Un escultor que además es orfebre, fundidor, especialista en muebles antiguos y poeta, no sólo es conocido por el monumento que le hizo al Zorzal sino por personalidades de todo el mundo que valoran sus obras de arte.

El destino quiso que hace 77 años Juana, la partera, le diera una mano enorme a María Vicenta para que su único hijo, Néstor Muzzupappa, llegara al mundo en una casa situada, también como parte de un designio, en el pasaje El Artesano, a metros de un bar hoy ya centenario de Saraza y Centenera donde cohabitan, sigilosos, musas y recuerdos y en el cual el hombre de esta historia forjó su esencia.

Allí, entre el estaño y las mesas donde todavía sobrevuelan fantasmas de encendidos anarquistas, Muzzupappa, un prolífico creador de arte en sus distintas variantes pero que sacó chapa como orfebre, fundidor y escultor respira barrio y bohemia.

Esa triple condición que lo convierte en una suerte del célebre Benvenuto Cellini transportado del Renacimiento a nuestros días, no anula su predisposición a escribir poesías e intentar ahora una obra de teatro basada en los vecinos de su terruño, Parque Chacabuco, como tampoco lo hizo antes cuando con el seudónimo de Néstor Franco incursionó como cantante de tango melódico.

Sin embargo, en 1982 se alejó de esa performance profesional que había comenzado cuando entre los 10 y los 12 años recorría los boliches para cantar tangos mientras un amigo, socio en la iniciativa, pasaba la gorra. 'Ahora canto solo cuando me lo piden en algunas reuniones pero creo que ya no lo hago yo, el que canta es el vino', ironizó Muzzupappa a HISTORIAS DE VIDA.

La genética mucho jugó para que Néstor se hiciera fuerte en los distintos oficios que lo distinguen. Marcelino, su padre, era cantante lírico que por un accidente quedó sordo y se dedicó a ser joyero, otra de las profesiones que desarrolló su hijo quien trabajó, entre otras grandes joyerías, para la afamada firma Ricciardi.

"A los 30 años ya era oficial joyero pero entonces me hice escultor y después cincelador. Hoy soy el único orfebre, escultor y fundidor, como Benvenuto Cellini" aportó Muzzupappa que acredita otro detalle singular: es el autor del primer monumento que tuvo Carlos Gardel y que ahora, lamentablemente, no luce como debiera.

'Hice ese monumento de Gardel que ahora está en un espacio destinado por la intendencia parisina a esculturas que no tienen lugar para ser emplazadas', señaló tras rememorar las idas y vueltas que tuvo aquella realización.

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¿Sos vos?

Fue en la Ciudad Luz, en ocasión de integrar la comitiva que viajó a Francia para que el ex presidente Carlos Menem le regalara como parte de la visita oficial esa escultura de bronce del Zorzal a su entonces par galo, Jaques Chiriac, donde el embajador argentino en aquel país, Archibaldo Lanús, creyó reconocer en Muzzupappa no al escultor, sino a su alter ego tanguero, Néstor Franco, de quien tenía un grato recuerdo tras haberlo escuchado cantar en Buenos Aires.

Anécdotas como esa, Muzzupappa tiene a raudales producto de haberse codeado como cantante y orfebre con personalidades que en nada cambiaron su espíritu campechano, dominado por la humildad esculpida desde la cuna.

"Una vez -contó- harto un tipo con mucha plata que echaba en cara todo lo que tenía, me sacó y le dije: vos tenés mucho dinero pero le tocás timbre al rey de España y no te abre la puerta. Si lo hago yo, en cambio, me hace pasar porque algunas de las esculturas de su palacio tienen como firma Muzzupappa". Y es así, algunas obras del Palacio Real vieron la luz en su taller del pasaje El Artesano, lejos de Madrid pero cerca del bar ya centenario de Saraza y Centenera.

 

Pugliese, hombre de pocas palabras

Muzzopappa asegura que solo se alejó del barrio dos veces, una cuando por recién casado con Leticia, que murió en 2003, se fue a vivir a Sarmiento y Panamá, y la otra cuando habitó otro inmueble frente al Parque Chacabuco. Néstor, que es padre de Karina, escritora y periodista; María Angeles, psicóloga, y Flavio, que siguió sus pasos y ya es fundidor, pudo haber dado el gran salto como cantante cuando un problema de comunicación impidió trabar contacto con el maestro Osvaldo Pugliese. "Cómo Néstor Franco había cantado en un homenaje a Pugliese y uno de sus músicos se acercó y me dijo: 'al maestro le gustó mucho lo que hiciste. Mañana, cuando vuelva, hablalo'', rememoró. Así, munido de un demo con sus temas, al día siguiente esperó la llegada de Pugliese que, apuntó, "era un hombre que hablaba muy poco. "Nos cruzamos -narró-, pensando que él me iba a hacer algún comentario de mi actuación, pero como no me dijo nada. Y para peor yo tampoco"'.

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Entre el escritorio de Amalita y los cuentos de Leloir

En una visita que realizó con el inolvidable cantor de tangos Edmundo Rivero a las oficinas de la empresaria Amalia Lacroze de Fortabat para pedir colaboración por el monumento a Gardel, Muzzopappa demostró ante la empresaria tener dominio sobre otra de sus especialidades, los muebles antiguos.

"De hecho -subrayó- he trabajado para anticuarios y es un tema que conozco por lo que cuando pasamos a ver a la señora Fortabat a su despacho, me llamó la atención el suntuoso escritorio detrás del cual estaba".

Fortabat se sorprendió cuando el visitante destacó los atributos de ese mueble, tras lo cual la empresaria decidió entrar en confianza con sus invitados y les mostró la platería gauchesca de su esposo para entonces ya fallecido.

Otro recuerdo que tiene Muzzupappa, también con Rivero como ladero, fue cuando en el local del Viejo Almacén estaba enfrascado en una conversación cuando le advirtieron que uno de los concurrentes quería saludarlo. "No lo conocía del lugar pero me dijeron que era nuevo: el embajador de Estados Unidos, Frank Ortiz, que sabía de mis trabajos", relató.

De quien también Néstor guarda un cálido recuerdo es del Premio Nobel de Química argentino, Federico Leloir, quien cuando se alejaba de la ciencia y daba lugar a su perfil más mundano "contaba -dijo- unos cuentos bárbaros".



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