Dicen en Bélgica aquellos que lo frecuentan que el volante creativo y capitán del seleccionado de ese país, Eden Michael Hazard, nació en Bélgica el 7 de enero de 1991 en La Louviére. Pero la realidad a veces transformada en ficción nos confiesa que Hazard nació en Villa Fiorito y que jugó de pibe en los mismos potreros donde la rompía Diego Maradona.
Porque el fútbol brillante que practica Hazard parece ser de ahí. De Villa Fiorito. Como si lo hubieran invadido los fantasmas de Diego, aunque su pierna más hábil sea la derecha. No es que lo comparemos con Maradona. Pero juega en la dimensión de un auténtico crack. Y aunque ya participó vistiendo la camiseta de Bélgica en Brasil 2014, fue en Rusia 2018 cuando marcó su nivel de enganche que sabe engancharse con todos con una espontaneidad y frescura que lo convirtió en un protagonista destacadísimo.
Es sugestivo; mientras el mundo del fútbol pretende ratificar una y otra vez que los enganches son una pieza artesanal del pasado, Hazard irrumpe en esa función, aunque le pidan que se mueva casi como un volante por izquierda para no descompensar y equilibrar ese lateral.
¿Qué distingue a Hazard? Su calidad. Y su talento. Calidad técnica más talento para ver la jugada indicada en el momento oportuno. Esa combinación perfecta define algo esencial en el fútbol de antes y de ahora: lectura exacta y estratégica de los tiempos y los espacios. Lectura para saber cuándo y donde.
El manejo, el control de la pelota, la pausa necesaria, el cambio de ritmo y la gambeta para dejar a un rival desparramado e impotente, expresan la naturaleza del fútbol que siempre se reivindica. Eso hizo Hazard durante el Mundial. Y lo hizo sin bajar sus revoluciones durante todo el desarrollo de la competencia.
Es verdad que no llegó a Rusia con el aura intransferible de las grandes figuras, como Messi, Neymar y Cristiano Ronaldo. No llegó envuelto en esos microclimas burbujeantes que acompañan a las estrellas convocadas a descoserla. Pero se impuso y dejó un sello de una clase superior. El sello o la marca registrada de los jugadores universales. De los jugadores que trasciendan a una selección, incluso sin ser un monstruo inapelable.
En el territorio revelado de la fantasía productiva, del amague, del engaño, del salgo para allá cuando la verdad es que voy a salir por el otro lado, Hazard planteó, seguramente sin querer plantearlo, la necesidad de tener que contar con una individualidad como él.
Porque entre otras cosas, resuelve la complejidad. Le encuentra la solución a la complejidad. Quizás simplemente con un toque certero. Con un taco tan lujoso como claro. Con una pelota profunda cuando no se adivinan ni se ven los espacios.
En la obra y en los detalles más finos que son muy sensibles a la obra, el hombre que juega para el Chelsea y que dicen en Bélgica que nació en Bélgica hace 27 años, nos remite a que en realidad nació en Villa Fiorito. Que tiene esos duendes. Que recogió esas semillas. Y que cosecha todo lo que allí sembró.
El fútbol se lo agradece.