patricios desde hace unos años, Zorz sigue en plena actividad y además aporta sus conocimientos a las nuevas generaciones dictando talleres de fileteado en el cercano Foro de la Memoria los sábados por la mañana.
Quinquela y la Orden del Tornillo
Además de las numerosas distinciones que recibió a lo largo de su vida por parte de asociaciones y entidades ciudadanas y culturales, Luis atesora una relación muy especial, y es la que sostuvo con el gran pintor Benito Quinquela Martín, que en 1973 le otorgó la “Orden del Tornillo”.
Explica que “era una distinción que Quinquela les daba a quienes consideraba valiosos en su arte, y que salían de lo común, tuvimos un muy buen trato durante años, y era un hombre sencillo y de una gran calidad humana” y comenta que hizo varias obras para el Museo de la Boca que lleva el nombre del pintor.
Zorz dice que “por aquellos años, la Boca era una explosión de arte, era como un Montmartre porteño” y señala que también contó entre otros buenos amigos a autores y compositores como Julián Centeya y Enrique Cadícamo. Desde hace años, Luis es miembro de la Academia Argentina de Lunfardo, y si bien nunca viajó al exterior (“me cuesta desayunar en un lugar que no sea Buenos Aires”) muchas obras suyas figuran en colecciones de museos de diversos países.
Lugares emblemáticos lucen sus obras
Son numerosos los lugares emblemáticos de Buenos Aires que fueron ornamentados por Zorz con su obra, como el bar Homero Manzi de San Juan y Boedo, el Tuñín de Carlos Calvo, bares como Plaza Mayor o Campo Di Fiori, el Café de los Artistas, el célebre Tortoni, donde la caja registradora y la marquesina llevan su sello, y hasta una placa de Manzi frente al Obelisco.
Pero también hubo una anécdota muy especial en la obra de Luis Zorz. Cuenta que “yo daba clases a una alumna de Estados Unidos, Mercedes se llamaba, y me dice que quería aprender fileteado conmigo. Vino de su país a verme, y le dí unas clases. Me comentó que tenía un sponsoreo de una marca de pintura para una muestra, y que le iban a mandar unas latas, pero quedaron varadas en Ezeiza”. “El caso es que el marido de la chica era fotógrafo y amigo de León Gieco, quien se ofrece a ir a buscarlas. al final, León viene a mi casa a traérmelas, le encantó lo que yo hacía, y terminé pintándole dos de sus guitarras, además de otras para sus giras y para la grabadora”.
Zorz también hizo ilustraciones para la enciclopedia Los Grandes del Tango, que se editó a comienzos de los ‘90, en forma de fascículos, junto a DIARIO POPULAR. También realizó placas recordatorias de artistas populares como Mercedes Simone, Sebastián Piana, Osvaldo Pugliese y Leónidas Barletta, en distintos bares y zonas porteñas, y según detalla su hijo, “solo a lo largo de la calle Boedo hay unas 50 placas realizadas por Luis”.
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