Los cambios en los signos políticos que condujeron tanto a la Argentina como al Reino Unido fueron la variable que determinó la forma en la que se entablaron las relaciones internacionales en torno al conflicto sobre la soberanía de las Islas Malvinas. En los últimos 35 años, el umbral se tendió desde el diálogo inerte a las tensiones discursivas, pero los avances fueron siempre escasos.
Más allá de los mil puentes tendidos ente ambas naciones –mil veces demolidos y vueltos a tender-, el testimonial respaldo de la comunidad internacional marcó la negociación y la dejó librada a la capacidad de los dos estados, con su consecuente y obvia diferencia de fuerzas.
Más allá del contexto internacional y las devoluciones de ONU, el clima interno de la Argentina signó las relaciones diplomáticas y marcó el vaivén entre tensión y diálogo. “La carta Malvinas”, un recurso que todas las gestiones desde el retorno a la democracia utilizaron por su valor como elemento aglutinante del ser argentino y para bajar tensiones internas con una causa común, también hizo de marco para generar nuevos contactos con el siempre duro gobierno británico.
Pero, más allá de las manifestaciones por los aniversarios, ¿qué hizo cada gobierno es pos de progresar en la relación en el Reino Unido?
Durante el alfonsinismo, uno de los pocos puntos altos en la gestión del por entonces canciller, Dante Caputo, fue la modificación de la estrategia de negociación. Su deseo fue concebir un modelo de resolución que "hasta los ingleses puedan votar". Pero, a pesar de que hasta 1986 logró adhesiones en la ONU, las abstenciones y los votos en contra comenzaron a llover y para 1989 el tema casi no ocupaba un lugar en los temarios de la Asamblea General.
El verdadero mérito de este decrecimiento fue la labor del secretario de Asuntos Exteriores y del Commonwealth Gran Bretaña, Geoffrey Howe, quien durante su gestión (1983-89) cambió la política centrada en el conflicto de su antecesor (Fracis Pym). Llevó al plano de las negociaciones particulares y a la indefinición cuando fue necesario, hasta la más rígida negativa cuando tuvo la balanza a su favor. Además, logró la Ley de Nacionalidades, que significó un paso dentro del Reino Unido para los isleños.
Exceptuando las lógicas alusiones que realizó cuando se cumplieron distintos aniversario de la guerra, Carlos Saúl Menem no destinó grandes recursos ni mayores esfuerzos para lograr acercar a las partes o avanzar en las negociaciones. Durante sus dos mandatos (1989-1999), fueron constantes los reclamos a la hora de posicionar como política de Estado la demanda por la soberanía.
Más allá de la frivolidad que caracterizó su gestión y la poca profundidad que le dio a la lucha por la soberanía de las Islas Malvinas, cualquier intento hubiera significado arrojar semillas al cemento. Del otro lado del océano, bajo la comandancia de Margareth Thatcher primero y John Major después, las relaciones diplomáticas estaban llamadas a ser lo más fría posibles.
El ministro de Relaciones Exteriores que siguió a Major, Douglas Hurd, llegó a la Argentina en enero de 1993 y no sólo echó por tierra cualquier especulación sobre los derechos del Archipiélago sino que desvió la atención al plano económico, donde felicitó al riojano “por sus logros en la materia”.
Recién en 1998, en la decadencia de su gestión, Menem realizó un tour por Gran Bretaña con motivo de acuerdos económicos y propuso, como para acercar posiciones, que ambas banderas flamearan en las Islas y algo similar a una soberanía compartida. No sólo obtuvo un rotundo “no” como respuesta, sino que durante la gira logró un sinfín de contradicciones entre él y Di Tella.
Tras asumir como presidente de la Nación en 1999, Fernando de la Rúa realizó una gira por Europa donde se entrevistó con el por entonces Primer Ministro, Tony Blair. “La reunión tendrá las mismas características de la hecha en París, hace más de dos meses: predominará lo social por sobre lo político, con una agenda abierta sobre temas diversos y un clima, se pretende desde ya, sumamente cordial”, anticipaba el canciller de la Alianza, Adalberto Rodríguez Giavarini. Además, como para dejar en claro cuál sería el matiz de la cita, aclaró: “Van a verse, no a reunirse”.
Y esta tónica marcó al breve y turbulento gobierno de De la Rúa, que no pasó de los reclamos formales de aniversario.
Durante los doce años en los que Néstor Kirchner y Cristina Fernández gobernaron a la Argentina, las relaciones bilaterales con el Reino Unido se llevaron al plano de la discusión en forma exclusiva.
Así como lo anticipara Kirchner en su discurso inaugural en 2003, la cuestión fue un asunto de Estado. La disputa también fue un paraguas que sirvió para aglutinar otras tensiones y centralizar los temas de la agenda internacional.
Pero, en todos los casos, la “cuestión Malvinas” siempre se abordó desde un reclamo, una confrontación, y no una negociación; y siempre se hizo a partir de hechos puntuales que reavivaron el conflicto.
En el amanecer del kirchnerismo, el gobierno británico reconocía que en 1982 habían desembarcado buques con armamento nuclear. Esa fue la bienvenida. Luego, los anglosajones formalizaron una queja por la presencia del ARA Almirante Irizar en lo que sólo ellos reconocen como “territorio de la plataforma marina británica”.
La respuesta del canciller Rafael Bielsa fue que “el rompehielos realizaba tareas de control de pesca en aguas jurisdiccionales argentinas, comportándose según las reglas y costumbres marítimas”.
Pero si algo cambió respecto de la relación de los años posteriores a la guerra fue el giro que dio el gobierno de Londres cuando sumó a los isleños a la demanda. En mayo de 2005, fomentó el referéndum mediante el cual los isleños se manifestaron a favor de continuar bajo el control de Gran Bretaña y los sentaron en cada debate, dándoles un lugar que en los 30 años anteriores no habían tenido.
Los roles de los cancilleres argentinos Bielsa, Jorge Taiana y Héctor Timerman, y los británicos Jack Straw, Margareth Beckett, David Miliband y William Hague fueron entre testimoniales y de secretariado, ya que las relaciones fueron encarnadas directamente por los jefes de Estado.
Como ocurrió con el menemismo, el gobierno de Cambiemos optó por suavizar las relaciones y comenzar a reconstruir la relación Gran Bretaña desde el plano económico. En su primer contacto con autoridades anglosajonas, Macri recibió un rotundo “no” de parte del saliente primer ministro, David Cameron. “Las islas seguirán bajo soberanía británica”, le anticipó.
Pero, la insistencia y la necesidad de traer buenas noticias fueron más. “En el almuerzo que compartimos todos los mandatarios, Theresa May se arrimó un instante a la mesa a saludarme y decirme que esperaba que en el futuro nos pudiésemos sentar a dialogar. Yo le dije que Argentina estaba lista para tener un diálogo abierto que incluya todos los temas, incluyendo la soberanía. Me dijo que le parecía razonable, pero, claramente, eso no es un encuentro oficial”, comentó el Presidente tras un breve cruce que mantuvieron en la ONU, en septiembre del año pasado.
"Nunca se habló del tema de la soberanía de las islas Malvinas en la breve reunión informal que May y Macri mantuvieron en Nueva York, por lo que no pudo haber existido una expresión de Gran Bretaña en ese sentido", aseguraron desde el Foreign Office británico. La desmentida a los dichos de Macri fue el primer traspié.
Sin embargo, en pos de que unos puentes conecten con otros, la canciller argentina, Susana Malcorra, comenzó el acercamiento desde los acuerdos económicos, como el que firmó en septiembre de 2016, donde se destacan la reanudación de los vuelos comerciales a las Islas y un trabajo conjunto para identificación de los soldados caídos enterrados en el Cementerio Darwin.
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