Se cuenta que desde muy pequeña tenía visiones de la imagen del Sagrado Corazón en la iglesia de la aldea vizcaína donde vivía
María Salomé Loredo Otaola de Subiza, más conocida como la Madre María, nació en España el 11 de octubre de 1854 y llegó a la Argentina cuando tenía once años. Según aseveran, desde el primer momento hubo en su vida hechos que auguraban lo que vendría después: toda la región de Vizcaya, donde había nacido, se veía azotada por una terrible sequía que llevaba ya varios meses y que se interrumpió con unas ansiadas lluvias que comenzaron en el instante mismo en el que ella estaba naciendo. Desde pequeña María tuvo una fe muy fuerte, a tal punto de llegar a decirles a su madre y al sacerdote de su pueblo que la imagen del Sagrado Corazón, a quien ella veneraba en la iglesia del lugar, le sonreía con mucho amor. Sin embargo, por diversos motivos, la familia de María decidió emigrar a la Argentina y se instaló en la localidad bonaerense de Saladillo. En ese lugar María pasó su adolescencia, donde se fue convirtiendo en una hermosa muchacha que era pretendida por varios hombres.
Joven, viuda y estanciera
Sin embargo, ella optó por uno y a los 19 se casó con él. José Antonio Demaría era un hombre dedicado a sus campos y a la política. De esa forma, María pasó a formar parte de la aristocracia argentina, pero quedó viuda a los 23. Transcurrido un tiempo prudencial, volvió a casarse, esta vez con Aniceto Subiza, otro hombre acaudalado y muy respetado por sus condiciones morales, pero quedaría viuda por segunda vez y, ahora, no sólo pertenecía de manera indiscutible a la alta sociedad argentina sino que era dueña de una gran extensión de tierras y de una enorme fortuna. Como era común para las mujeres de su condición social, se había dedicado desde siempre a la beneficencia, pero después de haber sido sanada de un tumor en el pecho por Pancho Sierra, sintió que debía hacer algo más. Ya no bastaba con conseguirle trabajo a la gente que se acercaba a ella. María Loredo había sido una ferviente católica durante toda su vida, y nunca dejó de serlo. Si se le preguntaba de dónde provenían sus poderes, ella contestaba invariablemente que no los tenía, que eran Dios y Cristo los que le habían encomendado una misión y que lo único que hacía ella era cumplirla. Describía su relación con Jesús como alguien que puede estar hablando de un amigo, con amor, fidelidad, fe y respeto. Cabe destacar que nunca cobró un centavo a quienes atendía. Sin embargo, en varias ocasiones fue acusada e incluso llevada a juicio por su presunto ejercicio ilegal de la medicina, aunque fue absuelta.
Milagro caminando
Se cuenta que una de las veces en que fue detenida salió de su celda y ganó la calle caminando sin que nadie supiera cómo. Sus detractores hicieron caer las sospechas sobre los policías que la custodiaban, afirmando que eran sus seguidores, pero los hombres de uniforme lo negaron y nunca se supo con certeza cómo salió del calabozo que permaneció cerrado con llave aún cuando María Loredo ya no estaba en él. La Madre María murió el 2 de octubre de 1928, nueve días antes de cumplir los 74 años. Una multitud acompañó sus restos al cementerio de la Chacarita. Allí se erigió un monumento en su bóveda. Mucha gente sigue acudiendo en la actualidad para rezar y solicitarle algo. Una vieja costumbre de los que allí van consiste en acariciar la puerta de bronce de esa bóveda. Cualquiera que visite el lugar advertirá un brillante pulido en esa puerta, producto de la innumerable cantidad de manos que la siguen acariciando.

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