El VAR se instaló en el ambiente como una verdad revelada del fútbol moderno, pero a la vez viene dejando clarísimas evidencias que está en pleno proceso de experimentación, sin definir todavía ni su protocolo ni su funcionamiento. ¿Achica el margen de error como parece sentenciarlo la tecnocracia aplicada al juego o por el contrario lo amplifica, como pudo comprobarse en los últimos episodios? Hasta el momento, su aporte fue negativo

La Recopa que Gremio en definición por penales le ganó a Independiente quedó atrás. El desarrollo de la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana está por delante. El Mundial en Rusia 2018, también. Y en el medio de las competencias se perfila y adquiere ribetes y rasgos protagónicos el avance imparable del VAR (video asistente referí), como una virtual punta de lanza de la tecnocracia asociada al universo del fútbol.

No hace falta ni aclarar que el VAR llegó para quedarse entre nosotros como si fuese un intruso muy bien calificado. Y para instalar su lógica en un juego que siempre se despojó de cualquier lógica. El fútbol no fue, no es ni será lógico, más allá de cualquier replica. Es totalmente irrepetible, aunque los entrenadores y no pocos periodistas pretendan tener todo bajo control. La verdad comprobada día tras día es que no hay nada bajo control.

Menos aún el VAR. Una herramienta todavía en pleno proceso de experimentación que no arroja ni va a arrojar las certezas que exigen los nuevos y viejos tecnócratas del fútbol extendidos en el tiempo y el espacio. Repiten aquellos que lo reivindican con entusiasmo impostado que achica el margen de error de los árbitros. Una frase hecha. O un nuevo lugar común. Por el contrario: amplifica el margen de error.

Gigliotti hizo lío y lo sacaron desde el VAR
Gigliotti pegó un codazo y se fue expulsado mediante la tecnología.
Gigliotti pegó un codazo y se fue expulsado mediante la tecnología.

Ese grupo de cuatro o cinco “entendidos” que en cada partido constituyen el VAR y que intentan mirar por los monitores lo que el árbitro y sus asistentes en la cancha no vieron o vieron mal, desnaturalizan la esencia misma del fútbol. Y por otra parte, toman decisiones que dejan confirmadas tantas dudas e interrogantes como las que plantea cada terna arbitral. Alcanzaría con recordar los episodios recientes en los partidos por la Recopa entre Independiente y Gremio. O Lanús-River en la semifinal de la Copa Libertadores.

Por supuesto que la dinámica selectiva y discrecional del VAR podría terminar imponiéndose en el mercado del fútbol como ya se impuso para el Mundial, aunque la UEFA (por medio de su presidente Aleksander Ceferin) anunció que no lo utilizará en la próxima temporada “porque nadie sabe exactamente como funciona y hay mucha confusión”.

Mientras tanto el clima de época, sediento de aplicaciones tecnológicas, lo pide como si fuese la expresión perfecta de una verdad revelada. Pero el VAR es una auténtica abstracción de un laboratorio precario sin propiedad intelectual.

No hay nombres ni apellidos en su conformación. Nadie los conoce. Nadie del ambiente los frecuenta. No se sabe qué dicen. No se sabe qué piensan. No sé sabe que línea siguen. No se sabe dónde se formaron. No sé sabe a quién responden. En los papeles no escritos, son ojos especializados en observar detalles más finos o más gruesos desde una burbuja televisada que no les da ni conocimiento futbolístico ni interpretación conceptual. Son algo así como los nuevos nerds del fútbol contemporáneo, consagrados de la noche a la mañana sin rendir ningún examen.

¿A esta alquimia hay que rendirse para darle al fútbol una garantía de justicia deportiva superior? Es cierto, los árbitros (por lo menos en la Argentina) en general son grandes rehenes del aplazo permanente. En lugar de conducir sin vender humo, sobreactúan; se equivocan demasiado, son muy permeables y débiles frente a los espacios de poder que influyen y manejan el fútbol, pero esa abstracción impersonal que naturaliza el VAR, ¿a quién le da tranquilidad? ¿Y a qué áreas específicas del fútbol respalda?

Hasta ahora, su aporte no se logró evidenciar. No están claras ni sus funciones. Ni cuando tiene que intervenir o dejar de intervenir. Es errático y confuso su funcionamiento y aplicación. Como si ante la necesidad de tapar los agujeros negros de los árbitros para atenuar mediocridades galopantes y sospechas permanentes, entrara en escena un grupo de élite (que no es tal) con logística propia que pusiera cada cosa en su lugar.

El gran problema es que esto no ocurrió. El VAR no va a acomodar los desajustes históricos que siempre convivieron con el fútbol. Ni va a salvar de los papelones a los árbitros temerosos y obedientes con el sistema. Es un disfraz tecnológico con un marketing aprobado en una trastienda ocasional. Su marcha está asegurada. Su rédito, no.

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